POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS).
Las piedras de esta calle se sabían mi nombre de memoria… Así comienza un bellísimo poema de Fernando González Rodríguez (Telde, Gran Canaria, 1901- Valencia, 1972) en el que personaliza unos elementos tan inanimados como los simples callaos de barranco, sencillo pavimento de esas y otras rúas de su ciudad natal.
Efectivamente, la actual Telde, fundada por segunda vez y de forma definitiva en la primavera-verano de 1483, surgió en torno a la llamada Torre de la Conquista, así como del paramento poligonal en el que se basó el castillete o recinto amurallado de San Juan Bautista. Formando parte del génesis urbano se erigió, en el interior de dicho espacio, una pequeña iglesia de caña y barro, que pronto se vino abajo como consecuencia de los vientos y las lluvias de su primer otoño.
Dato éste que conocemos gracias al informe literario que don Cristóbal García del Castillo hizo en su testamento (año de 1531). A lo largo y ancho de los terrenos aledaños se concibieron las primeras calles, antaño: Real, de la Cruz, Conde de la Vega Grande, Acequia de Finollo, Don Esteban, Doramas, Montañeta y, también hubo espacio para abrir tres plazas, las dos primeras, antesalas de la Iglesia Matriz y de las Casas Consistoriales. La una se le llamó de la Parroquia o de la Iglesia, aunque también algunos pasaron a denominarla de San Juan. La otra, más amplia y siempre arbolada, ha tenido varios nombres, el más popular ha sido el de La Alameda, pero también se le llegó a decir de la Libertad o de la Constitución, ambos calificativos hijos del tortuoso, políticamente hablando, siglo XIX. En un extremo de la Zona Fundacional se encontraba la tercera y última plaza, que por su reducido tamaño se le nombraba con el diminutivo de Placetilla.
El Dr. D. Pedro Hernández Benítez (Cruces, Cuba 1893-Telde, Gran Canaria 1968) se preocupó de la arqueología e historia de la ciudad, dejándonos escrito las bases de su libro Telde, sus valores: Arqueológicos, Históricos, Artísticos y Religiosos, publicado en ésta en 1958.
Allí, entre sus casi quinientas páginas, encontramos continuas alusiones a la manera de construir de nuestros ancestros, tanto los que fueron aborígenes naturales de la isla, como Conquistadores y más tarde pobladores de la misma. Si para los primeros tenemos que ahondar en nuestros conocimientos del Neolítico y de ciertos elementos protohistóricos; para los segundos nuestras fuentes nos llevarían a la Península Ibérica y al cúmulo de civilizaciones que por ella pasaron en tiempos pretéritos. Muchos son los que han dogmatizado sobre la influencia árabe de nuestra arquitectura popular y doméstica. Dejando atrás y en el olvido a culturas tan definitorias de nuestro ser y sentir como son los nominados Pueblos de la Cuenca del Mediterráneo: fenicios, griegos, latinos y cartagineses, entre otros. Así al menos debemos juzgar como válido la paternidad y maternidad de los patios, azoteas, tejados, etc. Y no digamos del uso de la mampostería en todas sus modalidades, desde la utilización de la piedra viva mezclada con una argamasa de barro, cal y a veces paja o rastrojo de cereales y otras plantas o también la simple acumulación de piedras sobre piedras con ligeras intersecciones de finas capas de barro.
Otras veces la nada desdeñable utilización del ladrillo y el tratamiento, la mayor parte de las veces exquisito, de la cantería, sea ésta a base de la débil y siempre moldeable arenisca o el más duro y resistente basalto.
Llegados a este punto nos haremos la siguiente pregunta, ¿Podemos hablar, por tanto, de una arquitectura netamente canaria? A lo que contestamos, que es obvio que los primeros colonizadores europeos trajeron consigo, como no podía ser de otra manera, usos y costumbres de sus regiones de origen, mayormente de Castilla, incluyendo ahí las tierras de Extremadura y Andalucía.
Don Pedro Hernández, al que nos hemos ya referido con anterioridad, gustaba de ennoblecer, cada vez que podía, las señas de identidad de nuestra comarca teldense y por ende de la ciudad, epicentro de la mima. Así, el docto sacerdote reseña con un nada evangelizador texto que hay iglesias e iglesias. A la nueva Iglesia Parroquial de San Juan Bautista de Arucas, soberbia obra arquitectónica del más puro estilo neogótico, construida a partir de 1909, siguiendo los planos del arquitecto catalán Manuel Vega, no dudó en ponerle el San Benito de cofre de nuevos ricos. Llegando a afirmar que ese templo no se levantaba en honor a Dios sino al orgullo de la alta burguesía de esa ciudad norteña. En cambio, cuando se enfrenta a la descripción y valoración de nuestro Templo Matriz de San Juan Bautista, hoy Basílica Menor de la Cristiandad, no se sonroja al afirmar con rotundidad que al llegar a su interior el visitante exclama de forma cabal y rotunda ¡Existe Dios! Añadiendo que la atmósfera que envuelve nuestro templo es tan especial que hasta el más incrédulo termina de hinojos ante el Altar Mayor rezando a los pies del Santo Cristo.
