POR JESÚS MARÍA SANCHIDRIÁN GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE ÁVILA.
Con la idea de dar a conocer la riqueza visual del patrimonio artístico y etnográfico de Ávila a través de la imagen, y contribuir con ello a su reconocimiento y promoción como fuente de documentación de nuestra cultura, abrimos esta ventana que titulamos «Avileses», como ya hicimos en otra ocasión, donde se muestran infinidad de tipos y personajes abulenses identificados como tales por su indumentaria y por el ambiente escénico en el que se retratan, principalmente.
Y ello, sabiendo que “avileses” son los hombres y mujeres naturales de Ávila, un gentilicio actualmente en desuso que en otro tiempo fue utilizado en textos históricos y literarios.
El espacio temporal de este recorrido visual hecho literatura va de 1777 a 1960, suficiente para recrear la representación gráfica de una parte de la identidad cultural de los abulenses, tal y como lo percibieron infinidad de artistas, dibujantes, pintores y fotógrafos, cuya caracterización fue difundida en la prensa ilustrada, en libros, en exposiciones, en tarjetas postales, en sellos y en cromos o láminas coleccionables.
Dichas imágenes se hicieron con voluntad universal de divulgar una forma de ser y estar de los habitantes de esta tierra, lo que ahora sirve para conformar un singular álbum familiar de tipos anónimos.
A través entonces de imágenes, estampas, grabados, dibujos, litografías, pinturas y fotografías se muestra gráficamente la personalidad de los abulenses, y con ello de una particular identidad cultural común.
La fotografía recoge aspectos cotidianos y comunes al desenvolvimiento de la vida, establece lazos de complicidad en su percepción, y es un procedimiento de fijación de imágenes instantáneo y de una relativa sencillez e inmediatez.
Ello hace más creíble, veraz y popular la escena representada, y por eso es más fácil identificarse con la misma. Además, su visualización pronto se hace universal y hasta es objeto de colección.
Las fotos se tocan, se guardan, se enseñan, se intercambian, se escriben, se reproducen, se franquean, y se divulgan en libros y revistas.
Con todo, las imágenes pintorescas abulenses que forman el álbum de sus ancestros supone un recorrido por la historia gráfica y visual de la representación artística de los rasgos más peculiares de las gentes de esta tierra, los cuales se han significado como iconos típicos una identidad propia, tanto que incluso fueron divulgadas y comercializadas con el subtítulo de “tipos de Ávila” o el genérico de “abulenses”, “avileses” e incluso “avilenses”, sin más añadido.
En otros casos, son los detalles monumentales de la escena, o los atuendos y vestimenta de los personajes, los que concluyen sobre su abulensismo, como ocurre con la característica gorra de paja que lucen las mujeres.
El muestrario de tipos toma prestadas las obras que hicieron dibujantes, grabadores, fotógrafos y pintores con el fin de recuperarlas para deleite de los paisanos de los retratados.
Como característica común de todas ellas hay que destacar que su realización fue concebida con una intención promocional y divulgativa, la misma que tenemos nosotros, y prueba de ello es que en su mayoría se difundieron como tarjetas postales, mediante su inclusión en libros y revistas ilustradas, o a través de su exhibición en exposiciones, museos y fondos de archivos artísticos.
REPRESENTACIÓN ARTÍSTICA
El periodo temporal que abarcan las representaciones artísticas de los tipos avileses que ahora nos entretienen tiene su punto de partida en los primeros grabados dieciochescos, hasta las últimas fotografías de mediado el siglo XX.
Las imágenes más antiguas son recreaciones gráficas reproducidas en grabados y litografías que se insertan en las publicaciones ilustradas realizadas principalmente por Manuel y Juan de la Cruz (1777) Francisco de Paula Van Halen (1842) y Valeriano Domínguez Bécquer (1867), cuya pintura fue igualmente la primera protagonizada por personajes populares, aunque un siglo antes ya lo había hecho Francisco de Goya.
El primer tercio del siglo XX es el más rico y productivo en la fijación plástica de hombres y mujeres, y de este periodo son la mayoría de fotografías y pinturas que se rescatan.
A lo largo de todo este tiempo (1777-1960) todavía encontramos rasgos significativos de tradiciones y costumbres y del tipismo que presentan hombres y mujeres en su entorno natural con marcado acento popular.
