POR JESÚS SANCHIDRIÁN GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE ÁVILA
La serie que ahora presentamos surge de la pasión por la fotografía antigua y de su contemplación hasta ensimismarse. Contagiar estos sentimientos resulta fácil, pues basta fijar la mirada atenta en las estampas y postales que se agolpan en las páginas que siguen.
En esta ocasión sólo se pretende mostrar una sucesión de imágenes que hablan de la historia gráfica de Ávila con voluntad de que se retengan en la memoria, pues ahora no se escribe la historia, sino que se siente. Y este texto, que quiere servir de presentación al recorrido de la ciudad a través de la tarjeta postal ilustrada, parte de aquel hecho centenario que supuso la moda de enviar y coleccionar postales ilustradas que alcanzó especial auge a principios del siglo XX.
Ávila tiene un especial atractivo en la fascinante historia de la tarjeta postal ilustrada, el primer fenómeno de democratización de la imagen desde la aparición de las primeras fotografías en 1839. A través de las postales ilustradas conocemos la evolución arquitectónica de la ciudad, descubrimos su riqueza monumental, observamos antiguas formas de vida y entablamos lazos de paisanaje con los hombres y mujeres que nos precedieron. Y ahora, la ciudad retratada se resume, de algún modo, a golpe de vista, como quien mira una instantánea, con sucesión de impresiones y datos que se apuntan para la historia de Ávila.
Y en este viaje a través del tiempo, en un periodo que va desde 1897 a 1950, nos servimos de la presente guía visual postales que son una sucesión de fotogramas de la película de una ciudad que quiere sentirse viva.
El guión que seguimos entonces ofrece secuencias que comienzan con una introducción sobre la tarjeta postal y sus orígenes. A continuación, comentamos su función didáctica y lo que supuso la popularización y difusión de la imagen postal, nos detenemos en la original visión de los retratistas de la ciudad y llamamos la atención sobre la visión temática de las postales de Ávila con especial atención a su carácter monumental, artístico, castrense, costumbrista, religioso, turístico y teresiano siguiendo aquí los pasos de Teresa de Jesús, santa y patrona de Ávila.
Finalmente, señalamos otras formas en que se presentan las tarjetas postales para atraer al público de cuya distribución se ocupa el comercio abulense de la época, tales como los libritos postales, los folletos, las guías ilustradas, los porfolios, los blocs, los cromos, las postales estereoscópicas, las postales coloreadas y las postales publicitarias.
Toda la vida pasa por estas viejas estampas seleccionadas entre millares y agrupadas temáticamente en apartados que se entrecruzan, lo que se produce en panorámicas que se dibujan desde el horizonte y en vistas de plazas, calles, barrios y alrededores; en vistas de la Muralla, la catedral, iglesias, conventos, ermitas y humilladeros; en vistas de los palacios que abundan en la ciudad y de establecimientos públicos, hospitales, hoteles, posadas, comercios y medios de transporte; en vistas de los mercados y ferias, y de las fuentes, huertas, eras y jardines; y en vistas de tipos y personajes populares y de la Santa de Ávila, uno de sus grandes reclamos religioso cultural y turístico.
Concluye este recorrido visual de lento devenir con apuntes sobre los hacedores de las singulares tarjetas postales ilustradas de Ávila, entre los que figuran fotógrafos, editores, impresores, vendedores, publicistas, dibujantes, pintores y demás protagonistas de la historia gráfica de la ciudad. Sigue una selección bibliográfica de algunos títulos sobre los que nos apoyamos para construir esta obra. Y terminamos con una reseña de coleccionistas, colaboradores y otras personas que han hecho generosas aportaciones a esta obra.
Introducción
La mayoría de las representaciones gráficas de Ávila que conocemos se hicieron con voluntad de comunicar, informar, publicitar y difundir la imagen artística y monumental de la ciudad aderezada con tipos populares y pintorescos. Como personaje histórico vinculado a la ciudad sobresale Santa Teresa de Jesús, figura en la que confluyen el rico ideario místico y la realidad material que rodeó su vida en la ciudad donde nació.
