POR BIZÉN D’O RÍO MARTÍNEZ-CRONISTA OFICIAL DE LA HOYA DE HUESCA
Durante la Edad Media puede decirse que casi tenía España las mismas fiestas populares que el resto de la Vieja Europa. Siendo en el siglo IV cuando en el Concilio Iliberitano se hace mención de pantomimas y mojigangas gentílicas. Por otra parte, el Papa Gelasio I a fines del siglo V se lamentaba de la celebración de las fiestas Lupercales que su celo y autoridad no pudieron erradicar o extinguir.
Fiestas que por otra parte, las vemos en el siglo VII adoptadas y permitidas por los godos que ya San Isidoro en sus “Orígenes”, exhortaba a los cristianos para que abandonaran aquellas fiestas paganas, porque iban acompañadas de ficciones dramáticas, imitando a la Naturaleza con farsas groseras, con figuras dramatizadas, disfraces y acciones remedando las costumbres, siendo por ello, que los eclesiásticos intentaron varias veces la abolición de tales fiestas y espectáculos, pero conocieron la insuficiencia de las leyes contra la fuerza de las costumbres.
De su abolición ya se trató desde los primeros tiempos del cristianismo, pues se clamaba contra las Bacanales, pero las locuras de estas fiestas habían echado raíces profundas arraigando en las costumbres, por lo que resultaba muy difícil que las gentes renunciaran a ellas.
Se conoce como en aquellas épocas, los catecúmenos no tenían inconveniente en someterse al bautismo y adoptar la nueva religión, con la condición de que no se les privara de aquellas diversiones que eran ya sus favoritas, es decir, se aceptaba el bautismo pero sin renunciar a las Máscaras. Fue tertuliano quien se quejó muy amargamente de esta situación; pero tuvo que ceder a la fuerza de la costumbre y transigir. De aquí, la institución del ayuno preparatorio a la fiesta de la Resurrección, a la celebración de la Pascua cristiana, imponiendo una dura penitencia de cuarenta días de austeras privaciones.
Esto fue lo que sin duda alguna, dio motivo a que antes de entrar en esa rigurosa cuarentena de la Cuaresma, con sus austeras privaciones, ayunos y penitencias, permitiese el cristianismo todas las locuras del Carnaval.
Estas fiestas jamás autorizadas y siempre toleradas por la Iglesia, se celebraban en las comunidades, donde tras comer, beber, cantar y bailar la danza del oso, comenzaban una fiesta en la que inmolaban a ese oso, símbolo del diablo tentador de nuestra carne.
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