POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Qué culpa tenían aquellas mozas del pueblo que por su falta de gracia y donaire quedaban, una y otra tarde, sentadas con los brazos cruzados en un rincón junto a su predecesora, a la espera de que algún caritativo soltero se acercara para invitarla a mover el esqueleto en el baile dominguero. Si al final esto ocurría los demás especímenes del género masculino se mofaban del generoso danzarín al terminar la sesión diciéndole que, por exclusión, le había tocado abrazarse con palanca incluida con la más fea del lugar.
En mi época, que cada vez va siendo más pretérita, había veces en los guateques en que para divertirnos unos y otras, a modo de juego sorpresa, a la hora de elegir pareja para bailar, sueltos o agarrados, las chicas sacaban la mano por una rendija de la puerta o una ventana si esta daba al patio que servía de improvisado salón de baile. De esta forma, seleccionábamos uno a uno, sin saber quién de ellas iba a ser nuestra pareja. Sin embargo, la picardía del varón llegaba hasta el punto de fijarnos antes de la anónima selección, si las uñas de la menos agraciada iban pintadas y de qué color, o si llevaba algún anillo para identificarla. De esta manera, cuando la chica sacaba la mano, los que nos habíamos fijado en el señuelo, en este caso para persuadirnos de elegirla, intentábamos que aquellos que no estaban en sobre aviso la escogieran. Era una forma, tal vez menos cruel, aunque no dejaba de serlo, de dejar en un rincón a la moza con su madre, sin la posibilidad de que se cumpliera el rito de bailar con la más fea.
Pero en la vida no siempre esta actitud es voluntaria por parte del demandante de la danza. Sin ir más lejos, en este gran baile que estamos viviendo político y económico, en el que no paran de repetirse piezas bailables de mucho menos calidad artística que los valses, rigodones, polkas, pasodobles, foxtrot, charlestón y otras, incluso a ritmo de bacalao; sin pretenderlo los políticos desaprensivos y otros adláteres que se han llenado sus bolsillos, que de todo hay en la viña del Señor, nos han hecho bailar con la menos agraciada. Pues el teleósteo que se adorna con una barbilla en la sínfisis de la mandíbula inferior, se lo han repartido. ¡Qué le vamos hacer! Es nuestro sino, nos ha tocado bailar con la más fea, y Dios quiera que sea por poco tiempo.
Tiempo, más o menos largo, que tuvo que sufrir nuestra ciudad en ese baile bélico del siglo XVI, con las `germanías´, en la que las circunstancias voluntarias o no, hicieron danzar a los oriolanos con la más fea dejando secuelas y consecuencias irremediables.
Corría el mes de septiembre del año 1517. El Consejo oriolano comisionó al notario Pedro Palomares para que se desplazase a tierras gallegas para dar la bienvenida a Carlos I, que arribó a esas costas para tomar posesión del trono de España que había heredado de sus abuelos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Al atravesar el notario las dos Castillas apreció el descontento que se iba generando en todas las poblaciones por la circunstancia del gran número de extranjeros que rodeaban al nuevo monarca, cuya influencia y proximidad dejaban fuera de juego a los foráneos.
Este desagrado adquirió como movimiento popular el título de Comunidades de Castilla, y aunque fue «ahogado en sangre» como dice Rufino Gea, se proyectó hacia el Reino de Valencia, en el que el pueblo hastiado de ser vejado por la nobleza envió embajadas al Rey para que convocase las Cortes y que se le autorizara para la creación de `hermandades´ o `germanías´ con la potestad de nombrar jueces del mismo pueblo que juzgaran «con arreglo a la razón natural, y no por fueros ni interpretaciones de legistas y abogados». El 25 de noviembre de 1519, el Rey accedió a casi todas las pretensiones, entre ellas la de elegir síndicos del pueblo, para que velasen por los derechos de éste. Siendo un tribunal llamado de los Trece, quien debía de conocer y juzgar las causas del pueblo. A Orihuela, la noticia de la aceptación de estas pretensiones llegó en manos de Pedro Palomares, organizándose a continuación los gremios, eligiendo como síndicos.
Las exigencias de los gremios hacia el Consejo consistían, entre otras, en que se les diera representación en el mismo y que los cobradores y arrendadores de los impuestos rindiesen cuentas. El Consejo no aceptó estas demandas, creciendo el descontento, hasta el punto que con motivo de las elecciones de justicia, jurados y consejeros el 23 de diciembre de 1520, se produjo un revuelta popular en la que arrebataron las armas a los nobles y sus criados, obligando a que fuera elegido como justicia un hermano de Palomares.
Intervino el baile general e impuso la elección de otros jurados. Los nobles y caballeros, ante esta situación decidieron abandonar la ciudad, reuniéndose en Albatera con Ramón de Rocafull. El asunto siguió complicándose aún más al ordenar el Rey que los gremios oriolanos entregasen las armas, a lo cual se negaron, lanzándose a la calle armados prendiendo a los nobles que se habían mostrado contrarios a las exigencias de dichos gremios, asaltando la Casa de la Ciudad y derribando las de Andrés Soler y la de Luis Togores (Casa del Paso). Al final, el Marqués de los Vélez con un ejército de 6.000 hombres y otros caballeros oriolanos, atacó la ciudad, siendo los defensores vencidos en Bonanza. Murieron 400 oriolanos y unos 600 de pueblos vecinos. El marqués decretó el saqueo de Orihuela que duró desde el 30 de agosto hasta el 29 de septiembre de 1521, llevándose como trofeo la Gloriosa Enseña del Oriol a Murcia, la cual fue reclamada durante mucho tiempo. Sin embargo, el marqués nunca la devolvió. Así concluyó el episodio de las `germanías´, en el que Orihuela le tocó `bailar con la másfea´.
Fuente: http://www.laverdad.es/