POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS).
Este artículo es común a la memoria colectiva de aquellos teldenses cuyas edades oscilan entre los treinta y los sesenta años. Son los llamados niños de la posguerra. Ese largo, tal vez demasiado largo periodo de tiempo que podemos datar entre 1940 y 1965, fecha ésta última en que realmente se empezó a notar, sobre todo en Canarias, cierto desarrollo económico y social a partir de la afluencia masiva de turistas europeos a nuestras playas.
Esos niños de ayer, hoy ya padres y algunos abuelos, han escuchado, recientemente, con asombro, salir de sus bocas anécdotas de sus primeros cursos escolares, sentencias más o menos acertadas, afirmaciones tales como: ¡En mi época…!, ¡Si yo le hubiese contestado eso a…!, ¡Hoy todo es más fácil! Y muchas más. ¿Será, por cierto, que los años no perdonan? ¿Dónde están hoy los chicos yeyé que bailaban al son de la música de los Full-Stop? Irremediablemente el tiempo se va y las historias personales se repiten. Quién nos iba a decir, sólo hace diez o quince años, que también nosotros aburriríamos a nuestros hijos con cuentos y guerras de nuestro ayer.
Al mirar hacia nuestro pasado personal más remoto cada uno de nosotros tenemos algo en común con los demás, casi me atrevería a afirmar que dos palabras resumirían buena parte de nuestros días infantiles y juveniles: juego y escuela.
Muchos de nosotros recordamos las obras del alcantarillado público (1960-1965) como la etapa más divertida de nuestra niñez
Los niños de entonces jugaban de forma más primitiva, con su propio cuerpo (perrito cogido, perrito agachado, calimbre, etc.) o con artilugios muy simples (las pipas de los albaricoques, las chapas de las botellas de agua, un trozo de laja). Todo ello, claro está, tenía como escenario las azoteas propias o de los vecinos, las calles y callejones del barrio, el barranco o las fincas y cercados colindantes a nuestras viviendas. Telde, nuestra ciudad, parecía desde lo alto una perla blanca en medio del mar esmeralda del rico platanal de su Vega Mayor. Los días transcurrían despacio y cualquier alteración de esa paz cadenciosa era elevada a rango de acontecimiento.
Muchos de nosotros recordamos las obras del alcantarillado público (1960-1965) como la etapa más divertida de nuestra niñez.
Nosotros no pensábamos por entonces en el motivo de ese empeño en canalizar las aguas fecales a través del subsuelo de calles y plazas. Sólo queríamos que las anchas y profundas zanjas abiertas a golpes de pico y pala no se cerraran nunca, y, así, siguieran sirviendo de improvisados nidos de ametralladoras, trincheras de nuestras guerras infantiles, laberintos de tierra, en donde perderse en busca de los más ocultos tesoros.
Ahora comprendemos que ciertamente se han producido cambios, y, éstos se han manifestado hasta en las cosas más banales y etéreas. Pero ¿y el mundo escolar? Pues también, y, porque no es malo rememorar, y, también porque obtenemos cierto placer al dejar escrito los años vividos, hemos querido dedicar el presente trabajo a algo que para nosotros tiene vida y espíritu propio: nuestras escuelas. Y también para aquellos que nos repetían sin cesar: ¡Aunque vivas cien años, nunca me podrás pagar lo que de mí aprendiste!.
Empecemos pues el relato, y, para ello, recomendamos al amigo lector que se una a nosotros poniendo él de su propia cosecha aquellas anécdotas que sólo él sabe, porque sólo él las vivió.
Hoy, buscando en una vieja y destartalada caja, que en su tiempo sirvió como depósito de unos fragantes y deliciosos bombones, he descubierto mi viejo diario de 1963. ¡Qué raro! de enero a septiembre no hay nada escrito, sólo a partir del uno de octubre comienzan a llenarse las páginas con una escritura titubeante y ¡horror! con borrones muy sucios, seguramente hechos al frotar las letras recién escritas a lápiz con el dedo o con grasientas migas de pan. No dejan también de estar presentes las faltas, las inevitables faltas de ortografía, aquellas que sacaban de quicio a señorita Hilda Marrero y que me hacía repetir según norma, veinticinco veces. Y si eran de las garrafales como antes de p y b va siempre m o los verbos servir, hervir y vivir van con v o alguna otra, hasta cien veces.
Ese año tuvo que ser para mi bastante importante, al fin y al cabo, dejaba atrás las aulas del colegio de las Monjas e ingresaba en El Labor. Durante unos meses estuve en el piso bajo con la señorita Lala Betancor, quién con virtuosa paciencia me puso al día en cuanto a lectura, caligrafía y cuentas. Algo más tarde, subí de piso, y, ello implicaba subir de nivel, aunque yo confieso haber hecho sólo lo primero. El primer día de clase lo voy presenciando a partir de las frases inacabadas y algo torpes del viejo diario. Creo que a todos nos sucedía lo mismo, así que dejaré a un lado la primera persona del singular y cogeré la del plural.
