¡Plaza de Los Llanos, junto a la parroquial de San Gregorio! En medio de la nebulosa compacta en la que se aúnan mil y un recuerdos del ayer, hoy te sentimos viva en medio del trajinar de los vehículos, el alboroto de las tertulias callejeras y el entrar y salir de gentes a este recinto.
¡Plaza de San Gregorio! ¡Testigo fiel del devenir del tiempo! ¡Si pudiéramos hacer hablar a tus piedras! ¿Qué nos contarían? Seguramente desde un estrecho callejón una voz se alzaría para, en un monólogo monorrítmico, decir lo que otros hombres decían, atisbando en la memoria, pequeñas anécdotas, grandes hechos históricos, mas siempre recurrirás al eterno tesón y al perpetuo laborar de los lugareños.
Así empezarías: Hace ya muchos años, tal vez demasiados para una vieja plaza como yo, surgí como explanada de tierra roja apelmazada por los pies de mujeres y hombres esclavos. Yo servía para que en mí cargaran y descargaran las bestias, que colmadas de largas cañas dulces, llegaban al cercano ingenio de molienda de azúcar; sus dueños, como los míos, eran los mismos, la familia Palenzuela. Yo sé del cansancio de unos seres humanos de piel más oscura y ¡plaza de Los Llanos, junto a San Gregorio! En prieta que los de ahora, sé del dolor del duro látigo, a golpear en medio de la nebulosa compacta en la que se aúnan que, a veces, al no golpear sus espaldas daba en mí, mil y un recuerdos del ayer, hoy te sentimos viva, abriéndome un pequeño y profundo surco en medio del trajinar de los vehículos, el alboroto de con sangre.
También recuerdo como si fuese ahora, el día que el amo diera la orden al capataz para levantar una pequeña ermita; la construyeron con piedras del cercano cascajo y le pusieron los techos de cañas y barro o ¿tal vez de tejas? La verdad, no lo recuerdo bien. Pero lo que sí viene a mi memoria es que en ella colocaron una pequeña imagen, que llamaban Nuestra Señora del Buen Suceso, la cual llevaban todos los años en procesión. La misma a la que las gentes pedían con exvotos, formados por pequeños barcos de madera, que las naves que partían de los puertos de la Madera (La Garita), Melenara, Gando, no se perdieran en la tenebrosa mar océana.
Algo posterior fue, si mi memoria no me juega una mala pasada, la traída de San Gregorio, talla de bulto, también algo pequeña. No podía ser de otra manera, ya que mi vecina, la ermita, no tenía más de una docena de metros de largo por otra media de ancho.
Pero el tiempo pasó y pasó… Y no en balde. ¡Oh el tiempo! Gran enemigo de las cosas y también de las plazas. De pronto me vi envuelta entre calles y casas, las unas angostas, las otras bajas y sencillas. Pero yo no tenía descanso, cada vez más carros, más caballerías y más y más hombres y mujeres.
Un día me enteré por casualidad de que el viejo ingenio ya no molería más caña y que los cansados esclavos ya no bailarían más sobre mi polvorienta superficie. Así, quedamente, se fueron tornando las cosas hasta que empezaron las obras de la nueva iglesia de Santo Taumaturgo (Milagrero). Cerca de cien años tardaron en construirla, pues comenzaron sus cimientos entre 1777-1778 y todavía en 1848 se lamentaban los vecinos porque no estaba concluida la obra.
Por estos años me llenaban de tallas, tofios, bernegales cestos y todos los productos de la tierra y me apodaron el mercado. ¡Pobre de mí! Yo, nacida para carga y descarga, convertida en todo un mercado para la transacción de los más diversos productos. Era por lo menos todo un reto.