Después, el progresivo abandono del campo propiciará también la pérdida de los viejos usos culturales con los que podemos identificar las estampas seleccionadas para en el libro.
La representación artística de las imágenes que se suceden se concreta en dibujos, pinturas y fotografías. Y la necesidad de recrear la ciudad y sus gentes en imágenes impresas y ver multiplicada su visión contemplativa encontró en el dibujo y el grabado una valiosa respuesta durante el siglo XIX. Ello se produce generalmente como forma de vestir los textos literarios, históricos o religiosos a los que suelen acompañar en libros, periódicos o revistas.
La ciudad aparece entonces en estampas artísticas que se coleccionan, en láminas que se cuelgan en las paredes y se exhiben en iglesias, en recordatorios de efemérides del santoral, en personificación de reyes y personalidades, y en tarjetas postales con las que se felicitan y recuerdan los lugares de peregrinación.
Los tipos humanos encontraron en la llamada pintura de género o costumbrista una extraordinaria forma de recreación plástica, y en ello se afanaron un significativo elenco de pintores, cuyas obras son importantes exponentes de la historia de la pintura. Los hombres y mujeres retratados son la expresión de una arraigada tradición cultural que todavía hoy puede apreciarse en la distancia, engrandecidos por la luz y color que sabiamente combinan los creadores artísticos.
En las pinturas de Bécquer, Zuloaga, Sorolla, Echevarría, López Mezquita, Eduardo Chicharro, Soria Aedo, Caprotti, y Martínez Vázquez la realidad se adentra en el interior de los personajes con una fuerza desgarradora tal que los despoja de cualquier localismo para profundizar en el ser humano.
Los ojos llameantes, los rostros surcados, la sonrisa natural y alegre, la quietud de ánimo y del tiempo, los semblantes expresivos, la necesidad y la virtud, el sentimiento religioso, el paso de los años, el bronco y austero espíritu castellano, y los contrates festivos y melancólicos son notas sobresalientes de los tipos retratados en la obra abulense de dichos pintores, quienes utilizan modelos y paisanos de Ávila y sus pueblos que posan orgullosos de representar a una “raza” de hombres y mujeres valientes, como fue el caso de Gregorio “El Botero” que inmortalizó Zuloaga, los tipos que pintó Chicharro llamados “El jorobado de Burgohondo”, “Angelillo el tonto”, “El Tío Carromato” y “El Alguacil Araujo”, o las mozas y serenos que retrató Caprotti.
También nos sobrecoge el último retrato fotográfico del “Tío Colorado”, el sereno y pregonero más famoso de Ávila y España, igual que la imagen del limpiabotas Merejo que inmortalizó Camilo José Cela.
Por su parte, la fotografía es uno de los soportes gráficos más agradecidos para explicar la historia y mostrar la realidad física y material de las cosas. Y en nuestro caso, la belleza plástica de los tipos avileses integrados en la monumentalidad de Ávila y en diversos escenarios de nuestros pueblos tiene en la fotografía uno de sus mejores testimonios, cuyos autores merecen un lugar en nuestra memoria como hacedores de los álbumes familiares de la colectividad abulense.
No restan autenticidad a lo abulense los modelos que posan en los arrabales, patios, pórticos y otros lugares del callejero con la idea del artista puesta en significar los tipos clásicos de Ávila, tal y como aparecen en las fotografías de Jean Laurent, Ángel Redondo de Zúñiga, el Marqués de Santa María del Villar, José Ortiz Echagüe, el Conde de la Ventosa, Otto Wunderlich, Pelayo Mas Castañeda, Albert Klemm, Fernando López Beaubé y José Mayoral Encinar, entre otros. Son fotos tomadas en sus escenarios y ambientes naturales y no en el estudio o galería del fotógrafo como ya henos dicho.
Son imágenes realizadas por viajeros y reporteros que testimonian un singular zoológico humano con vocación documentalista a las que se suman las recreaciones de la pintura de género.
Adentrados en interior de la esencia misma de la vieja ciudad y sus gentes, y aproximándonos a su evolución gráfica, observamos que la fotografía ocupa un papel preeminente. Por ello, aún sin explicar la extraña y poderosa atracción que ejerce Ávila sobre las miradas que se fijan en ella, fotógrafos, retratistas y viajeros aficionados han querido inmortalizarla con vocación de transmitir la idea de su belleza espiritual y material a la humanidad. Pero Ávila no era sólo una ciudad monumental, también era un hervidero de mercaderes y feriantes, de aldeanos y arrieros que llenaban las posadas, de lecheros y panaderos que acudían diariamente ofreciendo sus productos, de lugareños en traje de fiesta, de militares y soldados de la Academia, de curas y seminaristas de la diócesis, de aguadores y criadas que amenizan las fuentes de la ciudad con bullicio y jolgorio entre animales y la muchachería.
