POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS).
Hace unos días, un viejo amigo tocó en la puerta de nuestra casa familiar. A pesar de la presencia notoria de timbre en la pared colindante, él prefirió dar tres golpes de rigor en la vetusta tea del portón. Ante la pregunta de ¿Quién es? Contestó rápidamente ¡Hombre de Paz!
Y ese gesto me retrotrajo a otros momentos de nuestra vida, cuando los intercambios de esos saludos eran usuales en el diario acontecer. Mi también condiscípulo me había avisado por teléfono móvil de su pronta llegada y también del motivo de su visita, que no era otro que tomar nota de lo que yo pudiera informarle sobre cuatro elementos ¿decorativos? existentes en las fachadas de casas y también de tapiales de fincas-cercados en el Barrio Conventual de Santa María de La Antigua, hoy más conocido por San Francisco. A saber: las monteras, los detentes, las cruces y las almenas.
Llevado por la confianza, le pedí que hiciéramos un breve recorrido por las calles Portería, Carreñas, Altozano, de la Fuente, Huerta, Inés Chimida o Nueva, terminando algo más tarde en la propia Plaza de la Iglesia o del Convento.
Saltándonos un poco el orden preestablecido, fui comentando definiciones y otros datos curiosos sobre sus anhelantes preguntas. ¿Para qué sirven estos escalones a manera de pódium, que existen en algunas casas señoriales? Efectivamente, solo los hay en las casas principales del barrio, ya que eran privativas de una clase social determinada. Ves que están hechas de mampuesto y enfoscadas a base de blanca cal, aunque la parte superior de cada escalón, casi siempre tres, y la más amplia meseta final, lucen unas hermosas y contundentes piezas de cantería gris.
Nos recuerdan los más ancianos del lugar, que dichas escalinatas servían para que las doncellas y damas ascendiesen por ellas para poder montar sobre los lomos de las bestias (burros, mulos o caballos) sin necesidad de ser auxiliadas por varón alguno. Evitándose así el manoseo o toqueteo, que según parece ponía en peligro la decencia o buen nombre de las aludidas. Así mismo, realizo un improvisado recuento de las casas que tuvieron monteras y que repito ahora para dejar constancia de ellas. La llamada Casa de Álvarez o de las Amadores, junto al Árbol Bonito; era acompañada, en la calle Altozano por la Casa del Pino, antiguo Cuartel de la Guardia Civil. Ya en la calle Carreñas, se encontraba el ejemplar más bello, pues no en vano era de escalinata doble, como correspondía a la amplia fachada de la casa de Martín el Indiano.
En un lateral de la Casa de doña Dolores Sall, al principio de la calle Portería, había otra, que completaba la nómina con la también existente en la antigua casa solariega de los Millares Sall, actualmente conocida por Casa de don José Frugoni, ésta en la misma vía, muy cerca de la portería del Convento. Me dicen que en el domicilio particular que fue de doña Abigail, lugar de nacimiento de Eusebio y Carlos Evangelista Navarro Ruíz, a la entrada del barrio por las Cuatro Esquinas, también hubo una, pero ésta no se mantuvo en el tiempo, ni fue repuesta cuando las otras volvieron a tomar vida. Algo así pasó con la de la familia Frugoni que tampoco ha revivido. Hace una decena de años que de ellas solo quedaban memoria entre los más ancianos del lugar y, en una acción meritoria del Cabildo de Gran Canaria-Ayuntamiento de Telde, se repusieron casi en su totalidad, de manera que ahora lucen de nuevo en los sitios que estuvieron durante siglos.
Tanto en el barrio limítrofe de San Juan como en este propio de San Francisco existen unas placas o si prefieren cartelas, siempre dispuestas sobre el dintel de la puerta principal de alguna que otra casa familiar. Las más vistosas son las que se muestran en una antigua vivienda del final de la calle León y Castillo, antigua rúa conocida por Calle Real, en el tramo en que se iniciaba la carretera general hacia Valsequillo. La otra, fue repuesta en la nueva fachada, surgida tras el derrumbe de la antigua, en el lugar que conocemos por La Placetilla.
En ambos casos, una loza de cantería de unos cuarenta centímetros aproximadamente tiene grabado, en alto relieve, en su centro una Cruz y a ambos lados de ésta, en bajo relieve, las letras griegas Alfa y Omega. En su parte inferior de manera horizontal y a los pies de la señal cristiana por excelencia, se escribió Ave María en una, y en la otra en forma vertical custodiando la Cruz, anteriormente mentada, Ave María, Gratia plena.
Tenemos constancia que estos detentes, llamados así porque se creía a pies juntillas que, ante tal signo de fe, los demonios no osarían a importunar a los habitantes de la casa en cuestión, fueron más numerosos en los propios barrios ya aludidos, así como en el no lejano de Los Llanos de San Gregorio, en donde existieron al menos tres ejemplos: uno al final de la calle Cruz de Ayala, otro en la calle Arauz y otro en el Cascajo de Santo Domingo.