De tal forma y manera nuestro antiguo Cronista desea salvar los déficit históricos de nuestras construcciones que hoy en día nos avergüenzan afirmaciones tales como: “que los arcos y columnas de San Juan Bautista presentan esa variedad cromática de grises, azules, verdes, amarillos y rojizos, no por una necesidad en la búsqueda incesante de cantería en las zonas cercanas a la fábrica, sino que intencionadamente se eligieron dichas tonalidades para darle la policromía propia de las mejores construcciones bizantinas. Como podrán comprender nuestros lectores, todo lo dicho por Hernández Benítez no se sostiene de manera objetiva. Los aruquenses no construyeron su iglesia con intenciones muy diferentes a las que, a finales de los siglos XV y XVI, hicieron los teldenses de entonces, ricos hacendados del azúcar (Hernán y Cristóbal García del Castillo, Juan Inglés, Los Palenzuela, María Calva, Ordoño Bermúdez, Pedro de Santisteban, Bartolomé de Zorita o Zurita, etc.).
Nosotros por nuestra parte, hemos querido investigar en dónde se encontraban las fuentes pétreas, que abastecieron a nuestros maestros mayores de obra y así, basándonos en lo dicho y escrito por don Pedro hemos aumentado por la tradición oral de mujeres y hombres de Telde y sus pagos, que en época más recientes y no tanto, pues hablamos de hechos ocurridos entre 1850 hasta 1950, veían desfilar primero a lomos de burros, mulas, camellos, algo más tarde de carros y carretas y después de fotingos y camiones, las piedras extraídas de las numerosas canteras que con el tiempo se fueron abriendo en nuestro término municipal.
Parece ser que las primeras piedras extraídas para la construcción, en el caso de Telde es más que evidente, no así en otros lugares de la isla, fueron de toba volcánica en sus diferentes variedades, no tanto en su composición química como en su aspecto físico, ya que éstas podrían variar ligeramente de color y textura al unírsele en mayor o menor grado ciertas impurezas. La nombrada Cantera del Mayorazgo de Tara se encuentra situada en la falda izquierda del promontorio de tal denominación. al lado opuesto del poblado aborigen del mismo nombre. La piedra allí conseguida es de color amarillo, aunque existen vetas importantes de tonos más oscuros, así como rojizos. Esos cantos, labrados de forma rectangular o cuadrangular, se utilizaron para sostener los primeros vanos de puertas y ventanas, casi todas ellas del más puro estilo gótico, como ya demostramos, hace más de tres décadas en nuestro artículo El Gótico en Telde, publicado en Guía Histórico Cultural de Telde (1988). Otras canteras, pero esta vez basálticas, permitieron abastecerse de este material sin tener que recurrir a traerlo de ese paraíso del labrante, que conforman las bellísimas canteras de Arucas-Firgas.
¿Dónde estaban situadas las canteras teldenses de basalto? Pues sin ser extremadamente obvias, tenemos algunas cuantas situadas en el ramal del Barranco Real de Telde que, partiendo desde los altos de Valsequillo, llega a nuestra ciudad atravesando Tecén, Valle de los Nueve y zona limítrofes de Los Llanos de San Gregorio y San José de las Longueras. La llamada piedra verde no exenta de destelleantes y cristalinos fulgores, se consigue extraer en los dos principales ramales o cauces de nuestro Barranco Real, a los que denominamos Barranco de San Miguel (Tenteniguada-Valsequillo) Tecén-Valle de los Nueve-San José de las Longueras-Tara. Y otro partiendo también de Valsequillo que atraviesa las comunes tierras de San Roque descendiendo entre Tara y La Higuera Canaria. Uniéndose al anterior entre Caserones-Cendro y el Barrio Conventual de San Francisco.
Avanzando en el tiempo, fue en la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX un periodo constructivo de enorme actividad. Ya los tiempos eran otros y el comercio de la piedra en forma de cantería labrada se hizo más común entre Arucas-Firgas y los pueblos y ciudades del resto de la Isla. Así la parroquial de San Gregorio Taumaturgo de los Llanos de Telde fue erigida, según planos del arquitecto don Diego Nicolás Eduardo, con cantería traída de la comarca norteña de Gran Canaria. Pero ¿Qué sucedía con las casas o edificios de uso común o lo que hemos dado en denominar, arquitectura civil o doméstica?
