POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTINEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
-(Hasta los profesores acudían en madreñas a impartir clase en la Universidad de Oviedo en el siglo XIX)-
Incierto es el origen de las madreñas, ese tipo de calzado que era fabricado casi siempre de forma artesana, de una sola pieza de madera.
Muy utilizadas en algunas zonas del norte de España -pero de manera especial en Asturias- tanto como calzado de trabajo en el campo, con la ganadería, protector de la humedad en todo tipo de explotaciones, granjas, escombreras mineras, fábricas de conservas y para otros usos en la lluviosa Asturias.
En una región como la nuestra hablar de madreñas es recordar una cultura que -como la rural- convivió durante muchísimos años con ´caleyas´ embarradas, caminos sin asomo de asfalto y praderías que requerían de una calzado que solucionase el poder trasladarse a los sitios sin mojarse los pies y -a ser posible- sin que éstos se enfriasen.
Así, el calzado autóctono inventado por la cultura popular se hizo presente en diferentes áreas de la Cornisa Cantábrica.
¡Cuántos alisos, nogales, hayas, abedules -aún en su madera verde- pasaron por las manos de los madreñeros de antaño, personajes ya casi en extinción!
Aún se ven en los pueblos no pocas ´madreñas de zapatilla´ en la actualidad, a las puertas de algunas casas, que vienen a recordarnos cómo era el calzado de generaciones y generaciones de nuestros antepasados, calzado desplazado por el arrollador empuje de la ´modernidad´.
Detengámonos hoy en el encantador prólogo que -a finales del siglo XIX- el escritor ovetense Ramón Pérez de Ayala escribió para el libro: “Superchería. Cuervo. Doña Berta”, del gran Leopoldo Alas “Clarín”.
Dice así:
“Al iniciar mi carrera de Leyes, los catedráticos asistían a la Universidad con levita cruzada y sombrero de copa alta, amén de chanclos de goma y paraguas, pues Oviedo es una de las ciudades donde más llueve de todo el universo.
Los chanclos de Boston eran una novedad, de origen ultramarino, recibida desde luego con el más solícito y unánime acogimiento; símbolo, por otra parte, de los grandes adelantos conseguidos por la civilización del siglo XIX, que en general se preocupaba más de proteger los pies por fuera que de fomentar la cabeza por dentro..
Antes, y desde siglos, en Asturias se usaban las almadreñas, especie de zueco o coturno en madera de haya, con tres pies por la base, para no hundirse en el lodo, de manera que quien se las ponía ganaba unos cinco centímetros de alzada.
Dentro de las almadreñas, de hechura de nave fenicia, con relevada y puntiaguda proa, se inmiscuía el pie, calzado con botines o zapatos elegantes de visita.
Para mayor comodidad y molicie se acostumbraba a revestir el interior de las almadreñas con lecho o forro de heno seco.
Cuando los ovetenses iban de visita, de tertulia o al casino, se despojaban de las almadreñas al entrar, y las dejaban hasta la salida en el zaguán, enfiladas como góndolas en embarcadero, o las balandras de los musulmanes en el porche de la mezquita.
Al comenzar mi carrera de Leyes, algunos profesores viejos proseguían fieles a sus almadreñas…”
El declinar el uso de las madreñas en la ciudad no tuvo su correspondencia en los pueblos y aldeas de Asturias, donde aún resuenan las pisadas de pies calzados con ´madreñes´… no sabemos por cuántos años más, visto el declive agrario y desplome demográfico actual que ya dejó vacíos 800 pueblos, otras 3.000 localidades tienen menos de diez vecinos, y en otras 350 sólo vive una persona.
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez