POR ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓN
Tuvo ayer la satisfacción de asistir el autor de esta columna a la ubicación en el presbiterio de la concatedral de Santa María de Castellón de los dos últimos murales que ha pintado Vicente Traver Calzada.
Una potente grúa ubicó bajo el motivo de la dedicación e institución de la iglesia el de las bodas de Caná y bajo la escena del evangelio de San Marcos en la que se le refiere a Jesús que fuera de la estancia en que él predica, están su madre y sus hermanos, la del niño perdido y hallado en el templo. Dos motivos en los que la Virgen, dedicataria del templo, es protagonista como en las demás pinturas y en particular en la central de la Dormición y la Asunción.
Asimismo, se trasladó la escultura del Crucificado que pendía del ábside y dificultaba la contemplación de los lienzos, ubicados sobre el eje absidial, a un lateral del altar mayor en simetría con la imagen de la Inmaculada dieciochesca de Esteve Bonet.
De este modo la cabecera del templo se ennoblece con dos nuevas aportaciones del siempre noble y meritorio arte de Traver Calzada, que suponen ya no solo un testimonio de la pintura religiosa, de la cual, en estos tiempos de destacado instinto laico, andamos bastante escasos, sino del arte en particular y más aún del enriquecimiento del patrimonio plástico de la localidad, que está al alcance de todos los ciudadanos.
Por otra parte, siempre una pintura de calidad, esté ubicada donde esté ubicada, es un aliciente que atrae al público y muy en particular al turismo. Bien haya.