Las Cruces. Los antiguos habitantes del barrio de San Francisco fueron muy prolijos a la hora de colocar cruces en sus casas. Éstas lucen, aun hoy, sobre muchas de las entradas principales de las mismas, pero también de fincas y cercados. Son de mediado tamaño y todas ellas hechas de madera. Las hay de color verde, morado, marrón o como decimos por aquí, canelas y, también a tea vista con solo una ligera mano de barniz. Pueden ser planas o angulares en sus brazos y fustes, rematadas de forma rectilínea, aunque a veces algunas luzcan pequeños remates sobresalientes. En algún caso aislado, se le ha dado formas redondeadas, aunque son las menos. Tenemos que lamentar que algunos vecinos de nuevo cuño no han respetado estas cruces y cuando han restaurado o rehabilitado sus casas, las han quitado de sus fachadas.
Es el llamado Vía Crucis el conjunto más llamativo del lugar. La llegada de los franciscanos el 1 de mayo de 1610, bajo la custodia de Fray Juan Felipe, procedentes del Convento de San Francisco del trianero barrio de Las Palmas de Gran Canaria, hizo que muy pronto se añadiera a muros y paramentos un conjunto de cruces de gran tamaño, realizadas todas con tea de pino canario. Los frailes tenían a gala ser grandes imitadores de Cristo y con estos elementos notoriamente expuestos, predicaban de forma inequívoca la Pasión y Muerte de Nuestro Señor.
Parece ser que las diferentes exposiciones a los elementos atmosféricos hicieron que no todas se conservaran en buen estado, de ahí que algunas se fueron reparando a lo largo de los siglos XVII, XVIII, XIX y principios del XX. Pero durante la II República, se le quiso dar el jaque mate y basándose en la controvertida Ley de Libertad Religiosa, un alcalde del momento ordenó sustraerlas y llevarlas al potrero municipal. Fue entonces cuando un hábil sacerdote, más tarde Cronista Oficial de la Ciudad, el Dr. D. Pedro Hernández Benítez, mandó al joven artista José Arencibia Gil que dibujase con toda rapidez y constancia notarial cada una de ellas, pues era bien conocido por todos que cada una presentaba formas y decoraciones bien distintas. Así lo hizo con toda destreza el jovencísimo Arencibia, quien además señaló el lugar exacto en que se encontraban cada una de ellas.
En la década de los noventa del pasado siglo XX los vecinos del lugar vieron con notable satisfacción como se reponían las cruces de su recordado y siempre bien ponderado Vía Crucis. El Ayuntamiento de Telde, por fin, hacía caso a una petición de décadas, mantenida a través del tiempo por los diferentes Cronistas Oficiales de la ciudad. Así, se hicieron todas las cruces que hacían falta para completar el maltrecho Vía Crucis franciscano, ya que de las antiguas sólo se habían salvado dos, por cierto, pintadas de verde. Una en la calle San Francisco y la otra en la calle Carreñas. La de la calle San Francisco tiene en su reverso escrito en bajo relieve la fecha en que fue realizada en pleno siglo XVII.
Las almenas. Este elemento tan característico de nuestra arquitectura urbana y rural es una herencia más de aquellos primeros pobladores castellano-andaluces que, en un momento dado, erigieron sus casas y los tapiales de huertas, fincas y cercados a la manera tradicional del mudejarismo peninsular.
Sorprende que en San Francisco existan tal alto número de almenas. Nosotros en un estudio, ya publicado en el Anuario Crónicas de Canarias del año 2018 bajo el título de Los falsos históricos en el Conjunto Histórico-Artístico de San Juan-San Francisco de Telde (I), ya señalábamos como muchos ejemplares de los hoy existentes se deben a la generosidad decorativa de don José Arencibia Gil, que vio en este elemento constructivo decorativo, una fórmula de retrotraernos al pasado.
¿Pero qué es una almena? Para la mayor parte de nuestros lectores la respuesta sería fácil y correcta. Pero habrá alguno que se despiste o simplemente que desconozca tal vocablo, por lo que no estaría de más reseñar aquí y ahora que una almena es un elemento cúbico al que, a veces, se le superpone otro piramidal con base sobresaliente del primero. Algunos estudiosos reseñan su carácter defensivo, pues no en vano son propias de la arquitectura militar y, aún hoy, podemos apreciarlas en castillos, torres, alcazabas y alcázares, en donde hubo presencia árabe.
