AQUELLAS PRIMERAS BIBLIOTECAS EN VEGUETA
Abr 27 2023

POR  JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)

Allá por 1952, en la Fiesta de los Libreros de Madrid, el Dr. Gregorio Marañón no dudaba en proclamar como «todos, buenos o medianos, estamos empeñados en esa labor de crear el libro, al cual debe la Humanidad el noventa por ciento -no rebajo nada-de su progreso material y moral…». Algo de ello aconteció en los primeros años sesenta del siglo XIX en Las Palmas de Gran Canaria, cuando el Ayuntamiento, a impulsos de un amplio grupo de ciudadanos, muchos de ellos eminentes intelectuales isleños del momento, entendieron que, aquel ambiente emprendedor que pretendía transformar y modernizar la isla y su capital, buscar su progreso y los adelantos de todo tipo, necesarios para convertirla en verdadera encrucijada económica, social y cultural en las rutas del Atlántico, también requería contar con un templo libresco que abriera sus puertas al público en general, una auténtica ‘biblioteca pública’ donde toda la ciudadanía pudiera acceder a esa fuente de conocimiento constante, pues, como además precisó Marañón, «para el autor con vocación verdadera, su riqueza, su obra, es indefectiblemente de todos; y, por ello, su creación, el libro viene a ser la forma más pura y patética de la generosidad».

Y es curioso comprobar, en este sentido, como la prensa grancanaria de 1860 y 1861, alabó enseguida la propuesta de creación por el Ayuntamiento de una Biblioteca Pública Municipal, como fue el caso de ‘El Ómnibus’ que, un 20 de abril de 1861, manifestó que «uno de los proyectos que con mas entusiasmo hemos saludado a su aparición, fue el de la creación de la biblioteca municipal de esta ciudad, fundada por nuestro ayuntamiento el año próximo pasado». Pronto se creó un magnífico ambiente y, desde la prensa, se procuró «excitar el celo de nuestros paisanos a fin de que contribuyesen con sus voluntarios donativos, a un establecimiento que, bajo cualquier aspecto que se considere, honra tanto a nuestra población». Con ese fin se constituyó, incluso, una comisión de biblioteca presidida por Domingo Déniz Greek, e integrada por personalidades relevantes de aquellos años tan trascendentes para la isla, como fueron, entre otros, Gregorio Guerra, que actuaba de secretario, y Agustín Millares Torres y Pedro Maffiotte como vocales, apoyados por otros como , Domingo José Navarro y Pastrana, Juan de León y Castillo o Cristóbal del Castillo. La idea se extendió por toda la ciudad y pronto se reunión un fondo de libros muy importante, que se instituyó como el primero de la futura Biblioteca Municipal.

A este respecto el periódico ‘El Ómnibus’, del sábado 11 de mayo de 1861, destacaba como en «este último mes, se ha enriquecido el establecimiento con varios donativos de consideración, entre los que recordamos el de D. Alfonso Gourié que ha constado de veinte volúmenes, el de D. Antonio López Botas de ciento trece, y el de D. Cayetano Lugo de doscientos sesenta, los cuales contienen obras de gran mérito, sobre historia, literatura, ciencias y legislación». Sin embargo, este periódico era aún mucho más exigente, por lo que no dudaba en precisar que «pasan ya de mil volúmenes los que se custodian en los estantes, producto exclusivo de la liberalidad de los hijos de esta población, debiendo tenerse presente que el número de estos señores donantes apenas llega a sesenta, de lo cual se deduce que si todos los que aquí pueden ofrecer un libro lo hubieran hecho, la biblioteca sin sacrificio del Ayuntamiento y sin gravamen de los vecinos, contaría ya con cuatro o cinco mil lomos».
Sin embargo, esta no fue la primera biblioteca que abrió sus puertas a los vecinos y visitantes de la capital grancanaria. Ese honor queda reservado para la biblioteca del Seminario Conciliar, que funcionó como tal desde mitad del siglo XVIII a mitad del siglo XIX, en la que cerró sus puertas al público y quedó como servicio privado. Quizá esto fuera lo que suscitó la necesidad de contar con una Biblioteca Pública Municipal, en una ciudad que desde el siglo XVI ya tuvo importantes bibliotecas, como la de la Catedral de Canarias, dotada en aquellas lejanas fechas con colecciones traídas de la península -se cuenta que incluso el obispo Francisco de Sosa (1607-1610)adquirió para ella una librería en una subasta pública en El Escorial por 10.000 maravedíes-, o las pequeñas que poseían los conventos de dominicos, franciscanos o agustinos, aunque de estricto uso interno.