El día antes de empezar el curso, nos llevaban, pese a nuestro disgusto, al barbero para que nos quitara de forma contundente todo aquel pelo que nos había crecido durante los meses del estío. La mayor parte de los niños veían con asombro surgir, tras la caída de sus rizos, una mole compacta de rapada superficie aterciopelada en la cual se apreciaban las más diversas muestras de sus juegos inocentes y restos de pedradas. Cicatrices de las más variadas formas llenaban ese firmamento recientemente redescubierto.
Más de uno se sentía tan satisfecho de su historial clínico, que, sólo el traer a su memoria el momento en que le hicieron la coneja o bichoca, era motivo de orgullo. El gremio de los barberos odiaba esos días finales de septiembre en que cientos de chiquillos revoltosos tomaban como al asalto sus locales. Los coscorrones, a veces dados con verdadero placer utilizando el mango de las tijeras, eran la advertencia segura para que te estuvieras quieto, no bostezaras tanto o simplemente no te escurrieras en el cajón que elevaba tan diminuta estatura. Todos o casi todos salían del barbero pelados al cero o al uno. De atrás hacia delante y a pocos centímetros de la frente una moña ensortijada o un liso flequillo. También era usual decir: ¿Cuánto le debo maestro?, y, después de oír al barbero la cantidad, se zanjaba la cuestión con: ¡Mi padre se lo pagará cuando venga!
Era tan evidente el clasismo en la sociedad, que, según el grupo social al que pertenecías, así vestías, te comportabas, asistías a éste o aquel colegio o escuela, utilizabas zapatos de Segarra o simples alpargatas, aunque también los había que iban siempre descalzos.
No podemos olvidar, aunque bien quisiéramos, esas diferencias sociales al querer confeccionar nuestro relato. Pesa mucho en nuestra conciencia. A los que tuvieron la suerte de pertenecer a las clases pudientes o acomodadas, el motivo de ese estado de cosas, si tenían conciencia social, no les podía satisfacer. A los otros, a aquellos que recibían toda clase de vejaciones, porque como señala el dicho popular lo malo de ser pobre no es serlo, sino sentirlo. A esos, se les hacía el curso más difícil. Los piojos, las liendres, los diviesos, no eran sólo sustantivos, eran una triste realidad.
Con ello no afirmamos que la pobreza trajera implícita la falta de higiene, pero sí, que, ante la falta de cultura y formación de los padres, la ausencia del agua corriente en los hogares (cuevas, cuarterías, casas de portadas, etc.), la miseria en suma era el detonante de muchos males sociales (raquitismo, tuberculosis, estrabismo, malformaciones genéticas, etc.). Así las cosas, intentaré en los siguientes párrafos confeccionar un retrato robot de ambos tipos de alumnos.
El niño de clase media, media-alta o lo que solíamos calificar de familia acomodada solía vestir de pantalón corto hasta los catorce años aproximadamente
El niño de clase media, media-alta o lo que solíamos calificar de familia acomodada solía vestir de pantalón corto hasta los catorce años aproximadamente, ya que al superar la reválida de cuarto era considerado un hombre y como tal podía utilizarlo largo. Los había que llevaban chaqueta más o menos conjuntada con el pantalón (los famosos ternos), pero las herencias sucesivas de hermanos mayores a otros más pequeños hacían que la pieza más lavada, el pantalón, tuviese un color ligeramente más claro. También era usual el jersey, pullover o abrigo, la mayor parte de las veces confeccionado hábilmente por abuelas, tías solteras o madres abnegadas. El interior se vestía con calzoncillos y camisillas, piezas ambas de uso forzoso, sobre todo la segunda para evitar catarros.
Ahora recuerdo que era obsesiva la idea de librarse de las corrientes: ¡Este niño está en corriente! ¡Viene sudando y ahora con ese sudor en el cuerpo se va a enfriar! ¡No tomes agua de la pila cuando vengas de estar corriendo! Éstas y otras frases similares se oían varias veces al día. Los niños bien llevaban gruesos calcetines de pura lana en colores cubridores, durante el invierno y, en blanco destelleante en primavera y principios de verano. El calzado siempre era motivo de preocupación: ¡Un número más, pues a estas edades ya se sabe, crecen y crecen sin parar!
Había zapatos con suelas de cuero y también de goma, a los del primer tipo se les llevaba a poner punteras de metal, tanto delante como en los bordes del tacón, para que duraran más. Y en los días de lluvia se extraían del fondo del armario las botas de agua en goma dura y negro achalorado, así el niño podía cruzar charcos o saltar sobre ellos en el pavimento desigual del patio del colegio. La maleta de cuero y también de ciertos tejidos a cuadros, forrados en su interior con un fino plástico, que se rompía a los pocos días de uso. El niño de clase bien tenía caja de madera de varios pisos para guardar los lápices, el afilador, la goma, etc. Los había tan afortunados que la tapa de esa caja simulaba una regla. El niño pijo se ponía fijador en el pelo y siempre llamaba a su profesor don o señorita, jamás maestro maestra.