En un primer momento, el dibujo, el grabado y la fotografía fueron concebidos para visualizar guías turísticas, textos históricos, obras literarias, o periódicos y revistas, y en menor medida como estampas coleccionables. Ahora se recuperan estas imágenes reproducidas en tarjetas postales como fuente de conocimiento de una época en que la imprenta permitió multiplicar detalles del paisaje arquitectónico y urbano de la ciudad para su contemplación.
Hasta la aparición de la fotografía en los medios impresos a finales del siglo XIX, el dibujo y la xilografía se ocuparon de representar tipos y monumentos con los que recrear la vista en la consulta de libros, guías, enciclopedias y artículos. La imagen cumple entonces una doble función, como fuente de conocimiento y como medio de información, producida en especiales condiciones de trabajo artesanal que dan un valor añadido a la actividad artística de dibujantes, grabadores y fotógrafos.
Las viejas y amarillentas estampas que inmortalizaron los fotógrafos ambulantes y algunos aficionados, o aquellas otras que circularon por medio mundo como postales, o las que se reprodujeron en libros y periódicos, tienen en la ciudad de Ávila el mismo punto de encuentro. Es lógico entonces que esta imagen, que tanto une a los abulenses y sus visitantes, se convierta en el protagonista de las ilustraciones con las que se quiere enseñar la ciudad milenaria de santos y caballeros.
La contemplación de la ciudad amurallada desde el horizonte o a los pies de sus muros, ha cautivado a cuantos se asoman a la misma. Tanto, que esta visión de Ávila ha quedado plasmada en fotografías, dibujos, grabados, pinturas, versos, novelas, leyendas y cartas de viaje, entre otras manifestaciones artísticas y literarias. En esta ocasión, elegimos la postal ilustrada como instrumento que nos servirá para mostrar su evolución histórica. Las vistas seleccionadas son una muestra ejemplar de la importancia de Ávila como fuente de inspiración de multitud de artistas, quienes elevaron la ciudad a un protagonismo extraordinario en el arte moderno del primer tercio del siglo XX y que todavía perdura en las expresiones artísticas actuales.
Con la aparición de la fotografía, la ciudad de Ávila cobra una nueva dimensión y se convierte a través de la misma en una ciudad impresa en libros, periódicos, revistas, fascículos; una ciudad de inspiración literaria y artística; una ciudad monumental y deseada; una ciudad turística y viajera; una ciudad pintoresca y castiza; una ciudad histórica y ennoblecida; y finalmente en una ciudad coleccionada como cartas de amor.
La ciudad se multiplica y contagia con la imagen más bella. Su reflejo aparece quieto en la fotografía, y transformada en tarjeta postal ilustrada inicia un viaje imperecedero. Y tanta actividad y movimiento generado en la multiplicación de imágenes hoy se rememora en la moda y manía por poseer, mostrar, e intercambiar una foto o postal antigua capaz de engullir y encerrar toda la historia de una ciudad: Ávila.
La fotografía nació en 1839 de la mano de las técnicas del daguerrotipo, mientras que la tarjeta postal ilustrada no empezó a comercializarse hasta la década de 1890, y con ello esta ciudad imaginada se hizo presente, aprovechando que la fotografía se había convertido en el mejor medio de propaganda e ilustración de ciudades, paisajes bucólicos, tipos populares y monumentos.
El torbellino de vistas urbanas de la ciudad medieval que iniciaron su viaje por el tiempo un siglo atrás sigue todavía cautivándonos como antaño, haciéndolo con la misma fuerza que entonces. La imagen de Ávila trascendió de una forma masiva y abrumadora al encierro de sus murallas para proyectarse universalmente a través de lo que fue la imagen impresa, la moda de enviar postales y el coleccionismo de tarjetas, así como de la vocación artística de fotógrafos creadores de álbumes monumentales y archivos históricos. Efectivamente, la representación gráfica de la ciudad abulense, es decir la plasmación y reproducción de imágenes y vistas de la misma, o de motivos históricos y pintorescos propios de sus señas de identidad, ha tenido como mejor exponente la postal fotográfica, y una de las perspectivas más significativas que ofrece Ávila es la de sus monumentos.