ESCENARIOS
Los lugares fácilmente identificables en las típicas imágenes son la ciudad de Ávila, como centro catalizador y dinamizador del trasiego humano de la provincia que se da cita en sus ferias y mercados. Llaman igualmente la atención los tipos del valle Amblés, del valle del Tiétar, de la sierra de Ávila, de la comarca de Barco-Piedrahita y de un sin fin de pueblos que se ven identificados entre el gentío “trashumante”.
Los escenarios que significamos con lo abulense están en los atrios de la iglesias y conventos; en el caserío de los arrabales de la ciudad, junto a las murallas medievales, en los mercados y ferias de Ávila, Piedrahita, Barco de Ávila y Arévalo, en los campos y las eras de Ávila y de Zorita de los Molinos, en los patios palaciegos, frente a las portadas señoriales, en las posadas, y trasegando en las fuentes y pilones.
Como puede observarse, no hay fotografías de estudio o galería, y los dibujos y pinturas contextualizan los personajes retratados en un ambiente costumbrista que enriquece con color la visión del blanco y negro.
Los lugares de exhibición retratados semejan aquellos que los novios recién casados eligen para su álbum de boda.
En esta ocasión, los escenarios monumentales son la catedral de Ávila y la basílica de San Vicente, donde las feligresas y beatas posan recogidas y ceremoniosas; el atrio del convento de San Antonio, en el que las mujeres destacan por el característico gorro de paja de centeno de sus cabezas; en el humilladero de Santa Ana, donde las mujeres se apoyan en la cruz granítica que anuncia el lugar santo; la muralla vista desde los Cuatro Postes es el decorado elegido para numerosas vistas; las portadas señoriales de Piedrahita y Arenas de San Pedro son las preferidas por Pelayo Mas para sus jóvenes modelos; finalmente, los muros y tapiales del viejo caserío sirven a José Mayoral Encinar y otros editores de postales para retratar los denominados “tipos del país” de Ávila.
Con tan variados telones de fondo se retratan los aldeanos con sus trajes de diario y también de fiesta, al mismo tiempo que la miseria se apodera de los pobres que acuden a recibir “la sopa boba” que reparten los frailes dominicos de Santo Tomás. Este último es un capítulo de gran belleza plástica, y al mismo tiempo temeroso por la injusticia social.
La mendicidad resulta fotogénica, y las escenas abrumadoras del gentío que espera la comida asistencial hicieron famosas su representación en estampas, las cuales propiciaron un gran éxito en la difusión de postales con estas escenas retratadas por Isidro Benito Domínguez, Ángel Redondo de Zúñiga y Hauser y Menet. Igualmente, la literatura de viajes nos dejó en 1912 tristes testimonios de este singular espectáculo como cuenta el escritor León Roch en Por tierras de Ávila, y el pintor José Gutiérrez Solana en su obra La España negra.
Coincidiendo con la celebración de la Feria de Septiembre, la Cámara de Comercio de Ávila organizó en 1931 un programa de festejos “dignos de atraer un contingente de forasteros y proporcionar esparcimiento a la colonia veraniega y al vecindario”.
El programa incluía un concierto de la Banda Municipal, una tómbola benéfica, corridas de toros, una charlotada taurina, música de dulzaina, funciones de teatro, concursos de trajes regionales carreras de bicicletas y partidos de fútbol.
Finalmente, se destaca que con motivo de las fiestas se distribuirán limosnas a los pobres. Como vemos, el programa festivo responde a imágenes que se repiten desde hace décadas: música, trajes y caridad, las mismas que representan el imaginario popular del tipismo abulense.
Las ferias de San Juan y San Gil y los mercados semanales forman un decorado viviente de la larga tradición histórica del comercio abulense que toman las afueras de la ciudad a la sombra de las murallas y las plazas del Mercado Grande y el Mercado Chico, en sustitución de los legendarios campos de batalla, el mismo ambiente que también se respira en las plazas de Piedrahita y El Barco de Ávila.