Los libros que servían de apoyo pedagógico eran aburridos, con dibujos en blanco y negro, textos interminables, afirmaciones categóricas y mucho Imperio, Patria, Grandeza, Raza, Lealtad, etc. Primero, segundo y tercer grado; enciclopedia y catecismo, ahí se contenía todo el saber humano, y, para volcar el nuestro, libretas de tapas azules que con letra algo rebuscada decía de forma ascendente Cuaderno y la contraportada poseía unas tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir, verdaderos tamómetros de la sapiencia infantil: ¿Por qué tabla vas?, ya di la del cinco y ahora empezamos la del seis, contestaba el niño con orgullo de Pigmalión.
Algunas familias confiaban la educación de sus vástagos a alguna orden religiosa, Salesianos, Hermanos de La Salle, Jesuitas o Claretianos. Pero esto implicaba el internado o la media pensión, ya que antes como ahora, ninguna orden o instituto religioso masculino tenía colegio en Telde. Las niñas sí podían ir durante buena parte de su vida escolar al colegio de María Auxiliadora y aprender de manos de Sor Cecilia, Sor Sinensia, Sor Manuela, Sor Remedios, Sor Concepción, etc.
El niño de clase baja o mejor dicho humilde, podría tener distintos aspectos según el orden y fundamento de su casa o simplemente las posibilidades económicas de sus progenitores. Casi siempre con cabeza rapada al cero, vestía una simple camisa abotonada, si había botones, y, si no, metida en el ajustado o desajustado pantalón, éste bien remendado cogido a la cintura con cinto o atillo de cuerda, a veces con tiros, no de elástico, sino del propio tejido de los pantalones; calzado con alpargatas o algún zapato que le dieron por hacer recados o porque su hermana mayor iba a cuidar niños en la casa de don fulano o su madre le planchaba o lavaba la ropa en la acequia a señorita tal o cual. No tenían estos niños maletas, a lo sumo, una talega de saco de azúcar o muselina de sábana vieja.
Lápices, pocos; gomas y afilador, nunca. Para sacar puntas al lápiz la maestra o el maestro les prestaba un trozo de hojillas de afeitar o una navajilla. A estos niños, que asistían primero a la llamada escuela del Rey y después del curso 1954/55 al Grupo Escolar, se les daba un vaso de leche todos los días procedentes del Auxilio Social. Aunque somos testigos de las continuas críticas surgidas a raíz de la baja calidad de la misma, pues se hacía a partir de leche en polvo y mucha agua, tenemos que hacer aquí justa mención de tal medida dietética, pues gracias a ella se llenaban no pocas barrigas.
Se cuentan muchas anécdotas de las escuelas públicas, pero tal vez de las más graciosas, si no fuera por lo que de trágico tiene la ignorancia, es aquella ocurrida a un maestro de la playa de Melenara quien le decía a sus alumnos con voz grave y sonora: La M con O, y los niños contestaban MO, para proseguir: Y la T con la O, a lo que la concurrencia gritaba TO. Entonces el buen enseñante decía: ahora todos juntos; los alumnos sin inmutarse decían con voz alta AMOTO, por moto. La docencia en aquellos años tenía mucho de vocación, pues los medios eran escasísimos, los sueldos irrisorios y además se luchaba contra una sociedad que huía de los libros como de la peste.
De los profesores más antiguos de Telde, entre otros destacan don Antonio Suárez Santana (1854-1938) cuya gran formación humanística le hizo ser redactor de no pocas actas y documentos notariales
De los profesores más antiguos de Telde, entre otros destacan don Antonio Suárez Santana (1854-1938) cuya gran formación humanística le hizo ser redactor de no pocas actas y documentos notariales. Lector empedernido, dejó escritos algunos versos de cargado carácter evangélico. Don Miguel Alemán Pérez, nacido en 1879 y fallecido en 1951, vino a Telde desde Teror, villa en la que trabajaba desde hacía unos años. Impartió clases en los barrios de San Isidro del Tabaibal, Lomo Magullo, San Francisco y San Juan (calle León y Castillo).
Don Francisco Cruz Espino, progenitor de una verdadera saga de educadores. Nació en 1880 y ejerció en el barrio de San Juan. Educador disciplinado de gran renombre, intentaba que sus alumnos partieran de sus aulas no solamente con conocimientos de letras y ciencias, sino sobre todo siendo unos perfectos caballeros. Don Antonio Mejías Peña, natural de Telde, ambicionó toda su vida dar clases en su ciudad natal (1886-1957) cosa que consiguió, dedicándose con esmero y cariño a favorecer a sus numerosos pupilos.