El texto que sigue toma como referencia la representación fotográfica de Ávila en tarjetas postales en el periodo que va desde finales del siglo XIX hasta 1936. Ello es así, porque a partir de esta fecha comienzan a proliferar las guías turísticas, los libros ilustrados en todas las disciplinas, también la artística y monumental, y las postales con la similitud de las vistas hacen menos atractiva su contemplación, sin que ello reste nada a su grandeza.
Adentrados en el interior de la esencia misma de la vieja ciudad, y aproximándonos a su evolución gráfica a lo largo de la historia, observamos que la fotografía ocupa un papel preeminente. Por ello, aún sin explicar la extraña y poderosa atracción que ejerce Ávila sobre las miradas que se fijan en ella, fotógrafos, retratistas y viajeros aficionados han querido inmortalizarla con vocación de transmitir la idea de su belleza espiritual y material a la humanidad, lo que ahora redescubrimos en la contemplación de las antiguas postales ilustradas.
La Tarjeta postal en sus orígenes
La tarjeta postal ilustrada surgió básicamente como la conocemos hoy día, es decir, como un producto de correspondencia y comunicación a través de la cual se envían mensajes cortos escritos en una cartulina en la que hay impresa una imagen, que se franquea con un sello de tarifa reducida y se remite como una carta sin sobre de la mano del servicio de correos.
En un principio, y siguiendo la línea de otros países europeos, en España, desde 1871, se fabricaron bajo la forma de “entero postal” como tarjeta oficial editada por el servicio de correos con el sello de franqueo impreso en el anverso, con tres líneas reservadas a la dirección del destinatario y rebordeado todo por una orla sin más elementos ilustrativos, reservando el reverso para escribir el mensaje. La primera postal circulada con estas características lo fue en 1873 con la leyenda en el anverso de “República Española”.
El uso masivo de las tarjetas en los países industrializados propició la creación en 1874 de la Unión Postal Universal con el fin de mejorar los servicios postales de los países miembros implantándose entonces su formato y sus medidas de 9×14 cms.
A partir de 1886 es cuando en España se autoriza la edición privada de la tarjeta postal ilustrada con fotografías o dibujos que reproducen vistas de ciudades, paisajes y otros motivos. Desde este momento, la tarjeta postal, además de continuar siendo un medio de comunicación escrita popular, adquiere un valor añadido de carácter artístico y documental y sirve también para fines turísticos, culturales, propagandísticos y publicitarios
La mayoría de las tarjetas postales se imprimieron en fototipia sobre cartulina con la imagen en la parte denominada anverso ahora liberada para ello donde también podía escribirse un breve mensaje. La parte posterior o reverso se reservaba para los sellos, el nombre y la dirección del destinatario. La primera tarjeta postal ilustrada conocida en España con estas características es una tarjeta titulada “Recuerdo de Madrid” impresa por la empresa de artes gráficas “Fototipia Hauser y Menet” y circulada el 20 de agosto de 1892.
Como quiera que el formato de postal obligaba a escribir sus mensajes en el anverso junto a la ilustración, parecía más lógico dividir mediante una línea el reverso de la parte ilustrada de la postal en dos partes, reservándose el lado izquierdo para la escritura y el derecho para la dirección, con lo que la ilustración de la postal se apreciaba mejor al ocupar todo el espacio. Este nuevo diseño es aprobado en 1905 por la Unión Postal Universal y generalizado a todos los países, España.
Durante el periodo de 1900 a 1914 tiene lugar la llamada «Edad de Oro» de la tarjeta postal ilustrada, convirtiéndose en el medio de comunicación más popular del que se vendieron millones de ejemplares. Ello enseguida atrajo la atención de coleccionistas y asociaciones cartófilas, así como el enriquecimiento temático de las ilustraciones de las tarjetas que además de monumentos y paisajes incorporan escenas de vida cotidiana, trajes regionales, composiciones publicitarias, cuadros, iconografía religiosa, históricas, deportes, familia real, tauromaquia, etc. Al mismo tiempo, en la cadena comercial de la producción de postales destacan impresores y tipógrafos, comercios y tiendas de recuerdos, y grandes artistas de la fotografía, la pintura y el dibujo.