El espectáculo callejero llama especialmente la atención de escritores y viajeros, y de ello se ocupan en sus narraciones, y aunque preferimos remitirnos a los textos originales que luego reproducimos.
Las posadas abulenses, como las de la Feria, el Rastro, el Puente, las Vulpes, o la Estrella, son lugares de acogimiento de viajeros, feriantes, arrieros y trajinantes, ofrecen la cara doméstica de formas tradicionales de vida. Las eras y los campos abulenses acogen al campesino como imagen imperecedera de una identidad rural característica. Las numerosas fuentes con que cuenta la ciudad, como las del Mercado Chico, el Mercado Grande, la Plazuela de la Fruta, las Vacas, la Sierpe y el Pradillo, concentran en su entorno a la muchachería y el bullicio de una sociedad que lucha por la subsistencia, lo mismo que ocurre en las fuentes de Arenas de San Pedro, Arévalo o Piedrahita, entre otras localidades de la provincia, y es que “ir a la fuente era una de las principales ocupaciones de Ávila” escribió Jorge Santayana.
Como observamos anteriormente, la pintura nos ha dejado buena muestra de composiciones atractivas de alegorías costumbristas decoradas con la muralla al fondo, la fuente del Pradillo, la ermita de San Segundo, la ermita del Resucitado, y la ermita de las Vacas, entre otros motivos, así como expresivos retratos de hombres tocados con sombrero de paño y de mujeres que se cubren la cabeza con pañuelos y gorros de paja. con los que se completa nuestro imaginario de tiempos pasados que ya son parte del ideario de la cultura popular.
MODELOS DE TIPOS
¿Quiénes son esos tipos anónimos y sin personalidad conocida para el gran público que prestan su imagen al artista para su inmortalización como referente general de los hombres y mujeres avileses?
No estamos aquí ante el retrato de personajes famosos, aunque lo fueran en su momento, ni de ricos comerciantes o hacendado, ni de clérigos o religiosos, ni de señores relevantes de la sociedad abulense, ni de regidores o munícipes, ni de nobles o aristócratas, ni de artistas o toreros, ni antiguos guerreros o caballeros legendarios de la historia de Ávila, tampoco hay santos o literatos ilustres, ni otras grandezas, tampoco retratos de familia. Por el contrario, son gentes del pueblo llano que un día posaron para la ocasión sin saber que con ello iban a representar a la generalidad de sus convecinos.
De la observación de los tipos avileses extraemos su alma para hacerla nuestra. Poco se sabe de las condiciones de vida en las que se desenvuelven o de las penurias que arrastran, tampoco de la verdadera religiosidad de su vida interior.
Es como si todo fuera apariencia, solo se transmiten y exteriorizan viejas formas de vida provinciana y del medio rural que desbordan alegría y colorido, también situaciones de pobreza, donde la indumentaria, la frenética actividad mercantil de ferias y mercados, el paisaje urbano de fuentes y posadas, y la monumentalidad de la ciudad medieval constituyen una rica escenografía que configura la típica fisonomía de Ávila.
Con todo, se construye la identidad de un pueblo que se mantiene vivo, a la vez que se descubren aspectos que son o quieren ser familiares a todos los abulenses, de ahí que los modelos o tipos elegidos se pierdan en el anonimato, a la vez que de su representación comulgan la generalidad de las gentes de Ávila.
Deteniéndonos en ellos, observamos que su imagen responde a retratos de aldeanos, campesinos, aguadores, mercaderes, comerciantes, feriantes, feligreses caritativos, lecheros, arrieros, pastores, sacristanes, romeros, monaguillos, posaderos, huertanos, músicos populares de dulzaina y tamboril, serenos, alguaciles, lavanderas, danzantes, hombres y mujeres trajeados a la antigua usanza, gitanos, mendigos y pobres de solemnidad.
Unas veces los tipos aparecen posando para la ocasión adoptando posturas y modales educados, mientras que en otras vistas es la espontaneidad de gestos en el quehacer diario la nota definitoria de la compostura de los grupos que llenan el mercado, se alojan en viejas posadas o se arremolinan en las fuentes.
Los posados representados son más bien formas de estar, porque no hay fuerza en ellos, ni apariencia artificiosa más allá de una intención de lucimiento orgulloso de lo que se tiene.
Efectivamente, los lugares son reales, al igual que los son los ropajes, las faenas y ocupaciones, los animales de carga y transporte, la alegría y la miseria, el bullicio festivo y la piadosidad.
