POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
El Diccionario explica que «arrimar uno el ascua a su sardina» significa algo así como «aprovechar las ocasiones en beneficio propio».
¡Vaya!
Basta ver el ejemplo que nos dan los políticos » cabezas de serie» para, sin más citas, entender tal significado.
Pero, ¿saben ustedes el origen de tal dicho?
Se lo cuento:
Antaño, era muy frecuente en los cortijos andaluces suministrar a los trabajadores, a la hora de la comida, unas sardinas que ellos mismos debían asar en la lumbre (la «candela») de la cocina. Era como un asado de sardinas enteras «a la brasa».
¿Qué sucedía?
Pues que si cada uno arrimaba las ascuas a sus sardinas, algunos se quedarían sin brasas y la cocina hasta sin candela.
Tan acusado se manifestaba este «egoismo» que en algunos municipios, como en el sevillano de El Viso del Alcor, hasta llegó a prohibirse el suministro de sardinas en los cortijos para evitar discusiones y reyertas entre los trabajadores.
A mi me gustan mucho las sardinas grandes («les sardinones») bien asadas por entero, a la plancha o a la parrilla.
Me recuerdan aquellas «sardineras» de Lastres cuando, con el barcal en la cabeza repleto de sardinas recién pescadas, ofrecían su producto voz en grito: «¡Hala , que vienen bullendo!».
¡Ay!, aquellas pescaderas rebosantes de sal y de gracia, de las que desconocíamos su nombre pero sí conocíamos su apodo: ¡La Caperucha, La Chatilla…!
Eran otros tiempos.
Hoy vamos a prepararlas «encachopadas».
Ya evisceradas, exentas de cabeza y lavadas al chorro de aguara fría, se abren «a la espalda» quitándoles la espina central. En una de las «mitades» se extiende una loncha de queso y sobre ella otra de jamón serrano. Se cierra con la otra mitad.
Se pasan por harina, huevo batido y pan rallado y fríen en aceite hasta dorar.
Se ofrecen emplatadas (tres por persona) en compañía de lechuga y tomate en ensalada.