POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ).
Mi participación este año como Cronista Oficial de Lobón en la Revista de Feria ha consistido en dos artículos: “La Infanta doña Isabel de Borbón (La Chata), en Lobón, 6 de julio de 1916”, y “Un mojón kilométrico en recuerdo de los caminos y carreteras que cruzaron Lobón”. La Infanta doña Isabel de Borbón y Borbón (1851-1931) nació el 20/XII/1851 en el Palacio Real de Madrid. Hija primogénita de Isabel II y Francisco de Asís, constituyó cierta esperanza de paz y estabilidad para el reinado, golpeado por las cruentas guerras carlistas. Su nacimiento fue recibido con honores de futura reina por la necesidad de garantizar la sucesión a la Corona y ante la falta momentánea de heredero varón. La Infanta fue la primera en llevar el título de Princesa de Asturias, gracias al Decreto que había aprobado su madre en 1850, el cual permitía la sucesión inmediata, fuera hombre o mujer.
Mi participación este año como Cronista Oficial de Lobón en la Revista de Feria ha consistido en dos artículos: “La Infanta doña Isabel de Borbón (La Chata), en Lobón, 6 de julio de 1916”, y “Un mojón kilométrico en recuerdo de los caminos y carreteras que cruzaron Lobón”. La Infanta doña Isabel de Borbón y Borbón (1851-1931) nació el 20/XII/1851 en el Palacio Real de Madrid. Hija primogénita de Isabel II y Francisco de Asís, constituyó cierta esperanza de paz y estabilidad para el reinado, golpeado por las cruentas guerras carlistas. Su nacimiento fue recibido con honores de futura reina por la necesidad de garantizar la sucesión a la Corona y ante la falta momentánea de heredero varón. La Infanta fue la primera en llevar el título de Princesa de Asturias, gracias al Decreto que había aprobado su madre en 1850, el cual permitía la sucesión inmediata, fuera hombre o mujer.
Durante su infancia asumió una educación acorde a las responsabilidades de rango, además de participar en las ceremonias de la Corte. Cuando nació su hermano, el futuro Rey Alfonso XII, en 1857, perdió el título de Princesa de Asturias. A partir de entonces adquirió la categoría de Infanta hasta el final de sus días.
Una Infanta popular y castiza. Su compromiso.
Siendo una niña, la Infanta comprendió cuál era su deber como miembro de la Corona. La nieta de Fernando VII, supo mantenerse alejada de toda intriga palaciega y evitó a toda costa la polémica vida de su madre y abuelo.
La dramática muerte de su marido y la situación política de su país alteró sus planes vitales. Cuando se instaló en París, su principal papel fue el de aconsejar a su hermano Alfonso, entonces príncipe, y colaborar en la restauración de los Borbones junto a don Antonio Cánovas del Castillo. En aquellos días, la Infanta escribió: “Es necesario darse a conocer y que la Familia Real trabaje por el bien común”. Un propósito que siempre tuvo en su comportamiento.
La noción de servicio a la Corona fue, para ella, fundamental. Su empeño en mejorar la imagen real la llevó a emprender una serie de viajes por toda España, como ya había hecho cuando era niña al lado de su madre, donde conquistó a sus súbditos vestida con el traje regional. Isabel era consciente de su rango, pero a la vez amiga de la llaneza y la sinceridad del pueblo.
Inteligente, ingeniosa y cercana, le gustaba el contacto con la gente sencilla del pueblo en verbenas, romerías y en las corridas de toros. También es recordada su visita a pie a los Sagrarios madrileños la tarde del Jueves Santo. La gente la llamaba democráticamente “La Chata”, por su carácter generoso y popular. Lejos de molestarle, le complacía que así la llamasen, porque en ello iba la manifestación de un sincero cariño. Buscaba su contacto para compartir tanto sus alegrías y dolores, para mezclarse con él en los momentos de regocijo tradicional.
La Infanta recorrió toda España, la representó en el exterior e hizo una gran labor benéfica. Pagaba carreras, concedía pensiones para estudios, ayudaba a labrarse un porvenir en la industria, el comercio o el arte y donaba importantes cantidades. Dedicó su vida a apoyar primero a Alfonso XII, después a la Reina María Cristina y finalmente a Alfonso XIII, llevando la Corona a donde no llegaban los Reyes.
La visita a Lobón
La Infanta doña Isabel estuvo en Trujillo desde el mediodía del 5 de julio, hasta las diez de la mañana del día siguiente, hora en que se puso en camino para efectuar su anunciado viaje a la capital de Badajoz. Procedente de Mérida, en la entrada de Lobón esperaba todo el vecindario con el alcalde presidente don Joaquín Chorot de Coca y el Ayuntamiento en pleno y todas las autoridades. También fue obsequiada la Infanta con un ramo de flores y se despidió entre aplausos y vivas. Al llegar a la caseta de peones camineros situada cerca del puente sobre el río Guadajira, en una frondosa alameda, se detuvo la comitiva, donde la Infanta tomó té y descansó breves momentos.
A las cinco de la tarde se emprendió otra vez la marcha llegando a Talavera la Real. Donde fue recibida por varias autoridades de la capital y una larga caravana de automóviles con distinguidas familias de Badajoz y provincia, llegando a las seis y veinticinco frente a la barriada de San Roque.
La llegada de la II República la sorprendió A DOÑA Isabel de Borbón en su palacio de la madrileña calle Quintana (Argüelles) con 79 años, enferma de esclerosis y postrada en una silla de ruedas. Fue el único miembro de la Familia Real al que el nuevo régimen republicano permitió que se quedara en Madrid, pero ella quiso partir con los suyos hacia París, donde murió a los pocos días, el 23 de abril de 1931 en una residencia de monjas. En la capital francesa permanecieron sus restos hasta 1991, cuando el Rey Juan Carlos I decidió traerlos de vuelta a ese Madrid bullicioso al que ella tanto amó.