Pues bien, los gruesos paramentos se levantaban a base de las más variadas piedras, utilizándose la argamasa ya más arriba reseñada. Los primeros metros verticales y los 70-80 horizontales con apenas cimentación, se hacían a base de grandes piedras vivas, tomando para ello aquellas que no presentaban fisura y su condición de basalto volcánico las hacían enormemente resistentes, todas ellas carentes de cualquier forma de labrado. Después se iban colocando piedras de menor tamaño para terminar con roca lávica de menor peso y algo más impuras. Este es el esquema que he podido comprobar en muchas edificaciones tradicionales del Conjunto Histórico Artístico de San Juan y San Francisco, por lo menos en aquellas construcciones hechas antes de la segunda mitad del siglo XIX.
Después se impone en Telde la costumbre de edificar utilizando el canto amarillo extraído de la propia cantera del Mayorazgo de Tara, la también cantera de Hornos del Rey o las existentes en Lomo Blanco y en las cercanías del pago teldense de Jinámar. Así se confeccionaban cantos de unos 40-50 cm. de ancho por otro tanto de alto. Éstos poseían una forma ligeramente rectangular y, la mayor parte de las veces solo para disponer en torno a puertas y ventanas, así como en algunos tapiales y otras construcciones similares. Don Juan de León y Castillo (Las Palmas de Gran Canaria 1834-1912), Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y Señales Marítimas, fue el gran hacedor de acueductos en nuestro territorio municipal y, por la versatilidad de esos cantos amarillos y también en algunos casos, morados, los utilizó en sus construcciones, haciéndolos tallar y colocar de tal forma y manera que hoy los seguimos admirando por la gran belleza de sus líneas constructivas. Invito a observar los llamados acueductos de Tara, Barranco Real en su ramal de San Roque e Higuera Canaria, San José de las Logueras, Calle Inés Chimida entre San Francisco y San Juan, Barranquillo de las Bachilleras y alguno que otro más. Siglo y medio más tarde siguen desafiando al tiempo y al olvido de los teldenses y de las autoridades municipales, cabildicias y autonómicas, que no ven en ellos más que artefactos en desuso y no obras magistrales del mejor ingeniero canario de todos los tiempos.
Llegados a finales del siglo XIX y principios del XX y pasados los años hasta la década de los 70 de este último siglo, nos encontramos con el aprovechamiento de otros elementos constructivos extraídos de canteras locales, nos referimos a los populares cantos de picón, que tan comúnmente se emplearon en las autoconstrucciones de muchos barrios de nuestra ciudad, sobre todo en su populoso de Los Llanos de San Gregorio. Al decir canto de picón, no debemos confundirlo con los que después se hicieron al mezclar el lapilli volcánico con cemento, producto netamente industrial, pues eso diríamos es otro cantar. Nos estamos refiriendo al canto sólido extraído en cantera y por tanto creado por la naturaleza volcánica insular.
Si miramos a la omnipresente Montaña de las Palmas, junto a la carretera que asciende desde Telde a nuestro vecino municipio de Valsequillo, en su margen derecha y a un tiro de piedra de La Barrera, encontramos esas canteras a manera de grandes mordidas hechas al antojo de sus explotadores. Miles de cantos fueron sacados de ese lugar y puestos en el mercado de la construcción. También debemos reseñar aquí las populares canteras para la extracción de los mismos cantos situada a los pies de la montaña de Taliarte, exactamente en donde hoy se ha erigido el campo de futbol de ese barrio de la costa teldense. Muchas casas antiguas de Taliarte Melenara, Las Clavellinas y Las Salinetas se hicieron gracias a la cercanía de la propia cantera, que abarataba enormemente las edificaciones allí proyectadas. Recordemos aquí los maestros mayores de obras, don Pancho Ortega y don Fernando Alemán, que con destreza utilizaron tales cantos en muchas edificaciones de la zona de La Barranquera, Los Picachos, Urbanización Ascanio-Manrique de Lara (inmediaciones al Colegio de las Salesianas) y otros rincones del Telde de los años treinta, cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX.
Fue Telde, desde siempre, zona que presentaba una dicotomía entre su feraz campiña llamada por extensión y productividad Vega Mayor y la tosca y árida tierra de su costa y aledaños, léase La Estrella, La Mareta, Mar Pequeña, Las Rubiesas, El Calero, Las Huesas, y El Goro en donde el caliche superficial hacía impracticable la agricultura si previamente no se levantaba este elemento.
Tuvo Telde desde antaño no solamente caliche para transformarlo en cal, sino varias minas de ese elemento constructivo tan necesario como usual. El nombre de El Calero, hoy convertido en un barrio importantísimo del municipio, viene dado porque en él la presencia de la cal afloraba en cantidades muy elevadas. En Hornos del Rey también existieron minas de cal, lo que permitió desde el siglo XVI hornearla para prepararla para su venta en diferentes localidades insulares. En la Cruz de la Gallina, existió hasta fechas muy recientes del pasado siglo XX un enorme y muy productivo horno de cal, así como en uno de los barranquillos que quedan al margen de la antigua carretera Telde-Aeropuerto de Gando a su paso por El Goro.
