POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS).
A la memoria imperecedera de mi tía-abuela Dominga (Mima) Pérez de Azofra.
Pronto llegará mayo, el mes de las flores por excelencia. Aunque en estas latitudes de eterna primavera, lo que hemos afirmado no es del todo cierto.
En las trece islas de nuestro país atlántico, que nos gustaría nombrar por si alguien se extraña del número. De occidente a oriente son: El Hierro, San Miguel de La Palma, La Gomera, Tenerife, Gran Canaria, Fuerteventura, Isla de Lobos, Lanzarote, La Graciosa, Alegranza, Montaña Clara, Roque del Este y Roque del Oeste. En todas ellas se suceden las consabidas cuatro estaciones del año, sin que apenas se experimenten cambios ambientales notables. Los puristas dirán ahora que, en las islas de mayor relieve, las temperaturas varían desde las costas a las cumbres y también nos recordarán que las vertientes Norte y Oeste, suelen ser más frías que las del Este y Sur. Hasta en ésto hay excepciones, pues el Valle del Golfo en la Isla de El Hierro, los Llanos de Aridane en La Palma, el Valle de La Orotava en Tenerife y el Valle de La Aldea de San Nicolás de Tolentino en Gran Canaria, forman un conjunto de territorios con climas muy parecidos, excepto en el ejemplo grancanario. Poseen todos ellos un clima suave o lo que hemos dado en llamar mediterráneo.
Aclaradas las peculiaridades climatológicas de Las Afortunadas, que ya han sido cantadas al son de pasodoble como jardín siempre en flor, ahora vayamos a lo que realmente nos ocupa, que no es ni más ni menos, que una de las festividades más popularmente celebradas en todo el Orbe Católico y Ortodoxo, nos referimos a las Cruces de Mayo, engalanadas para la ocasión en la víspera del día tercero del mes quinto.
No es patrimonio particular de ningún país europeo, americano, africano o asiático. En todo el Mundo los católicos se prestan a decorar el Madero Santo de la Cruz en el que murió Jesucristo, para exaltar la vida, que de este mismo leño brota por doquier con la efectiva y dogmática convicción de que muere sabiendo que le espera una vida más plena de un futuro infinito. Centrémonos en tres localidades: Santa Cruz de Tenerife, el Puerto de la Cruz y Santa Cruz de La Palma. Teóricamente, en ellas se celebra con toda suerte de actos y festejos el día de la Cruz. Pero no nos podemos llevar a engaño, pues está tan arraigada esa costumbre en el corazón de los habitantes de este Archipiélago, sean estos creyentes o no, que no queda rincón de nuestra quebrada geografía en donde no se levanten altares o se cuelguen de azoteas, tapiales, ventanas o balcones una Cruz de mayor o menor tamaño profusamente decorada con flores.
En algunos lugares del Archipiélago, más en la provincia de Santa Cruz de Tenerife que en la de Las Palmas, hay quienes tienen a gala forrar o cubrir con fino lienzo, a veces seda, tafetanes o terciopelo, la Cruz previamente confeccionada, para sobre el textil enganchar toda clase de joyas de origen netamente familiar. Así anillos con pedrería o sin ella, pulseras, collares, gargantillas, broches, pendientes o zarcillos y hasta antiguos relojes de oro y plata elevan a categoría de excelsa, este icono de antonomasia de los cristianos. En toda la Isla de La Palma y en muchas localidades tinerfeñas las familias tienen a gala decorar con estas alhajas sus cruces particulares y cuando ésto no es posible, contribuir con otras familias a hacerlo en común en el interior del templo parroquial.
En otras localidades de estas mismas islas y también del resto del Archipiélago, lo que imperan son las Cruces adornadas con flores de las que vamos a hablar con mayor detenimiento. A finales de abril, las mujeres de la familia, sobre todo las abuelas y las madres, se preocupaban de tener todo listo para llevar a buen fin esa Santa Tradición. Algunas familias de notable importancia social trataban con un carpintero para que le tuvieran listas las cruces de madera. Éstas variaban en tamaño, según las disponibilidades económicas.