Mención aparte, debemos realizar sobre la extraordinaria personalidad de don Nicolás Espino Aguiar, perteneciente a una familia de ricos hacendados. Su gran religiosidad le hizo dedicar toda su vida a la docencia, bien como maestro o más tarde como inspector de zona. Fue fundador y presidente de la Asociación Católica de Adoración Nocturna de la Parroquia de San Gregorio. La ciudad por la que sufrió tantos desvelos le agradece eternamente su caballerosidad con la calle que lleva su nombre.
Doña Isabel Casañas Padrón, nació esta maestra vocacional en la villa de Valverde de El Hierro, después de obtener su titulación académica trabajó en la isla de La Palma, desde donde vendrá a nuestra ciudad para hacerse cargo de la Escuela Femenina Número Uno del barrio de Los Llanos de San Gregorio. Su gran valía personal, su trato afable, su alto nivel pedagógico-didáctico, le hizo acreedora del Gran Lazo y Cruz de Isabel la Católica. Aún hoy sus alumnas la recuerdan con respeto y admiración.
Don Cesáreo Suárez Sánchez, verdadero autodidacta de la enseñanza, su fuerte carácter no mermó en nada el cariño y aprecio que le tenían los teldenses. Enamorado de su barrio de Los Llanos, jamás quiso trasladar su escuela a la zona de San Juan. Sus métodos de enseñanza de las matemáticas le acreditaron como el mejor profesor teldense de tal disciplina. Al hijo del tendero le dictaba los problemas con datos de frutas, piezas de tela o metros de soga; al del agricultor con hectáreas, kilos de fruta o verduras, horas de agua, etc. De manera tal que el pupilo viese reflejado en las clases prácticas el quehacer cotidiano que le esperaba en el futuro.
Doña Inocencia Alayón Martín (1894-1975) fue maestra de primera enseñanza, dedicando buena parte de su vida profesional a formar a jóvenes teldenses. Llegó a nuestra ciudad en el año 1934, para regentar la escuela del Valle de Los Nueve, pasando más tarde a la calle Rivero Bethencourt de la zona de Los Llanos. El Pleno de M.I. Ayuntamiento de la ciudad de Telde denominó una calle del Calero Alto con su nombre.
Don José Cabeza Vaz, desde su Huelva natal (4 de Noviembre de 1894), llegó a Telde para ejercer como maestro. De él recuerdan sus alumnos su extrema rigidez cuando se trataba de dar clases, y un fino humor andaluz a la hora del recreo o simplemente entre clase y clase. Falleció el 10 de abril de 1990.
Don Manuel Alonso Jiménez nació el 5 de agosto de 1895, falleciendo el 12 de Abril de 1978. Nos han comentado quienes fueron sus alumnos que sobresalía por la educación exquisita que transmitía.
La Maestra por excelencia de San Antonio del Tabaibal, fue doña Adela Santana Henríquez. Trabajó denodadamente por la construcción de la iglesia que había sido interrumpida durante el periodo de la Segunda República. Como anécdota destaca la venta de una colcha de seda por valor de 200 pesetas, de entonces, para adquirir la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Su amor por el Barrio, le hizo ser pregonera de sus fiestas en el año 1972.
Don Sebastián Bueno Santana (1898-1923) dió clases en el barrio de Lomo Magullo, pero su muerte acaecida cuando sólo contaba con 25 años, hace que su memoria haya quedado diluida con el paso de los tiempos.
La Maestra de la Playa éste fue el título o galardón que más le satisfacía a doña María del Cristo Bethencourt Hernández. Esta gran profesional de la enseñanza comenzó su vida docente en su barrio natal de Los Llanos de San Gregorio, pero algo más tarde ejerció el magisterio en el Valle de San Roque, aunque su dilatada vida profesional tuvo mayor resonancia en la escuela de niñas de Las Clavellinas-Melenara. Muchos maridos le han dado su nombre a barcas de pesca y a sus propias hijas. Su carácter afable, su gran señorío, y una fe imperecedera en Cristo, hizo de esta maestra un apóstol entre las gentes de la playa. Su trayectoria profesional y humana es tan sobresaliente, que nos es imposible relatar todos sus méritos en estas pocas líneas. Han sido muchas las voces que vienen reclamando del Consistorio la denominación de la avenida de Melenara como Avenida de María del Cristo Bethencourt Hernández.
Esposo, padre, suegro y abuelo de enseñantes fue don Manuel Arbelo Morales (1899-1967). Durante gran parte de su vida regentó las escuelas de Cazadores, Ejido y en San Juan las de las calles Defensores del Alcázar y León y Castillo. En 1963 se trasladó a Las Palmas de Gran Canaria. Trabajador incansable, promotor de muchas actividades escolares, fomentó el gusto por el deporte entre sus numerosos alumnos.
