POR FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CÁCERES
Un año más y van 30, se inicia el Festival de Teatro Clásico de Cáceres, unos días para que los amantes de la escena disfruten de obras que inundan de arte, oficio y color cada rincón de la ciudad monumental. Con el festival de teatro se pone punto final a la activa primavera local que, desde abril a junio, pone patas arriba la ciudad con todo tipo de celebraciones, sean de tipo religioso como la Semana Santa o San Jorge o de carácter profano y libertino como el Womad, Ferias o el Festival de Teatro. Todo tiene cabida en la apretada agenda cultural de la primavera cacereña.
La relación de Cáceres con el teatro viene de lejos. Sabemos de las representaciones de carácter religioso que se celebraban en el siglo XVI, junto a la fachada de la Iglesia de Santa María para celebrar el Corpus Cristi y también, de la existencia durante siglos de un corral de comedias, documentada su presencia hasta el siglo XVIII, donde cómicos de la legua, que deambulaban por toda España, efectuaron las primeras representaciones de teatro popular, por parte de bululú, ñaques, gangarillas, cambaleos, garnachas, bojigangas, farándulas y compañías de todo pelaje. Cualquier tipo de formación era válida para deleitar a un público, mayormente analfabeto, que encontraba en el teatro un espacio para el conocimiento y la diversión.
Como escribe Agustín de Rojas Villandrando, en un conocido pasaje de su obra El viaje entretenido publicada en 1603, los actores de antaño cobraban «a cuarto, pedazo de pan, huevo y sardina», otros comediantes «representan en los cortijos por hogaza de pan, racima de uvas y olla de berzas», mientras que las grandes compañías «traen cincuenta comedias, trescientas arrobas de hato, dieciséis personas que representan, treinta que comen, uno que cobra y Dios sabe el que hurta». Sin duda, el oficio de actor no era una tarea fácil, en una España que vivía un Siglo de Oro rebosante de miseria y saturada de censura para los menestrales del teatro, que malvivían en su transitar por aldeas y villorrios. Por ello el teatro clásico, el popular que divulgaban los seguidores de Lope de Rueda, Lope de Vega o de cualquier autor de comedias, debe seguir siendo una forma de reivindicar el honor, principalmente repudiado por causas morales, de aquéllos actores de los caminos que pagaron con creces su apuesta por trasladar a los escenarios el arte de la representación.
Las plazas y palacios del barrio monumental cacereño se disponen para que actores del presente nos introduzcan en el teatro del pasado. Se volverán a escuchar los textos que crearon Calderón, Lope, Moliere o Shakespeare. Todo ello aderezado con rutas teatralizadas por el viejo Cáceres, música barroca, danza clásica, cuentacuentos para aproximar a los niños al mundo del teatro clásico, exposiciones o cine. Sólo se echa en falta que a Rafael Álvarez ‘El Brujo’ se le nombre «hijo adoptivo» de un festival que tanto aporta a la vida cultural de la vieja villa, donde actores anónimos introdujeron el gusto por el teatro hace más de cinco siglos.