POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)
Mariano Azuela fue invitado como miembro fundador de El Colegio Nacional junto con otros 14 distinguidos intelectuales para formar parte de esta que es considerada la más alta institución cultural del país; era el año de 1943; escogidos por el secretario de educación Octavio Véjar Vázquez, delegó en ellos mismos la elección de los cinco restantes que formarían una veintena. Cuando se festejaba el centenario del nacimiento de Azuela escribió el entonces secretario: “El 15 de mayo fue la solemne inauguración de El Colegio Nacional y al día siguiente me visitó en mi oficina el doctor Mariano Azuela para proponerme su renuncia. Con sincera modestia me dijo: -Cuando usted, señor secretario, me ofreció un puesto en la institución que iba a crear no mencionó, ni había motivo para que yo lo preguntara, qué personas tendría de compañeros, pero anoche al conocer quiénes son me sentí fuera de su nivel cultural y después de pensarlo bien he resuelto declinar el honor que usted me hizo. Sorprendido le contesté que en mi concepto era el mejor novelista de la Revolución; con una obra fecunda desde “María Luisa”, en 1907, hasta “Nueva Burguesía” en 1941; con novelas como “Los de Abajo” que tenía ya dieciséis ediciones y estaba traducida a ocho idiomas, sin contar con adaptaciones al teatro y al cinematógrafo-. Concluí invitándolo a que me precisara quién podría sustituirlo; humildemente guardó silencio y retiró su renuncia. La visita del doctor Azuela, que fue también uno de los fundadores del Seminario de Cultura Mexicana, me dejó impresionado”. (Diorama en la Cultura Excélsior, diciembre 30 1972).
Fue así como Mariano Azuela trabajó para El Colegio Nacional -como lector ordinario, no como crítico literario-, los textos que leyó en conferencia: «¿Existe una novela mexicana?» en los que abordó el análisis de José Joaquín Fernández de Lizardi, Luis G. Inclán, José T. Cuéllar, Ignacio Manuel Altamirano y Rafael Delgado. Posteriormente: «Cien años de novela mexicana» en los que incluye a Manuel Payno, José López Portillo y Rojas, Vicente Riva Palacio, Emilio Rabasa, Manuel H. San Juan, Federico Gamboa y Heriberto Frías.
Las anécdotas en torno a Azuela y su relación con los miembros de El Colegio Nacional son incontables, historia oral familiar, tienden a perderse en el tiempo, por lo que recupero algunas sin otra finalidad que la chispa de vida que despiertan para comprender al novelista, principalmente de parte de quienes no le conocimos.
Comentaba divertido que en una ocasión, durante una comida a la que los invitaron junto con los miembros del gabinete a la que asistía el presidente Ávila Camacho, se encontraba sentado entre José Vasconcelos y Alfonso Reyes; luego de algunos ampulosos discursos, dentro de la solemnidad oficial a la que en general eran desafectos, Vasconcelos se sinceró con él: -Oye Mariano, yo no entiendo qué caso tiene que nos estén invitando a estas comidas en las que no viene al caso nuestra presencia. -No te preocupes, seguramente el día en que se les ocurra leer lo que escribimos, no nos vuelven a invitar. La carcajada estruendosa de Vasconcelos no se hizo esperar, ante lo que Reyes volteó para preguntar de inmediato: -¿qué sucede, cuéntenme..? -No, no le digas, ya ves que este todo lo publica… Demoledor en sus graciosas sentencias, Azuela alguna vez comentó en privado sobre Vasconcelos que su mejor novela era su autobiografía -incluyendo su breve historia de México-.
Distraído como pocos, platica la tía Carmen haberlo algún día encontrado atravesando La Alameda se Santa María con el jorongo y sombrero de palma que usaba para hacer el jardín; al preguntarle a dónde se dirigía se dio cuenta de su facha teniendo que regresar para el cambio de ropas; en ocasiones al dirigirse a El Colegio en el tranvía, por igual enseñaba el pasaje que el reloj de leontina ante la diversión de los conductores que ya le identificaban.
Azuela era lapidado por aquellos que sacralizaban la Revolución Mexicana; escribió esgrimiendo el escudo de su poderosa defensa: “…disfruto del honor más grande que se me ha conferido en mi vida de escritor: soy miembro fundador de El Colegio Nacional, cuyo lema me otorga las garantías para seguir opinando sin coacción: “Libertad por el Saber.” Azuela, Mariano, O. C. TIII, p.1099
Gran amigo de José Clemente Orozco, con quien coincidía en su carácter huraño e introspectivo, en ocasiones llegaban juntos a las reuniones a El Colegio; se dice que Rivera viéndolos a lo lejos comentaba divertido: -Miren miren, ya llegaron los jalisquillos; fíjense como al entrar uno va a decir “buenasssss…” y a la salida el otro: “nochesssss”.
Más que salir de su casa de Álamo, en Santa María, llegaba a recibir a varios de aquellos personajes; se cuenta que Diego, gigantón y a grandes zancadas, simplemente empujaba el portón gritando -¿A´istá el viejo?, encaminándose al estudio de su amigo sin detenerse. Algún día que iría a visitarlo, el tío Enrique, guasón como pocos, advirtió a la gran cantidad de nietos que jugaban en el largo patio: -Tengan cuidado, va a venir un señor que se come a los niños. A la llegada de Diego, la estampida fue espectacular. Otro día que se presentó con Frida en la casa, algún primo le preguntó con ingenuidad: -¿por qué se viste así la señora? Diego, con mansedumbre y ojos aborregados le contestó: -Mi esposa está enferma… El mismo Diego “le regala un libro de arte, cuya dedicatoria es un testimonio del aprecio en que le tenía: ”. Leal, Luis, Mariano Azuela, vida y obra, p.31 ¿En dónde quedó ese libro..? Contaba mi tío Antonio que el día del velorio del abuelo, en el vestíbulo principal de Bellas Artes escuchó a alguien a sus espaldas que lloriqueaba como niño; era Diego Rivera, quien le dedicaría post mortem lugar a Demetrio Macías y personajes de Los de Abajo, en el mural de la Historia del Teatro en México, del teatro de Los Insurgentes y en el Sueño de una tarde dominical en La Alameda, en donde metafóricamente, Demetrio Macías dispara su pistola como en el capítulo tres de la primera parte de la novela, al tiempo de ordenar: -A los de abajo… A los de abajo.
Comentaba el mismo tío Toño su contrariedad en Bellas Artes, pues entendía hasta entonces que le quitaban el momento de la intimidad pues ya Mariano Azuela dejaba de pertenecer a la familia; tocó así hacer la última guardia a los miembros de El Colegio Nacional: Alfonso Caso, José Vasconcelos, Ignacio Chávez, Daniel Cosío Villegas y Jesús Silva Herzog; luego, en hombros de Diego Rivera, Rogerio De la Selva (representante del presidente Alemán), de los secretarios de Relaciones Exteriores, de Comunicaciones y de Fernando Gamboa, salió el cuerpo para ser colocado en el carro fúnebre. A nombre de El Colegio Nacional tomaría la palabra Jesús Silva Herzog en la Rotonda de los hombres ilustres. La crónica de su funeral agolpa a la intelectualidad, la clase política y al pueblo en general, a través de imágenes y oraciones fúnebres, pero esa es otra historia.