Poco importan las circunstancias sociales del momento, aunque sí el escenario del paisaje rural y urbano que delata el contexto histórico del lugar retratado, y con el que se quieren establecer complicidades de paisanaje en su contemplación.
No es el momento de construir la historia antropológica o artística en la que se integra el objeto fotografiado o la obra pictórica.
Lo que interesa ahora es la imagen abstraída de su entorno, a veces hostil, en la medida en que a través de ella puede admirarse en los abulenses la laboriosidad, el ánimo festivo, la soledad, la sobriedad y hasta la elegancia y el espíritu hidalgo en situaciones contradictorias de miseria donde sobresale la belleza artística.
El gusto por estas imágenes mezcla el puro amor romántico con el apego a las tradiciones y costumbres de nuestros antepasados, lo cual se acrecienta en el caso de la pintura al gozarse de nuevas sensaciones por su riqueza compositiva y cromática, sin intenciones de análisis antropológicos.
Y su representación idealizada pasa por reproducción en estampas, cromos, postales publicitarias y otros coleccionables, utilizando para ello las técnicas del dibujo y la litografía. Aquí no hay modelos, pero sí gestos, miradas, atuendos y ropajes que fácilmente empatizan con las gentes de Ávila.
INDUMENTARIA TRADICIONAL.
Más allá de los retratos humanos y de la simpleza o retorcimiento de las posturas que adoptan en sus poses, los tipos muestran peculiares atuendos y ropajes que antaño lucían nuestros antepasados, a la vez que exhiben la belleza plástica de la fisonomía humana que se luce en formas y redondeces de cuerpos.
Con todo, la vestimenta y el traje, o algunas prendas, como la gorra de paja, el sombrero o los manteos, son tan identificativos que a nadie se le escapa el tipismo que nos es propio.
La importancia del traje y la indumentaria tradicional que lucen los hombres y mujeres de Ávila, se comprueba en la relevancia que ocupan en los libros de viajes de los extranjeros que recorrieron la ciudad en el siglo XIX en las numerosas guías editadas desde entonces, en los testimonios gráficos recogidos en fotografías, dibujos y pinturas, en la inspiración artística de importantes creadores.
Una gran variedad de tipos con los ropajes y atuendos tradicionales, incluso engalanados para la ocasión, lucen la singular vestimenta de una moda heredada de generación en generación.
Sobre las características de la indumentaria abulense y las peculiaridades de los ropajes y atuendos que tradicionalmente han vestido hombres y mujeres las imágenes seleccionadas nos enseñan las gorras o sombreros de paja que utilizaban las mujeres campesinas, la vestimenta y el equipo de los pastores, las manufacturas textiles tradicionales que producían paños y géneros afines, y especialmente la indumentaria tradicional que lucen hombres y mujeres en la vida diaria, en el trabajo, en el lucimiento y en fiestas.
Por el momento, nuestro objetivo es testimoniar gráficamente todo cuanto se ha divulgado sobre la singularidad de los ropajes que vestían nuestros paisanos, igual que lo hizo en 1932 Albert Klemm en su obra “La cultura popular de Ávila”.
Observando detalladamente nuestros personajes podemos decir que la indumentaria femenina se componía de prendas como la camisa, el refajo o manteo, el jubón o corpiño, el mandil, la faltriquera o bolsillo que se ata a la cintura; el dengue o prenda colocada sobre el jubón; el mantón, el pañuelo de busto, las medias y zapatos, el pañuelo de cabeza, la mantellina usada para cubrirse la cabeza al entrar a la iglesia, la montera y sombrero de paño, la gorra o sombrero de paja, los adornos de peinado, los pendientes y los aderezos o joyas como filigranas, gargantillas y collares.
En cuanto a la indumentaria masculina, cabe distinguir la utilizada en ocasiones festivas de la empleada durante el trabajo. Durante las fiestas el hombre viste camisa o camisón, calzoncillo, calzón, sayo, chaleco, chaqueta, faja, bolsillo, cinturón, medias, zapatos, polainas, sombrero, y capa.
En el trabajo, varía según se trate de pastores, labriegos o artesanos, el hombre emplea la zamarra, el coleto, los zahones, el mandil, las medias, los peales, las abarcas, la montera, el sombrero, la boina, la manta, y el capote o anguarina.
