POR JOSÉ LUIS ARAGÓN PANÉS, CRONISTA OFICIAL DE CHICLANA DE LA FRONTERA (CÁDIZ)
La historia de Chiclana está llena de personajes relevantes que fueron en su tiempo y época figuras notables, modelos de hombres y mujeres que destacaron en la sociedad. Unos fueron naturales de aquí, otros llegaron de fuera y se integraron en ella amándola como verdaderos hijos. A muchos de ellos los desconocemos, y aún más desconocidos son aquellos descendientes de chiclaneros que nacieron y vivieron en otros lugares alejados de Chiclana, la ciudad en la que vieron la luz primera sus progenitores. En la actualidad, esta generación de hijos de chiclaneros es cada vez mayor, y mucho más representativa en este mundo globalizado. Sin embargo, hemos de echar, al menos de vez en cuando, una mirada al pasado, a otro tiempo. Es el caso que hoy sacamos de las páginas de la Historia.
El próximo día 29 de febrero se cumplirán 200 años del nacimiento de nuestro personaje de hoy. Era hijo del chiclanero Pedro Rivera Jiménez (1789-1832); de familia humilde y emparentada con el presbítero Martín Jiménez –enterrado en la cripta de la iglesia de San Juan Bautista–. En la España de la posguerra de la Independencia, siendo subteniente del Regimiento de Navarra, embarcó en la fragata “Sabina”, y tras 66 días de navegación, desembarca en el puerto de Veracruz, el 18 de junio de 1815.
Pedro casó con María Eustaquia San Román Padilla, de la que nacieron siete hijos. El segundo de ello, bautizado con el nombre de José Agustín, es nuestro protagonista. Nació en la actual Lagos de Moreno, el 29 de febrero de 1824. Ingresó de joven en el seminario de Morelia, y más tarde en el de Guadalajara. Así, Agustín se convirtió en sacerdote y doctor en Derecho Civil. Además de jurista, fue filósofo, historiador, educador y editor. Como presbítero fue capaz de romper con los viejos esquemas que, en el México novohispano dejó impregnada la huella de un cristianismo postconcilio de Trento. Abogaba por dejar atrás, en el último tercio del siglo XIX, la superstición para encontrar una nueva luz, la de la razón, en un modelo de cristianismo más cercano a la justicia social que al fanatismo. Su misión no era en absoluto atacar a la Iglesia, pero sí transformarla. En sus escritos, trataba de concienciar a la jerarquía eclesiástica a un cambio de modelo. Y, a sus feligreses, despertar a una nueva realidad religiosa. Le tacharon de acatólico, sospechoso de la fe cristiana. Nada de eso fue, sino “católico, apostólico y romano”.
En 1867 visita Europa: Londres, Roma… y en 1868 conoce la tierra de su padre, Chiclana, meses antes de la revolución de “La Gloriosa”. Vuelve a México y regresa a Lagos de Moreno, donde permanecerá durante muchos años atendiendo espiritualmente a sus feligreses, al tiempo que continuaba su incansable labor histórica y filológica, estudiando e investigando la historia de México. Hemos de decir que, fue fiel testigo de la Guerra de la Reforma y del Segundo imperio –el de Maximiliano y Carlota– en México. Durante este periodo –el de la Reforma– fue detenido y estuvo a punto de ser fusilado. También sería denunciado y acusado públicamente en la prensa por tener amigos liberales.
En la biografía que escribió su sobrino político, el doctor y escritor Mariano Azuela (1873-1952), autor de la imprescindible novela “Los de abajo” (1916), dijo de él: “[Exhibió] a los dominadores y explotadores del México Colonial con documentos pacientemente recogidos y al alcance de cualquier lector para su fácil comprensión, y de haber demostrado la incomprensión de la inmensa mayoría del clero mexicano de nuestras luchas de Independencia y de Reforma”.
A partir de 1868, en Lagos, será capellán y director de las Capuchinas. En aquel convento capuchino, al año siguiente, inaugurará un liceo en el ala noroeste que, como ha escrito su descendiente, Óscar González Azuela, doctor en Humanidades y cronista oficial de la ciudad de Lagos de Moreno, fue “el lugar de transformación de la sociedad laguense”.
Al fundarse la Universidad Nacional de México fue el único intelectual mexicano que recibió el grado de “doctor honoris causa”. Participó en numerosos eventos como orador, pues fue uno de los grandes de su época, siempre sin arrugarse, diciendo verdades como puños. Nunca se retractó de cuanto dijo y escribió en sus 156 escritos, folletos y libros de temas tan diversos como los lingüísticos-filológicos, filosóficos, históricos y de literatura.
Falleció el 6 de julio de 1916 en la ciudad de León, Guanajuato (Jalisco), a los 92 años de edad. Hubo de pasar un lustro desde su defunción para que su obra, “Principios Críticos del Virreinato en la Nueva España”, fuese publicada por la Fundación de la Secretaría de Educación Pública –por acuerdo del presidente mexicano Álvaro Obregón (1880-1928)–. Está enterrado en el mausoleo del panteón de Belén, en Guadalajara (México). No solo en el país hermano, si no también en nuestra ciudad, sigue viva la estirpe de Pedro Rivera.
Publicado hoy en El Periódico de Chiclana, pp. 18-19.
Bibliografía:
-GONZÁLEZ AZUELA, O. (2012): “El doctor Agustín Rivera, testigo de la Guerra de la Reforma y el Segundo Imperio”. Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Propaganda y diseño, centro de producción gráfica. México.
-GONZÁLEZ AZUELA, O. (2016): “Agustín Rivera y Sanromán”. En Tlacuilo, Órgano informativo del Colegio Municipal de Cronista de Lagos de Moreno, A. C. Propaganda y diseño. México
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