A don Federico Quintana Rodríguez todo el mundo le conocía como Maestro Federico, sólo una fuerte sordera que agrió su carácter lo apartó de la enseñanza, dedicándose desde entonces a regentar una agencia de Apuestas Mutuas Deportivas. Nacido en 1899, murió en su domicilio particular, que también le había servido de escuela, en la calle Juan Diego de la Fuente.
De grato recuerdo para el pago de los Arenales de Lomo Magullo, es el nombre de doña Demetria Pérez Díaz, natural de Firgas
De grato recuerdo para el pago de los Arenales de Lomo Magullo, es el nombre de doña Demetria Pérez Díaz, natural de Firgas, en donde había nacido en 1903. Maestra según título expedido en Madrid el 25 de marzo de 1924, murió cuando apenas contaba con 48 años, en 1951.
Doña Carmen Rodríguez Alemán (1900-1973) dio clases durante varios años en el Valle de Los Nueve, procurando en todo momento elevar los conocimientos de sus alumnos, y a veces de los padres de éstos.
Doña Esperanza Rodríguez Domínguez (1901-1987) trabajó durante algo más de 25 años en la ciudad de Telde, en donde destacó por haber creado numerosas asociaciones de carácter benéfico-asistencial entre sus alumnas.
Doña María González Socorro (1903-1967) en su dilatada vida profesional trabajó en varios centros de enseñanza, pero tal vez donde más se le recuerda es entre los alumnos del C.P. León y Castillo.
El ítalo-uruguayo don Juan Pinchetti Cetrini (1902-1940) llegó con su esposa doña Ernestina García López (1912-1939) desde Montevideo a esta ciudad para fundar una escuela particular dedicada a las primeras enseñanzas. Sólo una larga y penosa enfermedad lo apartó de su trabajo cotidiano. Su esposa también murió siendo aún muy joven, pero a ambos se les recuerda, aún hoy, como excelentes profesores y buenísimas personas.
Doña María del Carmen Gutiérrez Inza (1902), maestra nacional según título expedido el 29 de septiembre de 1926. Trabajó en Gáldar y Temisas, pero a partir de 1928 lo haría en Telde; primero, en el barrio de La Pardilla por espacio de seis años. Y algo más tarde (1934 hasta 1966), en la escuela de niñas número cuatro de la calle León y Castillo. Su largo currículum profesional le avala como una de las docentes de mayor prestigio en la historia reciente del magisterio teldense.
Doña Fermina Navarro Álvarez, nacida en Telde el 7 de Abril de 1902, ejerció la docencia en épocas muy difíciles para los enseñantes destacando por superar cuantas trabas le ponían al desarrollo de su trabajo. Falleció esta gran maestra en 1990.
Doña Lola Sánchez Croissier (1904-1983). Su gran vocación de enseñante le llevó a tomar los votos de religiosa en sus años juveniles. Impartía clases en el barrio de Los Llanos.
En el barrio de San Antonio primero y más tarde en la calle de Santo Domingo enseñaba don Godofredo Arribas García (1906-1977), quien transmitió a sus alumnos un alto concepto del trabajo y del amor a la patria.
Poco sabemos de la actividad de doña Rita Brito Cárdenes nacida en 1906 y fallecida en 1988. Pero no queríamos pasar por alto su nombre, ya que sus alumnos la siguen recordando como una gran profesional.
Navarro, así fue conocido don José Santana Santana (1907-1982), dio clases de primeras letras de forma particular y sin título en la calle Doctor Melián. Su gran cuerpo imponía un respeto enorme a aquellos que fueron sus alumnos. Dejó la enseñanza para dedicarse a su firma agropecuaria de exportación, en donde cosechó muchos éxitos mercantiles.
Doña María Jesús Pérez Torres (1907-1982) terminó Magisterio siendo aún muy joven, pero al casarse con don Agustín Alegre Hormiga, militar de profesión, tuvo que seguir a su esposo en los diferentes desplazamientos por la Península. Al regresar a las Islas Canarias desarrolla su labor docente en varios municipios de Gran Canaria. En Telde, trabaja en La Majadilla y en el León y Castillo. Persona muy servicial, se entregó de lleno a las obras sociales a través de Cáritas Diocesanas en la parroquia de San Gregorio.
Don Antonio González Santana (1908-1992) ejerció la docencia en la escuela situada en la calle León y Castillo. Afiliado al PSOE, fue nombrado alcalde de la ciudad de Telde en mayo de 1936, siendo destituido de dicho cargo el 18 de Julio de 1936. Depurado por las Leyes del Movimiento Nacional, perdió de forma definitiva el derecho a ejercer su carrera, dedicándose desde entonces a atender su acreditado comercio-ferretería de la zona de Guanarteme.
Durante 28 largos años atendió de manera inmejorable la pequeña escuela de Ojos de Garza doña Pino Ramos Hernández (nacida en 1908).
