POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Cuántas veces hemos oído decir aquello de que la cara es el espejo del alma, y en cuántas ocasiones hemos juzgado a una persona por su físico, sin pararnos a pensar de que tras éste podía haber algo más valioso y agraciado, como podría ser su grandeza de corazón. Por desdicha, a los humanos siempre nos ha repugnado de forma despiadada la visión de un rostro maltrecho, ya fuera de nacimiento o por accidente. Incluso, la persona afectada busca evitar la impresión que pudiera causar a los demás, ocultando su cara con una máscara. Me viene a la memoria aquella película en que el personaje, tras verse sumergido en un incendio provocado quedaba desfigurado, viéndose condenado de por vida a ocultar su rostro. Es aquella cinta titulada `Los crímenes del museo de cera´, interpretada por Vicent Price y que marcó un hito en la industria cinematográfica con el nuevo sistema de tres dimensiones, haciendo acudir al espectador con unas gafas de cartón con papel de colores como cristales que facilitaban la tridimensionalidad de forma tal real, que veíamos cayendo sobre nosotros las vigas ardiendo del museo de cera. Pero, película al margen, y en un plano más real, son muchas las caras que encontramos a diario que ocultan realmente las verdaderas intenciones o la falsedad de la persona a que pertenece. Incluso, a veces, vemos a personajes con más de una cara, como si de una hidra se tratase. A estas múltiples caras y a falsedades nos vamos acostumbrando, al oír todos los días que hay cosas que no van a ser alteradas y como a continuación, le dan la vuelta y la modifican siempre en perjuicio del ciudadano, o mejor dicho, del contribuyente.
Pueden decirme a cuento de qué viene todo esto. Sin embargo tiene su justificación: cara o rostro, e impuestos. Para explicarnos regresemos en el tiempo, como si circuláramos por el famoso túnel, y situémonos en los años posteriores de la Guerra de Sucesión, tras la abolición de los Fueros y la implantación del Decreto de Nueva Planta por Felipe V. En esos momentos, en nuestra zona existían varios impuestos y se comenzó a sangrar a los ciudadanos con otros nuevos que estaban vigentes en Castilla. Esta situación de solapamiento fiscal entre los que ya estaban con los que se importaban, ocasionó bastantes desajustes económicos en nuestro territorio, obligando a buscar soluciones con objeto de que los ingresos de la Corona no se vieran mermados. Ante ello, se decidió crear un único impuesto que englobase a todos, siendo su valor por el total de los mismos. Lo cierto, es que se no pretendió que el ciudadano pagase menos, sino que lo hiciera por lo mismo y todos juntos. Este impuesto único, en nuestra zona, pasó a denominarse como `equivalente´ y afectaba a los ciudadanos proporcionalmente a sus posibilidades económicas, siendo una cantidad fija que quedaba establecida por el reparto que se efectuaba entre los vecinos, en función del cupo que se asignaba a cada población. Hasta aquí, ya teneos el impuesto conocido como `real equivalente´. Ahora vayamos a lo de la cara:
Había pasado casi un siglo desde la implantación del Decreto de Nueva Planta y el citado impuesto estaba en vigor. En el cabildo municipal de 12 de septiembre de 1808, se trató sobre un memorial dirigido al gobernador Juan de La Carte, por parte de una mujer, en el que solicitaba que a su marido «se note por fallido en el ramo de equivalente por su constitución miserable y enfermedad habitual». El memorial textualmente decía así: «María Carbonell mujer de Josef Ripoll maestro sillero a V.S. con el mayor respeto expone; que éste muchos años hace está padeciendo un cáncer en el rostro que le tiene incapacitado para trabajar y le priva de ser visto de las gentes por su asquerosidad y miseria, causa por la que se ve precisada la suplicante a mantenerlo de limosna y con el mayor trabajo, e infelicidad, por lo se ve imposibilitada a poder contribuir con el Real equivalente, ni ninguna otra especie de contribución en cuia atención a V.S. suplica se sirva declararla exempta de la contribución arriba dicha y demás, que impusieren, favor por el que rogará a el Altísimo le guíe la vida, para consuelo de este pueblo».
La magnanimidad del Ayuntamiento concedió a lo demandado, acordando «que se ponga en la clase de fallidos». Y, yo reflexiono sobre qué diferencia con hoy en día, en que cuando surge un problema de este tipo en vez de suavizar, se asfixia aún más al contribuyente, e incluso jugando a despistarlo. Y, con ello, concluyo retomando lo que antes exponía de la cara como reflejo del alma: si por un casual y por desgracia se ven afectados por una discapacidad, en la declaración de renta existe compatibilidad con cuatro deducciones. Sin embargo, al recibir el borrador de la citada declaración, aunque consta fehacientemente que se es discapacitado y que, aun siendo así trabaja; queriendo o sin querer, esto segundo se le olvida al funcionario o a la máquina que elabora dicho borrador, con lo cual si cuela…, cuela. Por contrario, al corregir el dichoso borrador si incluye que el discapacitado trabaja, tal como se demuestra en el mismo; si la declaración es positiva pagará menos, y si es negativa le devolverán más. Qué diferencia con la municipalidad oriolana del siglo XIX, que eximía del pago del real equivalente a una persona discapacitada, mientras que con el fisco de ahora se juega al despiste, mostrando que su cara, sí es el reflejo de su alma. Porque si hubiera más generosidad por parte de Hacienda con los contribuyente, no dudarían éstos en elevar oraciones al Altísimo para que la guíe en su «vida, para consuelo de este pueblo».
Fuente: http://www.laverdad.es/