POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Hasta donde sé, el cuerpo y alma de la Virgen subieron al Cielo sin morir de todo, traspuestos. Peregriné a Jerusalén, al monte Sión, cerca de las murallas, y entré en la abadía de Hagia María, o templo de la Dormición, donde dicen que fue asunta; me arrodillé ante el sepulcro, en el valle de Cebrón, al pie del monte de los Olivos; ahí, aseguran, la depositaron tiesa; viajé a Zaragoza y vi el Pilar donde se posó en el año 39, poco después de lo de su Hijo, quizá en pruebas de vuelo antes del tránsito definitivo; también sabemos de sus viajes a muchos lugares, entre otros Loreto, en Dalmacia, donde la nombraron patrona de los aviadores; y en Turquía, cerca de Éfeso, a siete kilómetros de Selçuk, entré en la que certifican como su última morada en la Tierra, su Cabo Cañaveral. Semejante incertidumbre y desarraigo afecta al folclore y al vino que tiene Asunción, que no es blanco ni tinto ni tiene color.
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