AUSENCIAS
Feb 07 2016

POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)

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Ha pasado la Navidad, pero el agotamiento durará. Son unas fiestas que no tienen tregua. Con su pizca de crueldad. Porque el derroche de felicidad propia a veces es una provocación ante la tristeza ajena. Es como quien hace ostentación de riqueza frente al hambriento, una ofensa. Al menos ya no hace falta sonreír a todo el que te cruzas. Volvemos a ser nosotros mismos, porque, como dice una copla “por más vueltas que le doy, por más veces que lo intento, no puede dejar de ser quien soy”. Sabiduría popular.

A mí lo que más que duele en Navidad son las ausencias. Creo que le pasa igual a casi todos los que tienen algunas canas. Por eso las Navidades, las que hoy se viven en este mundo tan consumista, están pensadas sobre todo para los niños. Ellos tienen menos ausentes. Y si los tienen, los olvidan pronto. La naturaleza es sabia.

Enero es un mes para recuperar fuerzas. Para reflexionar. O sea, un mes feo, como Febrero. En febrero se me murió mi padre antes de lo que debía. Desde entonces no me gusta la Navidad, por más vueltas que le doy, por más veces que lo intento…Para colmo desde chica oí contar a mi madre que mi abuelo Enrique, su padre, se murió en Nochebuena. Esa ausencia la he sentido menos hasta ahora, cuando me he vuelto a convertir en abuela, por Navidad. Porque es muy triste no conocer a tus nietos, una de las mayores alegría que nos regala la vida. Aunque no estoy segura de que mi abuelo Enrique hubiera disfrutado mucho de los nietos. De él he oído que nació en un pueblo almeriense. Que tenía más “Don” que “din”. Que acaso buscó a mi abuela María para casarse porque era viuda, joven, guapa, sin hijos y con algunas finquillas, para un pasar la vida, sin lujos ni hambre. Que no le hizo mucha ilusión comprobar que la viuda era fértil, porque pronto entraron en la casas tres hijos, que darían la lata, como todos los niños. También se cuenta de este abuelo que no era muy trabajador; ni muy de Iglesia, aunque jamás hizo daño a nadie ni se metió en política. De hecho tenía amigos republicanos, con los que se iba de vez en cuando a cazar perdices por los montes alpujarreños. Pese a todo cuando la Guerra Civil tuvo que huir para que no lo mataran los milicianos; acaso por cazar perdices, o porque se ponía a veces chaqueta y un pañuelo de seda blanca en el cuello. Llego a Granada andando, sin un duro, y con una hernia. Allí malvivió hasta el 39. Cuando volvió al pueblo se había convertido en un anciano prematuro, que remató el tabaco, la bronquitis y el frio antes de convertirse en abuelo. Una pena. Aunque peor les fue a mis otros abuelos ausentes, los paternos. Ella, Anastasia, se murió joven en la guerra, de sustos y de pena. Los republicanos ocuparon su casa y les amenazaban de muerte por no darles un dinero que no existía. Sus hijos habían escapado hacia Granada, entre ellos mi padre, que tenía 14 años y tuvo que trabajar como un hombre para alimentar a los otros hermanos. Le robaron la juventud para siempre. No pudo estudiar. A los 18 años tenía una familia a sus espaldas. Mi abuelo Antonio nunca superó la ausencia de su mujer. Sobrevivió a la guerra, pero ya estaba muerto por dentro. Llegue a conocerlo, pero conmigo nunca ejerció de abuelo. Se escondía del mundo trabajando la tierra. A veces lo vi subido en un burro al atardecer, volviendo de su soledad. Me acariciaba con la mirada y me daba un zanahoria del huerto. Entonces no había chuches para los críos. Se murió también pronto, en invierno, sin dar guerra a nadie. Padecía del corazón. Normal. Al menos tuvo contacto con mis primos, que le arrancarían alguna sonrisa. Eso quiero pensar, porque me consta que era un hombre bueno.

Ahora, cuando los abuelos podemos gozar de los nietos sin tantas heridas en el cuerpo y el alma como nuestros ausentes, hay quien quiere revivir odios antiguos y buscar culpables del ayer. Yo solo sé que de mis cuatro abuelos solo una, María, siempre de luto, fue capaz de sobrevivir lo suficiente para acunar nietos. Que a los otros tres los mató la guerra incivil, de un modo u otro. Por eso detesto la violencia, venga de donde venga. Por eso en Navidad se me pone un nudo en la garganta cuando pienso en los ausentes, propios y ajenos. Por eso doy gracias a ellos por hacer posible que hoy vivamos en un mundo mejor, y disfrutemos de los nietos que nos llegan, el mejor regalo de Reyes. Eso pensamos mi papelera y yo en esta cuesta de Enero que comienza.

¡Bienvenido Gonzalo!. Soñamos en un mundo mejor para ti y tus primas, Valeria y Nuria, ya en camino. Y para todos los niños. Os queremos.

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