Meritoria labor docente, realizó a lo largo de su vida don Virgilio Díez Puebla (1909-1993). Primero, dio clases como maestro en la escuela ubicada junto a la iglesia de San Francisco, pero más tarde, se licenció en Filosofía y Letras. Fue Catedrático de Enseñanzas Medias y durante varios lustros director del instituto José Arencibia Gil.
Don Manuel Cárdenes Naranjo (1909-1981) dio clases en el Colegio Labor y algo más tarde en el León y Castillo de Los Llanos y en el Valle de Los Nueve.
Doña María del Cristo Bethencourt Peña (1910-1982) obtiene el título oficial de Magisterio el 8 de octubre de 1940. Trabajó en Puerto Cabras (Fuerteventura) pasando más tarde a la escuela de La Pasadilla de Ingenio, Sardina del Sur y al barrio teldense de Las Clavellinas. Terminó su vida académica en el colegio León y Castillo.
Maestra y directora de la academia San Juan fue doña Pino Mejías Medina (1911-1988). Después de una estancia forzosa en Fuerteventura se le concede el traslado a la escuela mixta de Gando, cuyas alumnas con ella al frente serán las primeras españolas que saluden a Evita Duarte de Perón cuando visitara oficialmente España en 1947. Más tarde, fue profesora de niñas en Ejido, también en la escuela de la calle Gago Goutinho, jubilándose más tarde en Las Palmas de Gran Canaria tras casi cincuenta años de vida profesional.
Don Pedro Martín Saavedra (1911-1982) enseñó letras y las cuatro reglas a muchos niños y niñas del barrio de San Francisco, que, aún hoy, lo recuerdan como la persona que les enseñó a leer.
Don Antonio Sarmiento Sánchez es un teldense de adopción pues nació en Valleseco el 20 de marzo de 1913. Ha sido el maestro con mayor número de años en La Pardilla, ya que comienza a ejercer el día 12 de noviembre de 1934, y, después de décadas como maestro director, cesa por jubilación el 20 de marzo de 1980 tras 46 años de actividad docente en ese pago teldense.
En el Barrio de San José de Las Longueras ejerció como maestra durante 20 años, la excelente profesional doña Virginia Moreno Santana (nacida el 25 de febrero de 1913)
En el Barrio de San José de Las Longueras ejerció como maestra durante 20 años, la excelente profesional doña Virginia Moreno Santana (nacida el 25 de febrero de 1913).
Don José de Horno Tejero (1913-1988) fue director del colegio León y Castillo de la mareta de San Gregorio. También dio clases en la trasera de la calle Conde de la Vega Grande. Contaba nuestro biografiado, con un profundo sentido del deber, que, a veces le hacía algo duro con sus alumnos, aunque estos le disculpaban por su gran entrega e integridad personal.
Don Juan Suárez Medina, nacido el 3 de marzo de 1914 dio clases en el barrio de Arauz, carecemos de otros datos.
El 22 de octubre de 1940, recibió el título académico correspondiente don Pedro Benito Iglesias, quien había nacido en Irún (Guipúzcoa). Ejerció el magisterio en Telde entre 1950 y 1962.
Doña Sebastiana Ruiz Suárez, popularmente conocida por Chanita Ruiz. Nacida en Telde el 20 de enero de 1914, fue la alumna preferida y más tarde ayudante de doña Isabel Casañas, de la cual posee Chanita su forma de hablar herreña. Nunca poseyó título alguno, pero siempre fue una amante de la docencia, obteniendo resultados sin igual con aquellos alumnos que preparaba para ingresar en Bachillerato. Se comentaba en Telde, que si eras alumno de Chanita siempre aprobarías a la primera. No sólo se esmeraba por conseguir los mejores resultados académicos entre sus alumnos, sino hacer de éstos, ciudadanos respetables. El M.I. Ayuntamiento de la ciudad de Telde denominó una calle de la ciudad Sebastiana Ruiz Suárez.
Don Leopoldo Hoyo Corchón (1915), dio clases durante varios años en la Agrupación San Gregorio y también en el colegio de León y Castillo. Su austero carácter y su gran formación le hicieron acreedor del respeto de los teldenses.
Hombre de entrañable presencia, caballero sin igual, estudioso y gran pedagogo fue don Juan Ortega Moreno (1915-1974).
Doña Guillermina Brito, merecedora del colegio que lleva su nombre en el barrio de La Pardilla, fue elogiada entre otros por el párroco de San Gregorio don Simeón, el cual manifestó numerosas veces las grandes virtudes humanas y cristianas de quien supo hacer de su carrera docente el mayor servicio a la sociedad. La entrañable personalidad y la dedicación plena a su vocación de maestra le hicieron ser admirada en vida y recordada aún hoy.
Doña Encarnación Santana Santana (1915) dio clases en la Escuela Privada de Acción Católica El Hornillo y por último en San Juan, en todos estos lugares ha dejado una grata memoria como lo hiciera en Fuerteventura y Lanzarote, islas en las que ejerció sus primeros años de magisterio.