Aprendiendo con las tarjetas postales.
Con el comienzo del siglo XX, la tarjeta postal ilustrada se convierte en la mejor forma de dar a conocer la ciudad y de universalizar su historia monumental. No importa que muchas de las postales seleccionadas nos resulten familiares, pues no en vano su valor histórico y cultural ha propiciado en los últimos años un especial interés. Interés que coincide con el aprecio que la tarjeta postal antigua significó justamente en sus orígenes, ya que “satisface a todos los gustos y sentimientos; todo está comprendido y compendiado en ella; mediante la tarjeta postal ilustrada se estudia y se aprende geografía, historia, mitología, indumentaria, heráldica, etnografía y arte”, escribió Durán Borai en el Boletín Cartófilo del mes de mayo de 1901.
Y es que la tarjeta postal “tiene un alcance y significación extraordinaria, populariza los monumentos, lo más notable de los pueblos, revela los gustos del individuo, su cultura y sus aficiones. Sintetiza todo lo grande de una comarca, de una ciudad o pueblo, estableciendo un intercambio espiritual por medio de la reproducción de la vida pasada y presente”, escribía Adolfo Alegret en 1904 en la Revista Gráfica de abril-junio.
Del éxito que tuvieron las postales, y por ende la fotografía, es buena muestra el texto publicado por El Diario de Ávila el 3 de enero de 1905, donde se reseña que los dueños del local “Pepillo”, aprovechando la afluencia a sus famosos conciertos, “buscando siempre el gusto del público, y sabiendo que hoy día lo que más priva, entre la juventud, es la postalmanía, regaló a todos los concurrentes tarjetas postales muy de novedad y muy bonitas. Este regalo le agradecerán los muchachos y las muchachas porque, al fin y al cabo, siempre es un dato para comunicarse”.
Y ahora, con el mismo entusiasmo de los comienzos de la postalmanía se recupera aquel regalo en estas páginas que bien es fuente de conocimiento y comunicación.
Popularización de la Imagen
La ciudad de Ávila aparece reproducida en tarjetas postales por primera vez de la mano de los impresores Hauser y Menet, sociedad que entre 1896 y 1904 editó veinticinco vistas de sus monumentos más importantes. La empresa editora responde al nombre de sus dueños los suizos Adolfo Menet Kursteiner y Óscar Hauser Mueller, especialistas en imprenta y fotografía, quienes pronto popularizaron el nuevo producto fotográfico de la tarjeta postal con el que revolucionaron la difusión de las imágenes a finales del siglo XIX. Con ello, pronto se convirtieron en la más importante empresa editora de tarjetas de todos los tiempos, con una tirada mensual de quinientos mil ejemplares en 1902. Las mismas vistas de San Vicente, la catedral y una panorámica desde los Cuatro Postes hechas postales se habían divulgado antes en 1894 como láminas sueltas vendidas por entregas y agrupadas en el volumen titulado España ilustrada.
Y por una tarjeta postal de Hauser y Menet sabemos que el antiguo ministro de Hacienda y Fomento José Echegaray (1832-1916) visitó Ávila en 1903, un año antes de recibir el premio Nobel de literatura. La postal que el político y escritor remitió como recuerdo fue una vista de la Basílica de San Vicente. La tarjeta ilustrada sirve en esta ocasión de fiel testimonio del paso del dramaturgo por la ciudad, cuyas obras Lo sublime y lo vulgar, Mariana y La Duda, formaron parte del repertorio representado en el Teatro Principal en 1898 y 1899.
Difusión de las viejas imágenes en las tarjetas postales.
