POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

Parece ser que los utensilios que utilizaban nuestros antepasados cuya materia prima, era y es, «el esparto», ha vuelto por sus fueros y está de rabiosa actualidad.

Antaño, de la recolección y manipulación del esparto, obtenían un dinero con el que se ganaban la vida, el 75% de los uleanos. Generalmente lo compaginaban con la agricultura y, durante 40 años, el tiempo que permanecieron en producción las galerías de la minería; desde el año 1884 hasta el 1915, en el que se clausuró la última mina.

Los trabajadores del esparto acudían con sus caballerías a las laderas de las montañas circundantes del término municipal de Ulea; con el fin de arrancar el esparto de las atochas y transportarlas en sus animales de carga.

Los industriales del esparto tenían cercano a su trabajo, unos puestos de compra del esparto, con la presencia de un «romanero»; así denominado porque, a pie de la montaña, les pesaba el esparto y les pagaba su importe. Sin embargo, otros lo traían al pueblo, lo cocían en unas balsas que acondicionaban en el río- las más apropiadas eran las que había a la parte de abajo de la presa de El Golgo. Una vez cocido, lo sacaban de las balsas y lo maceaban en las piqueras que había junto al «Corralón»; con la finalidad de que dicho esparto fuera lo mas maleable posible y no pinchara a quienes lo manipularan. Con él, hacían lías, cordetas, sogas, maromas que según el grosor servía para hilvanar cañizos, apuntalar cielos rasos de cuevas, barracas, corrales y caseríos; así como confeccionar asientos de sillas y mecedoras.

Entre los que trabajaban el esparto, sin cocerlo, lo entretejían y, con él, hacían fundas para cántaros, botijos, palanganas, orzas, cachuleros para la recogidas de caracoles, tras la salida del sol de la lluvia; y otros objetos que precisaban ser protegidos. Durante unos 80 años, también se hacían esparteñas: calzado idóneo para transitar por las veredas de la huerta y el campo. Algunos las querían para todo uso.

Un porcentaje importante, lo llevaba directamente a las piqueras, para ser maceado, o bien se lo vendían crudo a los artesanos del pueblo de Ulea; en especial al taller artesanal regentado por José María Carrillo López, desde el año 1884, quien tenía como operarios a sus hijos Dámaso, Blas José y Joaquín Carrillo Benavente; ya que su única hija, Dorotea Isabel, se dedicaba a las labores de la casa, ayudando a su madre Francisca Benavente Campoy; tal y como era la costumbre en aquella época de finales del siglo XIX.

Como el tío José María Carrillo, el Botijón, también trabajaba la arcilla, allí se confeccionaban ladrillos, tejas, orzas, tinajas, librillos, ollas, cazos y cazuelas, de allí, de su taller, salían las piezas revestidas con las fibras de esparto entrelazadas, protegiendo las vasijas y dándoles un aspecto mas vistoso. Todos en el pueblo y gran parte de la comarca, tenían fama de ser «unos manitas».

Usando agujas de pleita, cosían capazos, cestos, seras, serones, sarrias, sarrietas, cinchas, recinchos y todo tipo de adornos de los que se encaprichaban sus clientes.

A partir del año 1950, aparecieron otros materiales más suaves, vistosos y económicos y, por consiguiente, declinó el uso del esparto a nivel artesanal. No obstante, bastantes uleanos realizaban algún trabajo de encargo y, aún hoy, siguen haciendo figuras alegóricas con el esparto; aunque estos trabajos sean testimoniales.

Ahora, con la contaminación de la atmósfera, de los glaciares y de los mares; por el uso de materiales sintéticos, tales como los plásticos y sus derivados, cuya destrucción tarda en ocurrir una gran cantidad de años, se ha comprobado que volviendo a trabajar el esparto, podremos paliar el efecto nocivo sobre la biosfera, tan perjudiciales para la naturaleza y los seres vivos.

Por tal motivo, comienzan a proliferar las exposiciones con objetos para todos los gustos, fabricados con esparto; como si hubiéramos retrocedido a épocas de antaño. Sí, aparecen stand con todo tipo de figuras confeccionadas con esparto: las necesarias y las de capricho. ¡Vivir para creerlo!