POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Recuerdos de la infancia, en los parajes de Ulea, me traen a la memoria aquellos arroyos, brazales y acequias; además de nuestro serpenteante río Segura. Por ellos discurrían aguas cristalinas; aunque no fueran potables. Para los uleanos, el río Segura era nuestra playa, ya que no existían las piscinas públicas y, solamente nos podíamos bañar en el río o en alguna balsa. También, los pescadores de agua dulce, lanzaban sus sedales con anzuelos, con el fin de capturar sus peces qué, unas veces lo hacían como entretenimiento y otras para adobar en sus casas o para venderlos; pues, en Ulea, siempre han habido pescadores profesionales, tales como la familia Yepes (los abuelitos) y «los vicentitos».
Nosotros, los chiquillos, nos arrimábamos a los quijeros de acequias y brazales para, sencillamente, ver fluir sus aguas, escuchar su rumor cuando se formaba algún remolino y, cómo no, escuchar el croar de las ranas. Las aguas de estos brazales y acequias, regaban las fértiles huertas de Ulea y, también, eran utilizadas para el servicio doméstico y para abrevar a los animales caseros y de carga; dado que no existía ninguna red de agua potable en el pueblo, pues el advenimiento de las aguas del Taibilla ocurrió bastantes años después- se gestaron el día 21 de junio de 1930 y fueron una realidad 25 años después- y entonces, aparecieron fuentes públicas y agua potable en todas las casas del pueblo. Como consecuencia, al mismo tiempo, se construyo el alcantarillado del pueblo con el fin de eliminar las aguas residuales.
Ya los árabes, también los romanos, nos trajeron unos artilugios; tales como norias y aceñas que conseguían elevar las aguas a los bancales a donde no podían llegar sus aguas. También, algunos terrenos que estaban entre 40 y 80 centímetros más elevados que el nivel de la acequia, eran regados por el sistema de «Rafa». Aunque el agua fluía por canales artificiales, nos permitía ver circular las aguas y oír el murmullo que formaban cuando se atropellaban entre si; en los recodos, formando sus remolinos espumosos.
Los tiempos han cambiado y, en aras del progreso, algunos tramos de los ríos, se han canalizado bajo tierra y, en las acequias y brazales, apenas nos dejan ver sus «partidores», «brencas» y «tablachos». Por si fuera poco, los riegos de las huertas uleanas, de forma paulatina, se van transformando en «riegos por aspersión y por goteo».
Las consecuencias son bien claras; cada vez vemos menos esos vetustos brazales y acequias y hemos perdido la contemplación de aquellas aguas que circulan presurosas por sus cauces, así como los saltadores «caballitos de agua, o de mar», aquellas ranas que saltaban croando, aquel rumor que producían las aguas en sus remolinos y, también por qué no decirlo, inmundicias que los vecinos vertían en sus cauces.
Cada vez más, aquellos recuerdos son historia de un pasado reciente que «el progreso» ha ido eliminando. No obstante, es cierto que, las canalizaciones de las aguas protegen a los ciudadanos de accidentes indeseados (ahogamientos) y, el aprovechamiento de las aguas es muy superior. Además, por fortuna, las infraestructuras hídricas nos han traído agua potable a la casi totalidad de los ciudadanos uleanos y, como consecuencia, desagües de casas y corrales que, por su sistema de alcantarillado, vierten sus aguas residuales, generalmente, en las acequias y el río.
Tengo claro que la realidad es palpable y, los beneficios a nivel económico y sanitario han supuesto uno de los mayores adelantos del siglo XX. Sin embargo, no puedo alejar de mi subconsciente, la nostalgia que me produce el no poder contemplar el discurrir de las aguas cristalinas por aquellos arroyos, brazales y acequias, amenizadas con sus sones al precipitarse las aguas en sus remolinos y el croar de las ranas.