Se citaban en fincas propias, de familiares o conocidos para elegir allí unos buenos ramilletes de flores. La inexistencia de floristerías, hacían del todo inviable el acudir a ellas. Las gentes que habitaban las cumbres y los barrancos llegaban a la ciudad con burros cargados de retama blanca y amarilla y a viva voz gritaban: ¡Lluvias, lluvias… para hacer las Cruces de Mayo!¡Compren lluvias amarillas y blancas, blancas y amarillas por solo dos perras y media! Y las gentes se asomaban a balcones y ventanas para mandar a parar a la vendedora o al vendedor ambulante y, después de una ojeada rápida, elegir según calidad y cantidad. Otros privilegiados tenían jardines y, los que más, azoteas con parterres en donde cultivaban azucenas, claveles, geranios, jazmines, estefanotas, gladiolos, crisantemo…
Los niños revoloteábamos de un sitio para otro con la consabida frase de ¿Te ayudo abuela, te ayudo mamá? Respuesta de casi siempre ¡Quita niño, que más que ayudar estorbas! Y los que éramos infantes y jovenzuelos entonces, nos sorprendíamos años tras año, viendo surgir de las manos de aquellas féminas una Cruz multicolor, que dispuestas en nuestras fachadas, manifestaban el orgullo familiar, ante todos los viandantes. Los comentarios se sucedían: La mejor Cruz es la de fulanita de tal… Hay que ver lo pobrecita y sencilla de la Cruz de menganita. ¡Espléndida la Cruz de la familia…! ¿qué le pasará a la familia… que este año no ha hecho Cruz alguna?
Las cruces confeccionadas con las más diversas flores aguantaban los vaivenes de la meteorología entre tres y siete días. Las más persistentes eran las realizadas con siemprevivas, ya que esas flores tenían la peculiaridad de deshidratarse conservando una aparente frescura y sus colores primigenios.
En el Barrio Conventual de San Francisco de Telde, los vecinos adornaban con profusión sus casas, cuyas entradas y tapiales poseían cruces de madera de forma permanente. Hoy en día los jóvenes matrimonios del barrio y los nuevos vecinos del mismo siguen la tradición. Tal es el caso de Suyi y Norberto, ella del barrio de toda la vida y él vecino desde hace unos pocos años. En nuestro caso la tradición ha pasado de manos y, nuestra hija María se esmera sobremanera para que la Cruz quede perfecta en nuestra fachada. Y todos nos sentimos orgullosos de una tradición, que algunos auguraban se iba a perder, pero miren por donde está renaciendo. Los católicos lo hacemos por profundas convicciones de índole religioso, pero otros lo hacen por tradición, valorándola por sus valores antropológicos y etnográficos. Esperemos que, a manera de otras localidades insulares y peninsulares y norte africanas (Ceuta y Melilla), esta forma de comportarnos se siga manteniendo en el tiempo. Somos país propenso al cainismo. Siempre estamos dispuestos a la crítica fácil y destructiva, cuando no a desechar la tradición, simplemente por esnobismo. Y yo me pregunto ¿no admiramos a otras naciones por sus más o menos conservadas tradiciones y, a veces, vamos a los lugares más lejanos para verlas?
Pues qué mejor que mantener las nuestras y así honrar a los que nos precedieron. Y hablando de todo un poco, quiero recordar a un ciudadano de Telde perteneciente a una familia de ilustres poetas, como fue el siempre recordado Ricardo Placeres Amador, quien, a principios de mayo de hace ya más de sesenta años, miraba desde su cama como su madre y su hermana confeccionaban la Cruz floreada de aquel año. Él se sabía cercano a la muerte y en la profundidad de su alma inmortal escribió este bellísimo y sentido poema
Cruces floridas de mayo
Por tu fiesta enramadas
Vestidas con bellas rosas
O del geranio escarlata.
Cruces floridas de mayo
En mi patio enramada,
Espejo de mi marchitar
Cuando tus flores lo hagan.
Cruces floridas de mayo
Ya no puedo tus flores oler
Porque mi cansado corazón
Mis lágrimas saben esconder.
Tenemos el honor de conservarlo de forma autógrafa, gracias a la generosidad de su viuda, quien nos lo entregara hace más de veinticinco años. Éste mismo fue sacado a la luz por la escritora teldense Pino Monzón. Otros poetas teldenses e insulares han cantado a la Cruz florida y, sus acertados versos hacen las delicias de los espíritus sensibles y de los amigos de la Literatura.
Hasta aquí hemos traído estos recuerdos del pasado más lejano y de los días más recientes con el ánimo de sensibilizar a nuestros paisanos y a cuantos estas líneas lean para desperezarnos y hacer nuestra particular Cruz de Mayo. Quien pueda, que la coloque en su fachada y quien no improvise un pequeño altar en el interior de su casa. Me dicen algunos amigos, ahora viviendo en países nórdicos, que enraman la Cruz poniéndola en el cuarto de estar, ya que las bajas temperaturas del exterior hacen inviable el colocarlas allí. Y también me confiesan que estos días de Cruz Enramada se sienten más unidos que nunca a la familia que por aquí dejaron, recordando a cada instante las hacendosas manos de abuelas y madres confeccionadoras de las mas bellas y familiares Cruces de Mayo.
Agradezcamos a nuestros antepasados éstas y otras tradiciones, que sin duda alguna, forman nuestro rico y variado acervo cultural.
FUENTE: https://www.teldeactualidad.com/articulo/geografia/2021/05/03/314.html