He sido testigo de las primeras casas comerciales entre ellas la de tejidos de don Francisco Pérez Cabral, cariñosamente apodado Don Paco el viejo, bisabuelo de quien hoy ha pasado a estas cuartillas mis memorias. Asimismo, veo pasar, unas veces al ligero trote y otras veces a tendido galope caballos de pura raza española, que los grandes terratenientes lucen con desmedida soberbia y las gentes sencillas del pueblo admiran desde su modestia irredenta.
Ya en el siglo XX, fui notaria improvisada de los indianos de Cuba, me llené de gentes con guayaberas y zapatos de color blanco inmaculado con las puntas de lustroso color marrón. ¡Qué fechas! La frivolidad llegó a tal extremo que el Ayuntamiento, en un derroche de osadía, puso una lámpara de carburo para iluminarme por la noche. Los niños, que jugueteaban cazando mariposas, palabra símbolo de perenne progreso y humanidad. Nocturnas la llamaban la luz-luz y las señoritas paseaban con sus madres a la pesca de un buen partido.
Más adelante se desató un gran altercado que al principio no sabía de qué se trataba: tiros, gentes en las azoteas !Arriba España! ¡Muerte a los fascistas! ¡No pasarán! ¡Hemos pasado! Tiroteos, luchas, gritos aterradores ¡Lo han matado! ¡Lo han matado! 18 de julio de 1936. Quiero olvidar… Prefiero recordar los partidos de fútbol entre el Carlos I de los Llanos y el Felipe II de Telde. Las carreras de bicicletas, llamadas también cintas. Prefiero el galopar de los caballos atizados por el pueblo, que los ve pasar al resoplando sus belfos para llegar a mí, meta deseada.
En los años cincuenta de este mismo siglo cambié mi forma triangular y exenta de las escalinatas de la iglesia para adquirir otra forma. Los tiempos iban cambiando, las gentes pedían más comodidades y un alcalde pensó que era menester librarme de mi más que célebre y popular mercado dominical. Crearon una Plaza de Mercado, allí abajo, cerca de los viejos Picachos, en un lugar que llamaban La Mareta. Y a mí me rehicieron, gracias a las felices ideas de don José Arencibia Gil quien me concedió en un estilo que llamaban neocanario.
Entonces plantaron cuatro pequeños árboles que prometían hacerse altos y robustos y así proporcionar la sombra necesaria a los parroquianos que hasta aquí llegan para charlar, y no pocas veces para que la decena de betuneros o limpiabotas se esmeren en lustrar sus calzados. Mi nueva fisonomía era ciertamente agradable que ya todo mi perímetro se convirtió en una acertada suerte de altos parterres, que veían florecer al geranio en una paleta de colores sin igual. Y presidiéndome, allí en lo alto, un kiosco para la Banda Municipal de Música, su cuerpo poligonal fue coronado por una techumbre de tejados a varias aguas.
¡Cómo ha pasado el tiempo! En un suspiro, en un aliento, en un abrir y cerrar de ojos, en un chis-pas… Me siento joven al ver que, un año más, otras gentes bailan los mismos pasodobles en mi remozado pavimento. Que el Santo Patrono me vuelve a visitar. Que los tiovivos y las barracas de ferias están presentes. Que yo, la Plaza de Los Llanos de San Gregario, tengo hoy más árboles y superficie que ayer… Y pienso que las cosas marchan bien, porque las plazas no morimos, sino que crecemos, los niños pueden volver a jugar y los viejos a charlar. Eso es, en una palabra, símbolo de perenne progreso y humanidad.
Así quiero observar, desde lo alto de mis cuatro frondosos laureles de indias, cómo pasean las jóvenes acompañadas por sus madres a la pesca de un buen partido. Y los mozos vestidos con sus ternos bien planchados y peinados a la usanza con fijador, de soslayo miran aquellas a las que pueden pretender.
Gritar con todas mis fuerzas ¡Ciudadanos, foráneos y vecinos míos, laborad tranquilos que el Santo Patrono un año más bendice este lugar!
FUENTE: https://www.teldeactualidad.com/articulo/geografia/2021/04/28/313.html