Por muchos siglos mantuvo nuestra ciudad una industria casi artesanal de la cal, que le dio fama dentro y fuera de nuestros límites insulares. Como bien saben, la blanca cal no solo se emplea como argamasa que endurece y mantiene sujeta las paredes de todo grosor y altura, sino que además se emplea para la impermeabilización de techos de azotea, paredes y fondos de aljibes, y también de acequias y cantoneras y no pocos estanques. Lo que hizo que se mantuviera un lucrativo comercio en torno a su extracción y posteriores tratamientos. En nuestra infancia y juventud, ante la inexistente GC1, todos los camiones que iban y venían de las Palmas de Gran Canaria o de cualquier otra localidad hasta el Sur de la Isla, atravesaban en su totalidad nuestra ciudad y no pocas veces asistimos a la gran polvareda que dejaba depositado un manto blanco sobre asfaltos, pavimento de aceras y edificios. Debido todo ello al viento que hacía levantarse o correrse las lonetas enceradas que cubría el remolque del camión lleno hasta arriba de cal.
En otro orden de cosas, podemos señalar que fue Telde tardía, como la mayor parte de las ciudades y pueblos de Gran Canaria, en la pavimentación de sus calles, pues fueron los grandes reformadores de la vida pública, poseedores de las ideas liberales progresistas, las que a partir del reinado de doña Isabel II vinieron a preocuparse de dichos trabajos de mejora para el tránsito y la higiene pública. Si echamos manos de algunos Cronistas de entonces y, nos vamos a remitir a don Luis Zuaznávar y Francia (San Sebastián/Donosti, 1764-1840), solo una parte de la llamada Alameda o Plaza de San Juan estaba dificultosamente empedrada a base de guijarros del cercano Barranco Real. Pero los numerosos baches hacían de su superficie un lugar accidentado, más que un espacio para el paseo y posibilidad de transitarlo. Fue a partir de los años cuarenta del siglo XIX cuando nuestros ediles comienzan a tener consciencia de lo importante que es adecentar nuestras principales vías y cada vez que tienen ocasión (más bien pocas) emplean dineros y mano de obra en la pavimentación de esos espacios.
En Telde nunca hubo adoquín de cantería, como podemos apreciar en las principales vías de la zona Vegueta-Triana de la capital grancanaria, aunque éstas tampoco tienen un origen anterior al siglo XIX. Nuestros munícipes, debido al paupérrimo estado de la hacienda pública local, lo que hicieron como ya hemos afirmado con anterioridad, fue extraer del Barranco Real cercano, cientos de toneladas de piedra viva o callao con el que, pacientemente, los fueron poniendo en las calles para que, el cada vez el más usual tráfico de carros, carretas, quitrines y tartanas se hiciera más cómodo. El asfalto en Telde llegó muy, muy entrado el siglo XX y, solo para sus calles principales que no eran otras que aquellas que formaban parte de la carretera general del Sur de la Isla, que como ya hemos dicho con antelación, cruzaba de Norte a Sur los barrios centrales de esta noble urbe. En los duros y largos años de la postguerra civil, los alcaldes don Juan Ascanio, don Manuel Álvarez, don Sebastián Álvarez, don Manuel Amador y don Agustín Florido, se preocuparon sobremanera de poner al día las calles teldenses, a través de un ambicioso plan general de asfaltado.
Hasta aquí hemos querido hacer un repaso general a aquellas piedras que hicieron nuestra Ciudad. Créanme si les digo que el espacio ocupado, tal vez demasiado para una publicación de estas características, ha sido mínima a la hora de explicar el tema aquí expuesto. Todavía ahora, al enfrentarme a la conclusión del mismo, echo en falta algunos pormenores que, a manera de flecos, darían mayor luz a lo hasta aquí relatado. Valga, por tanto, este pequeño esfuerzo para iniciar a otros en un estudio más completo y, por tanto, más decisivo a la hora de interpretar la Historia de la arquitectura de Telde, su comarca y por extensión de la Isla de Gran Canaria.
Y mi mayor deseo sería que el Gobierno de Canarias y el Cabildo de esta Isla, llevase a cabo un estudio pormenorizado de las canteras históricas, que dieran como resultado no solo sus precisas localizaciones y su catalogación, sino su definitiva declaración como Bienes de Interés Cultural (BIC). Con este último deseo ponemos un final de puntos sucesivos que, en el futuro, intentaremos cumplimentar.
FUENTE: https://www.teldeactualidad.com/articulo/geografia/2021/02/24/304.html