Pocos años después, como denunciaba en octubre de 1869 otro periódico señero de aquella época, ‘El Bombero’, el proyecto «de establecer en Las Palmas una Biblioteca municipal con el fin de proporcionar al pueblo medios gratuitos de instrucción» estaba paralizado, pese al enorme entusiasmo y donativos que permitieron reunir unos dos mil quinientos libros, y el propio periódico declaraba que, «como con frecuencia suele suceder, el marasmo sucedió a aquella momentánea actividad, y hoy yace la Biblioteca abandonada y cerrada para el público», por lo que, «si el municipio no quiere o no puede abrir al público la Biblioteca, pudiera muy bien acordar su traslación al Instituto. Todo menos tenerla a disposición del polvo y de la polilla». Y así aconteció. Durante unos años, entre 1869 y 1876, aquellos libros estuvieron a disposición de los alumnos de efímero primer Instituto público de la ciudad, y el fondo se amplió con unos lotes ofrecidos por el Estado, con lo que el centro constituyó su biblioteca que puso a cargo del siempre entusiasta y eficaz profesor Diego Mesa de León. Pero al cerrarse el centro los libros se devolvieron al Ayuntamiento que, de nuevo, los ubicó en las Casas Consistoriales, pues no se olvidaba la idea de abrir una Biblioteca Pública, un fondo que se enriqueció a partir de 1880 con otras aportaciones como la biblioteca del artista Manuel Ponce de León, fallecido ese año, o de distintos organismos públicos estatales y particulares.

La primera Biblioteca Municipal de Las Palmas se hizo realidad en la última década del siglo XIX, en las propias Casas Consistoriales, donde también tenía su sede El Museo Canario. Su primer director fue el célebre Dr. Juan de Padilla, con plaza fija de bibliotecario, siempre preocupado por el libro y las bibliotecas, como había mostrado en un sustantivo artículo publicado en la revista del Museo correspondiente a los años 1880-1881. Su fallecimiento pocos meses después propició que en 1891 accediera a la plaza de bibliotecario su hermano Pablo Padilla, que la ocupó hasta su muerte en 1904, sucediéndole en el puesto el periodista y Cronista Oficial de Gran Canaria José Batllori y Lorenzo, que la dirigió hasta su cierre paulatino en la década de los años veinte, cuando el Ayuntamiento decidió entregarla al Museo Canario, que en esos días dejaba también el edificio de las Casas Consistoriales, para instalarse en su nueva sede de la calle Dr. Chil y crear una gran biblioteca.

En estos días 23 y 25 de abril -Día Internacional del Libro y ‘Día del Libro Grancanario’-, cuando conmemoramos el libro en su orbita universal y en su terruño insular, y hasta el próximo 13 de mayo tenemos la oportunidad de acercarnos a una interesante y muy didáctica exposición sobre todo ello, en las salas de El Castillo de Mata, organizada por la Concejalía de Cultura y las Bibliotecas Municipales de la capital grancanaria, será también el instante y la oportunidad para conocer en todos sus detalles y reflexionar sobre la trascendencia que la idea de contar con libros y con bibliotecas tuvo en los momentos más señeros del desarrollo de la ciudad como una urbe culta, dinámica y cosmopolita.

FUENTE: https://www.canarias7.es/opinion/firmas/juan-jose-laforet-aquellas-primeras-bibliotecas-vegueta-20230427230224-nt.html

 

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