Doña Ernestina del Pino Toledo (1915-1987), maestra del colegio de San Antonio del Tabaibal y también del C.P. conocido popularmente como el de las Cuatro Esquinas en San Juan de Telde.
De gratísima memoria es la vida y obra de don Daniel Ramos Padrón, hombre afable y cariñoso de grandes virtudes humana y cívicas. Fue fundador del colegio-academia San Gregorio, en donde daba clases de matemáticas, además de ser el director.
Doña Rosa Sánchez Jiménez (1916-1993) ejerció como docente por espacio de varios años en nuestra ciudad, dejando una impronta imborrable en medio de su alumnado.
Hombre emprendedor, gran profesional de enseñanza y conocedor sin igual de sus alumnos, fue don Santiago Valido Vega
Hombre emprendedor, gran profesional de enseñanza y conocedor sin igual de sus alumnos, fue don Santiago Valido Vega. Comenzó dando clases en el colegio León y Castillo, desde donde pasó a la academia Santo Tomás de Aquino de San Juan, de donde fue alma pater y director. Este centro docente brilló con luz propia por el grado tan alto de alumnos sobresalientes que tuvo sus aulas. Trabajó también en el centro Poeta Fernando González, San Roque y San José de Las Longueras.
Doña Rosario Hernández Rivero, hermana del Cronista Oficial de la ciudad y venerado sacerdote don Antonio Hernández Rivero. En 1937 toma posesión de su primera escuela en Vecindario, en plena Guerra Civil. Dio clases en Ayacata y en el Calero de Telde, jubilándose después de 42 años de meritorio labor en el colegio Poeta Fernando González. Su humildad y religiosidad aún hoy son elogiadas por cuantas personas la tratan diariamente.
Doña Carmen de la Nuez Ojeda, natural del barrio de San Gregorio fue profesora durante muchos años en los colegios de Los Llanos.
En la playa de Melenara impartió enseñanzas a un nutrido grupo de alumnos, hijos de los pescadores del lugar, don Miguel Alemán de la Nuez (1919-1993).
Doña Encarnación Cazorla Sánchez, nacida en 1919, fue profesora durante 16 años en el pago de La Colomba – Los Arenales. Sus alumnos y alumnas cuentan muchas anécdotas sobre ella y su labor docente.
Doña Lucía Jiménez Oliva, recibió el título de maestra con sólo 21 años de edad. Quiso estudiar Románicas, pero dos años después de iniciar dicha carrera, tuvo que dejarla por imperativo de la Guerra Civil. Dio clases en el Colegio Labor y en el Viera y Clavijo de Las Palmas de Gran Canaria. Funda con otras amigas el colegio San Gregorio. Su dilatada actividad la llevó al colegio Sagrada Familia de Vegueta, Instituto Laboral de Telde, León y Castillo, San José de Las Longueras, Poeta Fernando González y por último el San Juan. Profesora particular de inglés y francés, a su extraordinaria personalidad se le unía su alta cualificación académica. Hoy un colegio del municipio lleva su nombre.
Don Antonio Santana Tejera (1921) ejerció como maestro de primeras letras durante varios años en El Calero.
Otra docente de gran prestigio y renombre en la sociedad teldense, es doña María Jesús Ojeda Amador. Su gran capacidad de trabajo, sus extensos conocimientos humanísticos le hicieron ser admirada y respetada por todos. Los años pasados como profesora de Letras en el colegio de San Gregorio, le permitieron formar a un alto número de docentes actuales.
Doña Pino Verona Betancor (1922) dio clases en el colegio León y Castillo, Poeta Fernando González, San Juan, Valle de Los Nueve, San José de Las Longueras y alguno más. Se jubiló en el colegio público Francisco Tarajano de La Herradura el 13 de diciembre de 1988.
Doña Leonor Estévez Santana fue alumna de la primera promoción que entró en la entonces Normal de Magisterio después de finalizada la Guerra Civil. Su primera escuela fue en la calle Francisco González Díaz de nuestra ciudad. Maestra en Las Palmas de Gran Canaria y Valsequillo, se jubiló en el Plácido Fleitas. Profesora de cientos de niños, de todos guarda un grato recuerdo. Según sus pupilos, de doña Leonor se debe destacar su gran profesionalidad, además de su exquisita educación.
Doña Leonor Martín Hernández ha dedicado toda su vida a la docencia, siendo tal vocación la que la ha llevado a muchos puntos de Gran Canaria. Dio clases en el colegio León y Castillo y en San José de Las Longueras.
Doña Ana María Martín Calderín, quien después de ejercer varios años en la Provincia de Jaén, lo hizo en Telde en el Valle de Los Nueve y en los colegios públicos, León y Castillo, Poeta Fernando González y Plácido Fleitas. Su porte señorial y sereno creó en torno a ella prestigio de austera enseñanza.
