POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Casi a «cuarenta de mayo» y sin ánimo ni motivación de «quitar el sayo» porque con estos avatares político-meteorológicos el clima descontroló. Está «alloriau», que decimos en Colunga.
No, si la yo escribía un asiduo de Facebook: «Hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo; y pon siempre chaquetina hasta el día de la Santina».
Bueno, pues con agua o con sol; con orbayu y soleyeres en alternancia, ya se ven por «les cerezales » (los castellanoparlantes dicen cerezos), «les primeres cerecines» con su tentador color que va desde el rojo claro al bermellón vinoso.
Digo, y digo mal, que ya se ven les cereces en les cerezales.
Pequeña verdad, porque apenas se cultivan cerezos en Asturias y aquellas cerezas de antaño, tentación de robo, ya empiezan a ser recuerdo.
«Ir a cereces», cuando yo era rapaz, era una tradición obligada. No se iba solo, sino en grupo de chavales y chavalas, sin otra mala intención (por supuesto) que no fuera la de robar sin hacer daño a nadie.
Y se decían cantares y tonterías de juventud «pa quedar bien ante les moces», como los testimoniaba Aurelio de Llano en «Esfoyaza de Cantares Asturianos»:
«To regalate un gaxarte
y una cestiquina nueva
pa que me traigas cereces
de la cerezal gayera.»
O este otro:
«Comísteme les cereces
de la cerezal temprana;
comísteme lers cereces
y dexásteme la rama
Y más «pa con ello»:
«Toma, neña, esta ramina
cargadina de cereces;
non puedo date otra prenda,
por eso, non la disprecies»
¡Cómo no recordar ahora aquellas mujeres de los pueblos colunguesas que venían a Colunga con el burrín y en las alforjas una buena carga de cerezas, protegida la fruta con «fueyes de felenchu», para venderlas «a plataos»!
También eso es vivencia e historia local, hoy ya perdida.
Escribía Luis Lobera de Ávila, médico de Carlos I, que «el que comiere las cerezas tiene tres provechos porque la carne de esta fruta es generativa de buena sangre, engruesa y conforta».
Este médico aconsejaba optar por las «negras y duras y de carne gruesa, y se han de comer al final de la comida o la cena porque son pónticas y aprietan el orificio del estómago y así se hace mejor la digestión».
Andrés de Laguna, otro médico del emperador Carlos, opinaba algo parecido, pero con un matiz añadido: «Las cerezas que son dulces y siendo perfectamente maduras, molifican el vientre, aunque por otra parte se corrompen muy fácilmente y engendran en el cuerpo HUMORES PESTILENCIALES.
Lo escribo con mayúsculas como advertencia a nuestros lectores amigos.