Las formas de vestir de la gente pueblerina, los pobres de Santo Tomás, los campesinos afanados en tareas agrícolas, los paisanos en general que trasiegan por la ciudad o aguardan en posadas, y la multiplicidad de retratos y tipos que humanizan iglesias y monumentos, también enriquecen nuestra visión cultural de los hacedores anónimos de la historia de Ávila.
ESTAMPAS LITERARIAS
Las viejas estampas sirvieron para ilustrar textos literarios publicados en periódicos, revistas, guías, y diversas publicaciones con la misma frescura del momento en que se escribieron, un periodo que va desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX.
Son impresiones de viajeros, literatos y cronistas de la época que testimonian el atractivo vestido de las gentes de Ávila en días de mercado, ferias y romerías festivas. Los libros de viajes, son entonces una fuente extraordinaria para conocer de primera mano las viejas costumbres y el tipismo desbordante que tanto llama la atención de los viajeros.
Los textos literarios nos aportan testimonios vivos y descriptivos de las imágenes y estampas tomadas entonces.
Un excelente trabajo recopilatorio de dichos textos los encontramos en la obra titulada Ávila en los viajeros extranjeros del siglo XIX (2006).
Siguiendo entonces los pasos de los curiosos visitantes, ingleses y franceses sobre todo, de la mano de los traductores de la citada publicación, Pedro García, José Mª González y Juan Antonio Chavarría, observamos con ingenuidad como en Ávila todo el mundo iba en burro (Mts. C.H. Ramsay, 1872); los habitantes de la ciudad con frecuencia tenían pájaros en jaulas (L. Holtz, 1879); el viejo tipo popular luce peculiares sombreros, elegantes chaquetas, pantalones cortos y ceñidos, de extrañas “perneras” de cuero y amplios abrigos (P.E. Henry, 1884); los hombres van envueltos en voluminosas capas y redondos sombreros o gorras de colores subidos, las mujeres son las más elegantes y llevan vestidos de color discreto forrado de franela de color rojo intenso o verde, enaguas de gutapamba y medias azules o moradas (John Lomas, 1884); los hombres visten con grueso tejido azul, anchas fajas, sombreros puntiagudos, zahones de piel, pantalón corto, zuecos y polainas (G.C. Lemonte, 1886); finalmente comprobamos que en las calles vagan curas, mendigos y funcionarios públicos, en los conventos pululan los monjes, y al mercado local afluyen campesinos, con vestidos de vivo color (Anselmo de Andrade, 1885).
A los anteriores sumamos los testimonios de otros autores como Gustavo Adolfo Bécquer, Valeriano Garcés, Manuel Valcarcel, Jorge Santayana, José Gutiérrez Solana, León Roch, José Gutiérrez Solana, Albert Klemm, José Mayoral, Antonio Veredas, José Francés, José Montero Alonso, Nicasio Hernández Luquero, Luis Belmonte, Camilo José Cela y José Jiménez Lozano, entre otros.
La mayoría de ellos nos hablan de tipos abulenses ataviados con llamativos trajes, de días de mercado, de ferias y fiestas, de costumbres ancestrales, de escenas pintorescas, del triste espectáculo de la “sopa boba”, y de antiguas formas de vida que son un fuerte atractivo para turistas y visitantes.
Como simple ejemplo añadimos las impresiones de Federico García Lorca, quien en un viaje cultural y de estudios del año 1916.
La ciudad monumental le pareció a Lorca la edad media levantada del suelo, y qué asombro le produjo el colorido de los trajes de hombres y mujeres que son el tipismo del campo, los cuales llenaban la ciudad para honrar a Santa Teresa en su fiesta, según carta a sus padres que escribió el 19 de octubre de 1916.
Finalmente, siguiendo las palabras de Azorín, pronunciadas en 1924 con motivo de su ingreso en la Real Academia, diremos que Ávila es una Atenas gótica que señorea los graneros, las eras y los mercados de toda Castilla. Y toda la espaciosidad de una plaza (la del Mercado Grande), en la que sólo se ven un caballero con sombrero de copa y una dama con miriñaque y una sombrilla, es la representación de Ávila en las viejas estampas. Azorín había leído el libro de Quadrado de 1865, donde se insertan las imágenes de Ávila dibujadas por Parcerisa, y también había consultado la guía de Valeriano Garcés de 1863, y bien pudo decir:
«Ávila es, entre todas las ciudades españolas, la más siglo XVI».