Las viejas fotografías que en el siglo XIX realizaron Laurent y Lévy pronto son reutilizadas para su comercialización como tarjetas postales, lo que se hará a lo largo de casi un siglo, como si en todo este tiempo la ciudad apenas hubiera evolucionado.
Así, una parte del importante fondo fotográfico creado por Laurent a lo largo de cuarenta años (hasta 1887, aproximadamente), que en Ávila comercializaba el establecimiento Abdón Santiusti, sito en la calle Caballeros, siguió difundiéndose a través de las tarjetas postales que imprimieron la Fototipia Laurent (1901) y su sucesora la Fototipia Lacoste (1902).
Efectivamente, La Fototipia Laurent reprodujo en postales una pequeña parte de su archivo fotográfico formado por Jean Laurent con imágenes de la catedral y el palacio de Polentinos, por ejemplo, lo que amplió después con fotos nuevas de Ángel Redondo de Zúñiga y de Antonio Cánovas del Castillo “Kaulak”(1874-1933).
Las vistas de Ávila y sus monumentos ocupan un lugar destacado en la producción de nacional de postales, al juzgar por la publicidad de la casa Lacoste que aparece en la revista España Cartófila de marzo de 1903, donde solamente figuran los conjuntos monumentales de Ávila, la Granja, el Monasterio de Piedra, Aranjuez, Segovia, Montserrat, Madrid, Sevilla, Zaragoza, Salamanca.
José Lacoste fue un fotógrafo que recuperó y comercializó el archivo de J. Laurent desde 1893, y junto a Ángel Redondo de Zúñiga, instaló una moderna fototipia en la madrileña calle Cervantes. De estos talleres salieron numerosas postales en las que Ávila ofrece una visión romántica en una sucesión de imágenes nostálgicas que reclaman la mirada atenta del visitante. En 1915, a Lacoste le sucedió en el negocio Juana Roig, quien también comercializó con buen resultado las fotografías de Laurent y las postales que antes tenían el sello Lacoste.
Siguiendo la estela de la casa Laurent, hacia 1900 llegó a la capital abulense Mariano Moreno García (1865-1925), antiguo empleado del fotógrafo francés, cuya obra constituyó el embrión del “Archivo Moreno”, fundamental para el estudio del patrimonio histórico español, quien retrató la ciudad para su documentación artística.
Igualmente, las viejas fotografías de Ávila realizadas en 1888 por la casa parisina Lévy & Cie fueron comercializadas como tarjetas postales estereoscópicas a principios del siglo XX, destacando entre el medio centenar de su catálogo una panorámica desde los Cuatro Postes y otras de las puertas del Alcázar y San Vicente, así como varias del ábside de la catedral y la ermita de San Segundo. Todas ellas van rubricadas por la casa Lévy et ses fils bajo la firma L.L., las siglas de sus fundadores León y Lévy, con cuya denominación la casa Lévy editó millones de tarjetas postales.
En 1896 aparece en los escaparates del Mercado Grande un curioso cuadernillo hecho en tipografía de catorce vistas desplegables de Ávila que se vendían en el establecimiento de Lucas Martín. Se trata de un bloc cuyo modelo será seguido años después por las editoriales de tarjetas postales real izado por Josep Thomas Bigas (1837-1921), fotograbador e impresor, introductor de las más avanzadas técnicas sobre artes gráficas. Fundó el taller de fotograbado e impresión “Thomas” de donde salieron numerosas tarjetas postales, y fue proveedor de las principales editoriales de la época. Años después, algunas de las tarjetas de Thomas fueron editadas y comercializadas en Ávila por Pedro Jiménez de la Cruz, quien regentaba un puesto de periódicos y revistas en el nº 9 de la misma plaza del Alcázar o Mercado Grande, donde vendía postales y toda clase de objetos de escritorio y publicaciones, según se anunciaba en 1916 en a guía de la ciudad de José Mayoral. La casa Thomas fue también la impresora de cuatro series de la interesante colección de cuarenta fotografías de Ángel Redondo de Zúñiga tomadas a principios de siglo, en las que se muestran escenas de tipos pintorescos del gusto de los coleccionistas.