AVILÉS EN JOVELLANOS
Ago 28 2022

POR MARIA JOSEFA SANZ FUENTES, CRONISTA OFICIAL DE AVILÉS (ASTURIAS)

Palacio de Camposagrado, desde cuya galería pudo ver Jovellanos la marisma que separaba Avilés de Sabugo. R.S

La deuda de la ciudad con el prócer por cómo supo admirar y comprender lo que en ella había de artístico e industrioso.

Podría decirse que no hay lugar en Asturias al que Jovellanos no haya prestado atención, y Avilés ha sido, en cierto modo un lugar de cortas estancias, pero que nos muestran un Jovellanos muy activo en lo que eran todas sus grandes aficiones.

En Avilés encontraba la compañía de muchos de sus buenos amigos. Casa tenía, pues en la villa poseía una hermosa residencia su cuñada Gertrudis del Busto Miranda, la mujer de su hermano Pachín a quien él se refiere continuamente como su hermana. Pero asimismo en la villa se alzaba el hermoso palacio de su buen amigo Francisco Bernaldo de Quirós, marqués de Camposagrado, desde cuya galería posterior pudo Jovellanos apreciar la gran marisma que separaba Avilés de Sabugo, y que unos años más tarde sería desecada, uniendo más fácilmente la villa con el pueblo marinero. Por otra parte, en Avilés coincidía en ocasiones con el obispo de Oviedo Juan de Llano Ponte, que pasaba temporadas en el palacio que su familia había adquirido al inicio de la calle Rivero, casi en la plaza, muy cercano a las casas de Ayuntamiento, del indiano perulero Rodrigo García Pumarino. Ellos le acompañaron, junto con otros miembros de destacadas familias avilesinas, en sus paseos por las cercanías de la villa, atravesando en uno de ellos la ría por el puente de los Pilares hasta llegar a la venta de San Sebastián.

Pero dos son los grandes temas que le ocuparon en sus estancias avilesinas, ocurridas entre los años 1790 y 1794.

El primero aparece muy bien descrito en el cuaderno correspondiente de uno de sus diarios. Es el viaje 4º, calificado como «Segunda Expedición de Minas». El mismo le conduce en octubre de 1790 desde su casa natal de Gijón hasta las orillas del río Nalón, y su objetivo era reconocer el posible valor de las minas de carbón que se habían reconocido en el entorno avilesino, una en la parroquia de Tamón, en el vecino concejo de Carreño, y otras en las cercanías de Santa María del Mar, en el vecino Castrillón. Su viaje es pausado, y a él une la visita a su hermana Benita Antonia, que se encontraba en el palacio que su marido tenía en Carrió.

Pero no fue esta la única expedición mineralógica de Jovellanos por la zona. En julio de 1794 Jovellanos sale de Avilés hacia la parroquia de San Cristóbal de Entreviñas y se acerca a la torre vigía de La Garita; y sí, desde allí otea el estuario de la ría, y el peñón de Raíces, pero también da cuenta del tipo de formación geológica que conforma el largo farallón que cae cortado a pico desde San Cristóbal hasta la vega del río Raíces. Hace continua referencia al grijo sobre el que pisan y que aún hoy día se sigue explotando en canteras.

Otro tema que sabemos le apasionaba era la industria y en Avilés hace referencia concretamente a dos. La primera, los molinos de agua. Por una parte, los que se encuentran a la entrada de la villa en el río San Martín, tan abundantes que era conocido como río de los Molinos; y muy especialmente en la aceña, propiedad de su amigo Pachín Camposagrado, que en sus inicios había pertenecido al monasterio de Valdediós y de cuyo funcionamiento y rendimiento nos da cuenta detallada.

La segunda es la producción de cerámica en el barrio avilesino de Miranda. Vuelve a hacer una detallada descripción del sistema productivo: extracción del barro, forma de los hornos, producción de cerámica roja del color natural del barro, de cerámica negra obtenida «ahogando» el horno para evitar la salida del humo, y de cerámica vidriada en colores.

Por estas fechas, desde el puerto avilesino los barcos que venían cargados de vino de Ribadavia desde el puerto de Pontevedra retornaban cargados de cerámica de uso doméstico, y gran parte del encañado de aguas en las poblaciones asturianas se hacía con tubos cerámicos de Miranda, constándonos la salida de un barco cargado de tubos hacia Gijón, donde se estaba mejorando la traída de aguas

El segundo de los temas es el referido al arte y a la historia. Sí es cierto que describe con esmero las iglesias parroquiales de la villa y Sabugo construidas en «arte asturiano», que es como él califica al románico. Pero su ideario clasicista le lleva a dedicar un gran espacio en sus comentarios al análisis de un capitel romano que se utilizaba como pila de agua bendita a la entrada de la vieja parroquia de San Nicolás, intentando descifrar su origen, y que aún se conserva en la nueva parroquia, tras su traslado al convento de San Francisco, como pila bautismal. Y hace una detallada descripción de la capilla de los Alas, a la que tuvo acceso gracias a su amigo Carbayedos, patrono de la misma, lo que le permitió copiar las inscripciones existentes en las tumbas que albergaba y describir el retablo de alabastro inglés, hoy perdido, que, encastrado en una estructura de madera, presidía su altar mayor. También tuvo tiempo de copiar la inscripción que coronaba la entrada de la capilla funeraria fundada por Pedro Solís entre la de los Alas y la parroquia, y dentro de esta, detenerse en la tumba de Pedro Menéndez de Avilés.

Y además, visitar los archivos de la villa, junto a su fiel secretario José Acebedo, copiando el fuero conservado en el Archivo del Ayuntamiento, extractando numerosos documentos del monasterio cisterciense de las Huelgas, así como algunos de los documentos referidos al patronato que los Bernaldo de Quirós ejercían sobre el entonces soberbio convento de Nuestra Señora de la Merced, situado en el barrio de Sabugo.

Y cómo no, su curiosidad le llevó a describir el paisaje que veía al llegar y al salir de la villa: la belleza de la campiña que rodeaba Villalegre, coronada por la capilla de la Virgen de la Luz, la subida hacia San Cristóbal de Entreviñas, con su parroquia nueva, recién construida, la ría, el puerto y los barcos que atracaban a marea alta en la parte posterior del palacio de Camposagrado.

Hay que decir pues, que Jovellanos pasó por Avilés y se llevó consigo su ser, y que Avilés le debe a Jovellanos un sincero reconocimiento por cómo supo admirar y comprender lo que en ella había de artístico e industrioso.

FUENTE: https://www.lne.es/aviles/opinion/2022/08/26/aviles-jovellanos-73871659.html

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