
POR FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CÁCERES.

Aunque no lo parezca acabaos de celebrar el carnaval. En otro momento estaríamos resacosos de fiesta y jolgorio, pero en este tiempo delicado y peligroso el calendario festivo ha quedado huérfano de la fiesta carnavalera que, en esta edición, ha cambiado la habitual máscara por la obligatoria mascarilla. Celebraciones que en otros momentos se realizaban en torno a los diferentes salones de baile que existieron en la ciudad. Salones donde el baile y el galanteo eran la principal forma de comunicación entre los jóvenes. Aunque no todos los bailes eran iguales, hubo bailes para pudientes y bailes para menesterosos, no era lo mismo ser asiduo al baile del Círculo de Artesanos que al de la Churreta.
Era pura cuestión de clase. En 1840, con motivo del deterioro de los empedrados de las principales calles y plazuelas de Cáceres, la Junta de Beneficencia programa ocho días de baile de máscaras, en el teatro Principal, para conseguir los recursos necesarios para realizar las obras y también para el mantenimiento de la ‘Casa-Cuna’. Cuatro días de rigodones, valses y mazurcas, donde la burguesía local exhibía vestuario y fomentaba sus propias relaciones sociales. Al igual que ocurría en los bailes de carácter oficial, con motivo de la celebración de bodas reales, proclamaciones o conmemoraciones, a los que sólo asistían los más ilustres de la localidad. También estaban los bailes que regularmente se realizaban en los palacios particulares de La Isla, Golfines o Mayoralgo o los más sonados que se ofrecían para los socios del Círculo de Artesanos o del Círculo la Concordia. Bailes, que eran un distintivo social para las familias de postín. Frente a estos bailes de salón se desarrollaron otros de carácter popular, donde el pueblo llano daba rienda suelta a la fiesta desde locales de todo pelaje, principalmente salones de posadas o garitos de taberna, donde sonaba la copla y se desconocía que eran los valses y los rigodones, bailes de hortelanos y lavanderas, de albañiles y sirvientas, donde olía a pistola de vino y zarzaparrilla, bailes donde no era necesaria orquesta ni etiqueta, ni falta que hacía. Únicamente una guitarra, una bandurria o un acordeón, palmas y cante, eran necesarios para el baile y la fiesta. Maneras diferentes de vivir y de divertirse. Durante el siglo XX, tenemos constancia de la existencia de diferentes lugares donde el baile era el principal reclamo. En 1932 se solicita permiso de apertura para abrir el denominado Salón Rosales, ubicado en la calle Antonio Hurtado y gestionado por el empresario José Frades.
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