POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS- CANARIAS)
El Dr. D. Pedro Hernández Benítez (Cruces, Cuba 1893- Telde, Gran Canaria, 1968) fue un sacerdote e investigador histórico de primer orden. El gusto por los tiempos pretéritos se arraigó en él a través de las lecturas de los clásicos grecolatinos, así como de los más cercanos José de Viera y Clavijo, Tomás Arias Marín y Cubas, Abreu Galindo…
Desde muy joven visitaba con asiduidad las márgenes del Barranco Real de Telde en incansable búsqueda de restos del pasado aborigen. Él mismo confiesa que en La Majadilla, junto al viejo molino regentado por su abuelo y sus tíos, logró hacerse con varias pintaderas y otras microcerámicas de los canarios.
A lo largo de su vida fue aumentando su colección, llegando a poseer más de un centenar de piezas. Todas ellas, actualmente depositadas por sus herederos en la Sociedad Científica El Museo Canario. En 1958, don Pedro sufrió un ictus cerebral, que lo dejó paralizado en gran parte de su cuerpo, sobre todo las dos extremidades inferiores y una superior. Todo ello no exento de una precariedad más que notoria a la hora de hablar. Así las cosas, su ayudante, el también sacerdote e investigador, don Antonio Hernández Rivero y su sobrino don Pedro Cabrera Hernández, decidieron darle forma de libro a todas aquellas cuartillas que ya hacía varias décadas se habían acumulado a manera de Archivo Personal.
La obra en cuestión se dio en llamar Telde, sus valores: Arqueológicos, Históricos, Artísticos y Religiosos, viendo la luz en la Imprenta Telde, industria regentada por don Daniel Ramos Padrón en el barrio de Los Llanos de San Gregorio. Los costes de esa primera edición fueron cubiertos, en gran parte por el altruista impresor, si bien los amigos, feligreses y familiares de don Pedro, al adquirir uno o varios ejemplares mitigaron los gastos.
El libro de tapas blandas contó con la participación activa del pintor José Arencibia Gil y de los fotógrafos Hermanos Suárez Robaina. Entre sus páginas, don Pedro, no solo dio a conocer todo lo que había acontecido en los tiempos más remotos en esta comarca teldense, sino que además aprovechó el medio para emitir juicios muy personales sobre diferentes acontecimientos históricos, que él mismo había vivido.
Así se lamenta que la II República hubiese trocado el nombre de Plaza de San Juan por Plaza de Pablo Iglesias o que un alcalde de la I República, más conocida por La Gloriosa del año 1868, en un arranque caciquil hubiese armado a la plebe, dispuesto a acabar con la presencia de la Iglesia Católica en esta ciudad.
El magnatario municipal tenía intereses en el Barrio de San Sebastián, limítrofe al Barranco Real y al Barrio de San Francisco, por lo que comenzaría por ahí su particular yihad. Cuenta nuestro Cronista que, a este gris personaje de nuestra historia, no se le ocurrió otra cosa que prender fuego a la antigua ermita de San Sebastián, obteniendo como resultado de tan pavoroso incendio la destrucción total de su techumbre y mobiliario interior, solamente sus gruesas paredes quedaron como testigos de sus más de trescientos años de historia. Contaba la ermita con unos siete metros de largo por tres o tres y medio de ancho y poseía cubierta de teja árabe a dos aguas. Su interior era bastante pobre, ya que sus paramentos solo fueron adornados con una leve capa de blanca cal, a excepción de la cabecera, en donde se abrió un nicho para guardar en su interior una bellísima imagen del Santo Patrono. El piso era de tierra batida con alguna otra baldosa de barro cocido de las llamadas gallegas. La quicialera de la única puerta, así como el marco de la también única ventana, lucían algunas piezas de cantería tosca, seguramente de la cercana cantera del Mayorazgo de Tara. Lo único realmente sobresaliente de todo el conjunto religioso, era la pequeña escultura, que no talla, de San Sebastián.
Ésta por sí sola es un caso casi único en el Archipiélago Canario, pues a diferencia de otras imágenes expuestas al culto, ésta no era de madera, sino del más fino alabastro. Según el gran especialista en Arte Canario, el también Doctor, Don Domingo Martínez de la Peña y González, nuestro Santo Mártir fue traído de Indias de Su Majestad, concretamente de la actual Colombia. Su hechura se debió a las ingeniosas manos de un artista plenamente renacentista, que supo darle un alto grado de belleza.
El San Sebastián, en un escorzo perfecto en el que se nos muestra con toda su belleza corpórea, se une por unas sutiles cuerdas a un retorcido tronco arbóreo. Así las proporciones extremadamente precisas, las vetas blancas y grisáceas que dan color a su piel y las pequeñas saetas de plata sobre dorada que hieren al Santo por doquier, hacen de esta efigie, de no más de sesenta y cinco centímetros de altura, una de las obras de arte más exquisitas de cuantas posee el Patrimonio Artístico Insular. ¿Fue obra realizada en América u obra europea llevada al Nuevo Continente? Para Don Pedro era obra americana, para el Dr. Martínez de la Peña era de factura y procedencia europea, aunque llevada a América. Aunque también admite que podría haber sido realizada por manos europeas en el propio continente colombino. Como bien dejó escrito su donante, dicha imagen nunca fue propiedad de la Santa Iglesia Católica, sino del pueblo de Telde. En 1972, don Francisco Caballero Mújica, sacerdote diocesano a la sazón Comisario Diocesano para una exposición de nuestro Patrimonio Religioso, se llevó de Telde, concretamente de la actual Basílica de San Juan la preciada imagen, con la promesa de que sería devuelta en unos meses.
Pasaron esos meses y también muchos años. Echen ustedes cuenta y les saldrá 48 años de sustracción, por no decir robo permanente, a la ciudad de Telde en general y a los católicos teldenses en particular. Hoy se encuentra en el Museo Diocesano de Arte Sacro de Las Palmas de Gran Canaria, sito en torno al patio de Los Naranjos de nuestra Catedral de Santa Ana. Al principio en una cartela existente a los pies de la imagen se podía leer su procedencia, hoy ni eso. Han sido varias las veces, con firmas de la ciudadanía inclusive, que hemos pedido se nos devolviera lo que es nuestro, como se ha hecho con otras tantas piezas de Lanzarote, Fuerteventura y otras localidades de Gran Canaria, pero el éxito no ha querido sonreírnos.
Ahora volvemos a pedir al M.I. Ayuntamiento de Telde que tome el acuerdo plenario de exigir al Obispado de Canarias que devuelva a la Basílica de San Juan una de las piezas históricas más entrañablemente teldenses. De no hacerlo así, obraríamos ciertamente como cobardes y de no acceder a su devolución los responsables del Patrimonio Eclesiástico seguirían cometiendo un atropello a la buena fe de la feligresía. Y como dice el Evangelio quien tenga oídos que escuche.
Fuente: *Publicada en la prensa digital Teldeactualidad el 4 de marzo de 2020