POR MARI CARMEN RICO NAVARRO, CRONISTA OFICIAL DE PETRER (ALICANTE)
Tal día como hoy del año 2001, hace ahora 19 años, el Ayuntamiento de Petrer en el pleno del 28 de junio, acordó conceder el título de hijo adoptivo de la villa de Petrer a José Martínez Ruiz “Azorín”. Fue un homenaje que el pueblo de Petrer quiso rendir al gran maestro de la literatura universal que nos retrató con nostalgia y cariño en sus obras, plasmado en un acto institucional que tuvo lugar el 6 de diciembre, Día de la Constitución, de ese mismo año en el Teatro Cervantes. Durante el acto se proyectó el recital audiovisual titulado “Azorín en Petrer” en el que participaron los alumnos del IES “Azorín” dirigidos por el profesor Salvador Pavía. Recibió el título María Martínez del Portal, sobrina-nieta de Azorín, catedrática de literatura y también hija predilecta de Yecla desde el año 2016, a título póstumo al igual que Azorín lo fue de Petrer.
José Martínez Ruiz nació en Monóvar en 1873. Último superviviente de la denominada Generación del 98, ha sido considerado como uno de los más grandes estilistas de la lengua castellana.
Entre sus novelas cabe distinguir las de carácter autobiográfico, que escribió en su juventud –La voluntad, Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo– y las seudoautobiográficas –El enfermo–, en las que recrea su vejez. De todas ellas, Antonio Azorín y El enfermo transcurren íntegramente en Petrer, pueblo natal de su madre María Luisa Ruiz, donde se le dedicó una calle perpendicular a la Plaza San Crispín y muy próxima a la que tiene el escritor, y lugar donde se desarrollaron los felices veranos de la infancia del escritor, que numerosas veces en su vejez añoró volver a su finca de la Administración en Catí.
Al referirse a Petrer, escribe Azorín en su novela El enfermo: “Son estrechas y blancas las calles” para añadir que “en la parte alta, las calles son más angostas; existe también en esa parte otra plaza donde se celebra el mercado”. En su novela Antonio Azorín dice: “Petrel es un pueblecillo tranquilo y limpio. Hay en él calles que se llaman de Cantarerías, del Horno de la Virgen, de la Abadía, de la Boquera; hay gentes que llevan apellidos Broqués, Payá, Bellot, Férriz, Guill, Meri, Mollá; hay casas viejas con balcones de madera tosca, y casas modernas con aéreos balcones que descansan en tableros de rojo mármol; hay huertos de limoneros y parrales, lamidos por un arroyo de limpias aguas; hay una plaza grande, callada, con una fuente en medio y en el fondo una iglesia. La fuente es redonda; tiene en el centro del pilón una columna que sostiene una taza; de la taza chorrea por cuatro caños perennemente el agua. La iglesia es de piedra blanca; la flaquean dos torres achatadas; se asciende a ella por dos espaciosas y divergentes escaleras. Es una bella fuente que susurra armoniosa; es una bella iglesia que se destaca serena en el azul diáfano. Las golondrinas giran y pían en torno de las torres; el agua de la fuente murmura placentera. Y un viejo reloj de hora en hora lanza sus campanadas graves, monótonas”.
El escritor recuerda en sus obras la casa de su madre, situada en la plazuela de la que hoy se conoce como calle Obispo Fray Andrés Balaguer; la de su tío Miguel Amat Maestre, ubicada junto al Ayuntamiento y con un espacioso huerto a sus espaldas; y la de su tío Ramón Maestre Rico, la casa del Mayorazgo muy bien conservada, en la plaça de Baix.