De una familia de enseñantes de gran renombre es doña Francisca Mayor Alonso, conocida cariñosamente por sus alumnos/as como doña Elena. Dio clases en el colegio San Gregorio y también en el C.P. Esteban Navarro de El Calero.
Don Francisco Viera González, nacido en 1923. Impartió la docencia en los C.P. León y Castillo, San Juan y Poeta Fernando González.
Doña Josefa Romero Quintana, quien después de emigrar a Venezuela regresó a Gran Canaria, ejerciendo en numerosos colegios de Las Palmas de Gran Canaria y más tarde en los centros teldenses Poeta Fernando González y Plácido Fleitas, donde, confiesa, pasó los años más felices de su vida académica.
Doña Josefina Suárez Ramírez, de quien sabemos estuvo durante varios años dando clases en el barrio de Las Huesas.
Doña Esther Oliva Martín, nacida en la ciudad de Telde, ejerció toda su vida como maestra en diferentes centros de enseñanza teldenses
Doña Esther Oliva Martín, nacida en la ciudad de Telde, ejerció toda su vida como maestra en diferentes centros de enseñanza teldenses. Fue profesora y fundadora del Colegio Femenino San Gregorio de Telde, donde ejerció veintisiete largos años. Más tarde, pasaría a San José de Las Longueras, Poeta Fernando González, León y Castillo, Juan Grande, callejón del Castillo y por último en Mar Pequeña, en donde se jubiló el 31 de agosto de 1991. Doña Esther como la conocían sus alumnas, dio siempre muestras de una gran preocupación por la prestancia personal y educación de sus pupilas.
Doña Dolores Barrera Segura, dio clases durante más de veinte años en varios centros de Telde (León y Castillo, San Juan, San José de Las Longueras y Valle de Los Nueve). Su labor educativa ha sido elogiada por inspectores y padres.
Mención especial tenemos que hacer a don Francisco Hernández Monzón, un agüimense nacido en 1910, Inspector de Zona, se preocupó toda su vida laboral por la mejora de la ortografía, escribiendo un libro titulado Sugerencias Léxico-Ortográficas y Orientaciones Pedagógicas sobre el correcto empleo de S, C y Z en las zonas dialectales seseantes. Gran Cruz de Alfonso X El Sabio, hijo predilecto de Agüimes. El Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, puso su nombre a uno de sus colegios públicos.
Debemos destacar la labor educadora de los hermanos don Antonio, don Sebastián y don Juan Cruz Quintana quienes prepararon para el ingreso a muchos alumnos de Telde.
Para entretener y enseñar las primeras letras, nadie como doña María Josefa Martín Cáceres, conocida por todos como La Divina.
Este panorama educativo vivido entonces, no deja de sorprendernos ahora, pues el arrojo y el entusiasmo de estos profesionales de la enseñanza engrandecieron hasta cotas inimaginables el prestigio profesional del maestro/a. Antes no se estilaba el sentido peyorativo del maestro, pues quien se dedicaba a la labor docente sabía de antemano que era una vida llena de sacrificios y privaciones al servicio de la sociedad.
No podemos concluir el presente artículo sin reconocer la labor educativa del aún hoy recordado Colegio Labor, fundado y dirigido de manera altruista por ese gran profesional de la docencia que es el Licenciado don Alejandro Dávila León. Esperando que en breve publiquemos un artículo monográfico del colegio, por antonomasia, del sector de Los Llanos de San Gregorio.
Muchas veces profesionales que destacaron en otros oficios como don Miguel Suárez Robaina, se dedicaron a dar clases, en el caso que nos ocupa, en la zona de Lomo Magullo camino de La Breña. Otras veces el prestigio era tan grande que con sólo su nombre bastaba. Como sucedió con doña Manuela, quien tenía escuela en los altos de la Administración de Lotería Nº.1 en la calle Rivero Bethencourt. Algunos profesionales de las letras y las ciencias se trasladaron a otros lugares como la señorita Catalina Betancor quien terminó su vida docente dando clases en el colegio San José de las RR.MM. Dominicas en Las Palmas de Gran Canaria.
Gracias a todos ellos y a muchos más, la sociedad teldense ha podido ir adquiriendo cotas mayores de bienestar social. Jamás se volverán a repetir los tristemente famosos escritos del M.I. Ayuntamiento, en donde, con rubor, confesaba su secretario el Sr. Torón en 1877:
Teniendo en cuenta esta Ilustre Corporación la imposibilidad que existe para señalar en este término cuatro colegios que le corresponden, en razón a que casi todo el cuerpo electoral se compone al presente de personas inaptas para el cargo de Secretario […] resultará como ya sucedió en otra ocasión que no puedan constituirse los de los pagos situados fuera del casco de esta Ciudad en donde es más imposible aún encontrar electores que sepan leer y escribir en grado suficiente para el desempeño de su cometido […].
FUENTE: https://www.teldeactualidad.com/articulo/geografia/2021/03/24/308.html