POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓ, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS).
Como perla perdida en medio de un mar de esmeraldas/ te diviso a ti, Telde/ ¡Oh, Jerusalén de Canarias! Estos sentidos versos que el poeta dejó escritos hace ahora algo más de medio siglo, no fueron motivados por una alucinación etílica, ni mucho menos.
El frondoso y extenso platanal, que ocupaba con creces la llamada Vega Mayor, se divisaba desde el lugar conocido como Vista de Telde-La Primavera, un espacio idílico, que al decir de la viajera británica Olivia Stone parecía como si en Telde se hubiese volcado el carro de la primavera.
Los que tuvimos la suerte de vivir Telde, que no es solo vivir en Telde, de sobra sabemos a que nos referimos cuando unimos nuestros recuerdos a aquella frase mítica del Dr. D. Pedro Hernández Benítez, cuando dijo de nuestros campos: Feraz campiña. A finales del siglo XV y principios del XVI, las otroras tierras incultas se convirtieron en campos roturados en donde la caña de azúcar, por estos lares conocida como caña dulce, ocupó cientos de fanegadas (la fanegada grancanaria posee 5.555 metros).
Fue nuestra ciudad un emporio económico que basaba su riqueza en tierras fértiles regadas por abundantes aguas. Trabajadas con ahínco por agricultores libres los menos y una pléyade ingente de esclavos traídos del África cercana. Los ingenios azucareros transformaban el fruto de la caña en la más refinada azúcar, llamada por propios y extraños oro blanco, pues tal era el valor alcanzado en los más diversos mercados europeos.
Décadas más tarde, ante la irrupción del azúcar caribeño, nuestros campos se volcaron en el cultivo de las vides, extrayendo del fruto de ellas, las uvas, el famoso vino de malvasía, encanto sin igual de los más exigentes paladares.
En zonas limítrofes, aquellas que conocíamos como de suelta, ya que servían para el libre pastoreo de cabras y ovejas, se plantaron nopales o tuneras que ya a finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX daban buenos réditos al recogerse miles de kilos de su parásito la cochinilla. Y en ese devenir de monocultivos, pronto se ocuparon nuestros campos más propicios para plantar miles de plataneras.
A finales del XIX y principios del XX fue en la finca conocida por el Mayorazgo de Tara, en donde Míster Blisse plantó de forma experimental las primeras plantas tomateras, que tan buen rendimiento obtuvieron en el Sur y Noroeste de la Isla. En los años sesenta, setenta, ochenta y noventa del pasado siglo XX fueron los invernaderos de plásticos los que introdujeron una nueva forma de sacar provecho a la tierra. Las flores, las plantas ornamentales, los pepinos, los pimientos y hasta las fresas, fueron producidos y exportados a lugares tan distantes como ya se había hecho con el azúcar primigenio.
Llegados a este punto, el ávido lector se preguntará, no sin razón, el por qué elegimos el título de Las palmeras de mi tierra… para encabezar este recorrido por la Historia de la agricultura en la comarca teldense. Sesgada historia, pues cuando las tierras municipales de Telde incluían las Vegas de En medio y las Altas Vegas, es decir: Valsequillo, Las Vegas y Tenteniguada. En ellas se obtenían las más variadas verduras, las papas (patatas), las batatas (boniatos), los ñames, así como los árboles productores de almendras, castañas, etcétera, que completaban la dieta de los teldenses.
Ésta era bien nutrida porque también se dedicaron extensas zonas a lo que se dio en llamar tierras de pan llevar, es decir: trigo, cebada y centeno. Con los que no solamente se hacía pan, sino exquisitos y aromáticos gofios, unos llamados simples porque se realizaban con un sólo cereal y los compuestos o de mestura porque admitían todas las variaciones entre éstos y el siempre socorrido millo del país (maíz). Capítulo aparte merece la abundante presencia de árboles frutales, sobre todo la naranja que, en nuestro municipio, se cultiva desde los mil doscientos metros de altura hasta la misma orilla del mar (Barrio de Cazadores y Finca de Las Salinetas). Asimismo, los teldenses han podido degustar las chirimoyas, los nísperos, las granadas, los tunos en sus variantes de blancos, morados e indios…
«Las palmeras nunca, o casi nunca, fueron de secano, pues estaban al borde de barrancos, en profundos valles o en medio del platanal que recordemos se regaba a manta hasta la introducción del riego por goteo, no más allá de treinta o cuarenta años»
Así, el que ésto escribe quiere concluir por donde empezó y dar cumplida explicación de por qué se eligió tal título para el presente artículo. Desde siempre y cuando decimos siempre, desde que hay noticias sobre ello, sospechando que cientos o miles de años antes también, la planta por excelencia de todos los campos teldenses fue la palmera, extensiva a toda la Isla de Gran Canaria, aunque nosotros nos refiramos a ella en el espacio contenido entre el barranco de Las Goteras-Marzagán-Jinámar, al Norte; y, al Sur por el también barranco de Aguatona. Comprenderán así, como la omnipresencia de frondosos palmerales o de esbeltos ejemplares solitarios, hacen de esta planta todo un símbolo para los hijos de esta tierra. Cuando éramos pequeños nuestros mayores nos enseñaron a respetar a las palmeras con frases como ésta: Allí donde hay una palmera hay agua subterránea en abundancia. Los niños de entonces, hoy casi ancianos, recordamos las lecciones de los que se fueron y nos entristecemos sobremanera cuando vemos el poco caso que se les hace a esas plantas. Ni decir tiene que las más o menos recientes plantaciones de palmeras han aumentado su número, pero la mayor parte de las veces son ejemplos palpables de la desidia y el abandono. Cuando no de criaderos del picudo rojo, insecto traído en palmeras del norte de África y que hoy ataca indiscriminadamente a las canarias y a las foráneas.
Las palmeras nunca, o casi nunca, fueron de secano, pues estaban al borde de barrancos, en profundos valles o en medio del platanal que recordemos se regaba a manta hasta la introducción del riego por goteo, no más allá de treinta o cuarenta años. Solo echando un vistazo a la Hoya de San Pedro Mártir, veremos cómo los altos ejemplares de palmeras son vivos ejemplos de lo que decimos, ya que al faltar el platanal y el agua con que éste se regaba se han ido perdiendo algunas de ellas. Aunque también debemos reconocer que la naturaleza en su sabio proceder está permitiendo la renovación generacional por medio del nacimiento y posterior crecimiento de otras tantas.
«Defendamos la palmera canaria con todas nuestras fuerzas, comenzando por evitar que prosperen las llamadas washingtonias, que tanto afean lugares tan especiales como la Avenida Marítima de Las Palmas de Gran Canaria»
Un niño preguntó a su padre que eran aquellas cosas que él veía desde la Plaza de los Romeros en el Altozano de Santa María de La Antigua, hoy San Francisco. Su padre, si hubiese sido un hombre común, le hubiese contestado que eran palmeras, pero optó por mostrar su sensibilidad poética y le contestó: Hijo mío, eso que tú ves son escobas que limpian los cielos.
Defendamos la palmera canaria con todas nuestras fuerzas, comenzando por evitar que prosperen las llamadas washingtonias, que tanto afean lugares tan especiales como la Avenida Marítima de Las Palmas de Gran Canaria, entre otros lugares emblemáticos de nuestra Isla. Ayudemos a que este símbolo vegetal de nuestro Archipiélago islas perdure en el paisaje de las mismas para regocijo general de canarios y foráneos que nos visiten.
FUENTE: https://www.teldeactualidad.com/articulo/geografia/2021/07/28/326.html
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