En Telde, carecen de motivos bélicos y sólo son utilizadas como elementos decorativos, no exentos de carácter o señas de fortaleza, unida al buen nombre de sus constructores y dueños. Ya señalamos en su momento que, las almenas podían disponerse a lo largo de tapiales de diferentes longitudes. Pero nosotros ahora, intentamos explicar aquellas que coronan el pretil de las puertas de entrada de las principales casas y fincas. Echando manos a antiguas legislaciones, debemos advertir que no servía para nada el libre albedrío a la hora de disponer de una, tres y cinco almenas, pues había que pedir permiso a las autoridades locales para su uso.
En Telde, era costumbre que cuando una puerta se coronaba con una almena y sobre ésta una cruz, era indicativo de que el propietario de dicha vivienda era cristiano o castellano viejo, al decir de entonces no infesto de herejía o doctrina en contra de la Única Fe Verdadera, que no era otra que la sostenida y predicada por la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Y para ser considerado viejo en tales dogmas, se tenía que demostrar que al menos, era la tercera generación de bautizados y que jamás habían tenido denuncia ante el Santo Oficio de la Inquisición. Si en vez de una almena eran tres, eso sí coronando sólo la central con cruz, esto venía a significar que su dueño había probado nobleza en el uso de las armas, perteneciendo a las Milicias Locales, a los Ejércitos del Rey o a alguna que otra Orden de Caballería (Santiago, Calatrava, Malta, etc.).
También tres fueron de uso común para las propiedades eclesiásticas, como se refleja en la entrada principal a la Finca del Convento en San Francisco y la también entrada al llamado Patio de Los Naranjos o Huerta del Señor Cura, aledaña a la actual Basílica de San Juan Bautista. Y en el exclusivo caso de decorar la fachada con cinco almenas de forma escalonada y en la central clavar la cruz, todo indicaría que estamos ante un dueño que poseía ostentaba Título de Castilla o lo que es lo mismo, había sido ennoblecido por el propio Rey.
En el caso de Telde, se conservan una de estas portadas en el margen bajo del Barranco Real a su diestra, muy cerca de las tierras colindantes conocidas por San Antonio del Tabaibal. En este caso, una cartela de mármol blanco reseña que fue el señor Conde de la Vega Grande de Guadalupe quien hizo levantar tan digna portada. La antigua y noble familia de los Castillo-Olivares, descendientes por línea directa de los Conquistadores Hernán y Cristóbal García del Castillo, levantaron junto a la carretera que atraviesa el pago de San Antonio del Tabaibal, un muro tapial sobre almenado y junto a la ermita en honor al santo de Padua, erigieron una hermosa portada que también presenta almenas en su parte superior. La abundancia de ese elemento ennoblece el conjunto frontal de la llamada Finca de Las Tres Suertes. Que ya en épocas más contemporáneas pasó a manos del prestigioso abogado don Felipe de la Nuez Aguilar.
Los amantes de nuestra Historia deben acercarse a la antigua calle del Osario, hoy Chil y Naranjo y allí verán una tapia ligeramente tumbada, en franco desequilibrio con unas toscas almenas. Debemos aclararles que ese muro de no más de veinticinco metros de largo, así como las anteriormente mentadas almenas, es todo lo que queda del Antiguo Fortín de la Conquista. Terminemos este apartado con una anécdota que viene muy bien al caso que nos ocupa.
A finales del siglo XIX, muchas de nuestras almenas se estaban deteriorando, la lluvia, el viento y la pobreza de los materiales empleados para su construcción hacía que se descarnaran, perdiendo belleza y presencia. Algunos dueños, pocos, las reparaban. Pero no en pocos casos optaban por derribarlas por aquella ley nunca escrita de muerto el perro se acabó la rabia. El hecho llamó la atención de nuestros munícipes, llevándose a pleno para ser motivo de discusión. Por una vez ganaron los que protegían nuestro patrimonio y el señor alcalde se vio obligado a dictar Bando. Si hacemos caso de las palabras de don Pedro Hernández Benítez, el señor alcalde presidente lo dictó de esta forma: Sepan todos los que esto lean y escuchen que serán multados todas las personas que destruyan las “almejas” que siempre han estado en los altos de los muros y puertas principales de esta ciudad. El antiguo Cronista se reía a mandíbula batiente de la aparente ignorancia de nuestro primer edil, ya que no fue errata sino falta de cultura lo que le hizo llamar como molusco a ese elemento decorativo-constructivo.
Después de dos horas de deambular de aquí para allá, mi amigo se dio por satisfecho y yo con él, pues créanme, que durante cuarenta años he repetido las mismas historias a cientos, por no decir miles, de visitantes de nuestro maltrecho Conjunto Histórico Artístico Nacional. Conservemos estos y otros elementos como señas de identidad y evitemos su desaparición o franco deterioro.
FUENTE: https://www.teldeactualidad.com/articulo/geografia/2021/03/03/305.html
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