POR FRANCISCO RIVERO, CRONISTA OFICIAL DE LAS BROZAS (CÁCERES)
Continuando con algunas anécdotas del obispo de Plasencia don Feliciano Rocha Pizarro, el hinojaliego Francisco Sánchez Bernal, un amante de la música y luthier que fabrica diversos instrumentos musicales de manera artesanal, residente ahora en la provincia de Madrid, me cuenta lo siguiente:
Durante la Guerra Civil española, los hermanos Sánchez Rivero, hijos de María Rivero Pizarro, (prima hermana del obispo Rocha Pizarro) y de Victoriano Sánchez Macarrilla, que fue alcalde de Hinojal durante la República Española: Pedro, Cesáreo y Alejandro fueron los tres al campo de batalla. Había una normativa legal que decía que no podía haber tres hermanos de una misma familia en el frente, pues si morían los tres, la familia quedaba desamparada económicamente. Ante esta mala situación familiar, María se acercó hasta el palacio episcopal de Plasencia para hablar con su primo por si podía hacer algo en favor de sus hijos. Estuvo dos días en el palacio, pero don Feliciano no pudo hacer nada por esta situación.
Al parecer, Perico se hallaba en intendencia, repartiendo ropa y otros enseres a los soldados, y Cesáreo se estaba preparando para entrar en combate, en la zona de Miajadas. Cesáreo estaba al frente, de una ametralladora, con otros dos soldados. Le comento su capitán: “Cesáreo, cuando salgáis al frente, irán a por vosotros”. Entonces el soldado comenzó con la gestión para salir del peligro. Un día, Cesáreo estuvo hablando con su comandante, que también era sacerdote, y le dijo que procedía de Hinojal (Cáceres) y que el obispo de Plasencia era su tío, primo hermano de su madre. El comandante escribió al obispo y desde entonces Cesáreo, que ya estaba casado y tenía una hija de ocho meses (en la foto con su esposa), se convirtió en sacristán del cura militar, librándose de estar en primera línea del frente. Tuvo una contienda tranquila, comía bien, y estaba fuera de peligro.
El que estaba en el frente más complicado, era Alejandro, que se encontraba en la zona de Brunete (Madrid), dónde se enfrentaron en varias ocasiones, los ejércitos nacional y republicano. Alejandro se libró de la guerra y se fue a su casa, por lo que algo tuvo que hacer el obispo en favor de sus sobrinos, a pesar de ser considerado muy recto en los temas de religión, como era habitual en aquella época.