POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
A finales del siglo XVII los seguidores del emeritense padre Cristóbal de Santa Catalina, concretamente su hermano fray Juan de San Buenaventura, llegaron a Montijo con el deseo fervoroso de fundar un sencillo, modesto y austero establecimiento hospitalario, junto a una capilla erigida bajo la advocación y protección de su titular: Nuestro Padre Jesús Nazareno (atribuido a la gubia del taller del escultor hispalense Pedro Roldán, 1624-1699), cabeza visible de esta congregación hospitalaria. Enfermos, transeúntes, indigentes, menesterosos, necesitados, marginados y pobres de solemnidad acudían a él buscando socorro a sus necesidades que les procuraban y prestaban los hijos del venerable emeritense.
Sus caridades regentaron aquel centro hospitalario movidos por el carisma del culto, la caridad y la beneficencia. Acciones inseparables que dieron una respuesta social bajo la memoria evangélica de los sufrimientos de la pasión de Cristo. Ese fue el origen y causa del hospital y ermita de Jesús Nazareno en Montijo.
Aquel establecimiento de caridad y beneficencia pasó por varios avatares a lo largo de su historia. La Desamortización cruzó sobre él, pasando a ser gestionado por una Junta Municipal de Beneficencia, que delegó en el Sagrado Corazón de Jesús y la conferencia de San Vicente de Paúl, acabando finalmente como escuelas de niños. La piqueta lo derribó en los años finales de los setenta del siglo pasado, convirtiendo su edificio en una calle, dando tránsito y salida a una nueva urbanización que se había construido sobre la casa y huerta del conde de Montijo.
Ahora pervive, desafiando los avatares, los impulsos y decretos mundanos, la ermita que estuvo adosada al hospital. Dos edificios unidos bajo el carisma, sentido y fin del culto y la caridad.
En la iglesia del hospital aparecen las huellas de artistas como Ruiz Amador, Alonso de Mures, la escuela de Roldán, hermanos Estrada, Meneses Osorio, Blas Molner, Manuel Corchero, Manuel Pérez, Pedro Carreto, Francisco Pérez y Antonio Pimentel.
Hoy nuestra mirada se fija en los azulejos de comienzos del S. XVIII, polícromos (más de un color), que decoran desde su estilo barroco el frontal de la grada del presbiterio de la ermita. Son detalles de interiores de edificios de un Montijo que a veces no vemos.