BAJO LA ESPADAÑA… (XIX). DEL CHORRO O CHORRILLO Y OTRAS LINDEZAS MUNICIPALES
Nov 24 2020

POR ANTONIO MARIA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS-CANARIAS)

Rotonda del Chorrillo

En el sector de San Juan existe una pequeña calle dedicada a un alcalde del siglo XVI cuyos apellidos eran Pérez Camacho. ¿Qué hizo tal señor para quedar inmortalizado en el nomenclátor de nuestras vías intraurbanas? Si hacemos caso al doctor D. Pedro Hernández Benítez, según dejó escrito en su obra magna Telde, sus valores: Arqueológicos, Históricos, Artísticos y Religiosos, publicado en ésta por la Imprenta Telde en 1958; ese magnatario de tiempos pretéritos tuvo la feliz idea de donar unas aguas al común de los ciudadanos.

Perdonen ustedes mi atrevimiento al querer enmendar la plana a nuestro Cronista Oficial y reputado historiador, pero estudios posteriores realizados por varios expertos en ese tema, nos dan como conclusión, que tal donación jamás existió. Lo que sí hubo y seguramente fue el señor Pérez Camacho quien lo llevó a cabo, fue el cumplimiento estricto de un reparto equitativo de las aguas, que desde Tenteniguada y Valsequillo, venían a juntarse antes de entrar a la ciudad por Los Llanos, formando el caudal de la Heredad de Regantes de La Vega Mayor.

Expliquemos el origen y fundamento de ese reparto de aguas entre los agricultores y el resto de los pobladores de la ciudad. Para los neófitos en estas cuestiones, debemos aclarar que a partir del 29 de abril de 1483, fecha en la que se da por concluida la conquista de la isla de Gran Canaria y su incorporación al Reino más importante de la Cristiandad: Castilla, se asentaron junto al hoy Barranco Real un buen número de familias de toda clase, condición y procedencia, así vemos como desde los famosos capitanes de la Real Hermandad de Andalucía: Ordoño Bermúdez, Pedro de Santiesteban, Hernán y Cristóbal García del Castillo, hasta los más humildes amanuenses de los diferentes oficios, fundaron por segunda y definitiva vez la actual ciudad de Telde, y a la manera, uso y costumbre del Reino peninsular, crearon tres barrios diferenciados.

El principal, en torno a la iglesia de San Juan Bautista, núcleo que siempre sería considerado el más noble y notorio de la nueva urbe, con gran similitud a aquellos otros considerados barrios cristianos. El segundo, conocido por el Altozano o Altozano de Santa María de La Antigua, hoy San Francisco, fue zona reservada a las gentes libres, pero económicamente dependientes de los primeros, es decir, los gentilhombres y ricos propietarios que ya hemos descrito. Aquí en las tortuosas y estrechas calles del Altozano vivían y trabajan un buen número de artesanos.

El tercer núcleo poblacional distaba de los dos primeros casi una milla y pronto se le conoció por Los Llanos de Jaraquemada, Los Llanos de San Gregorio y, en algunos documentos como el Barrio de Berbería. Ésta última denominación ya arroja luces sobre sus habitantes, en su mayor parte esclavos berberiscos de la cercana costa sahariana y negros del Golfo de Guinea.

Dicho esto, volvamos al motivo principal del presente artículo: el reparto de las aguas. Para la subsistencia de la nueva sociedad insular era de capital importancia aclarar de una vez por todas los derechos sobre tierras y aguas. Así, el Gobernador General de la isla repartió las unas y las otras entre los conquistadores, ahora convertidos en colonos pobladores, otorgándole a cada uno según su implicación y esfuerzo en la guerra de conquista. Gran parte de las aguas fueron destinadas al riego generoso, mayormente por encharque o manta de campos de labor, en gran medida dedicados al cultivo de la caña de azúcar.

Pero además había que abastecer a todos y cada uno de los habitantes de la ciudad, considerada ésta dentro de los límites primigenios de los actuales barrios de San Juan y San Francisco, dejando a un lado el pago de Los Llanos.

El alcalde o si ustedes prefieren el máximo representante en Telde del Cabildo de la Isla, el señor Pérez Camacho, con maestría y pericia buscó una solución copiada en parte de antiguas localidades andaluzas. En la misma base de la Acequia Real o principal se realizó un orificio que para que evitar ser manipulado en forma y en tamaño, se le colocó un perímetro de metal, de manera que cuando las aguas corrían por allí, desde el amanecer al anochecer, un chorro o chorrillo de agua caía a través de dicho agujero y este líquido era el porcentaje al que tenía derecho la ciudadanía.

No todos los ciudadanos tenían acceso al agua de forma igualitaria, sino según la cantidad de tierras dedicadas, en sus propiedades urbanas, a jardín o huerta. Así, las casas más humildes tenían derecho a solo un cuarto de hora y la parroquia de San Juan Bautista a doce horas. El límite para hacerse acreedor de tan preciado líquido era el no superar la fanegada de tierra, es decir, 5.555 metros (fanegada de Gran Canaria). En el pasado se dio el caso, muy ilustrativo, de cómo se violaba la norma, aunque también se podría decir que no existió nunca tal violación, sino generoso acomodo.

Tal fue el caso del hoy extinto Convento de San Francisco, cuyos frailes deseando conservar para sí el derecho a las aguas del Chorrillo, restaron cinco metros a la superficie por ellos dedicada al cultivo, de tal forma y manera que, en vez de tener 5.560 metros, solo labraban 5.554. En esta ya larga historia de las aguas del Chorrillo, podríamos contar la multitud de pleitos entre sus legítimos herederos; y también, como no, los intentos de usurpación de esos derechos protagonizados por aguamangantes, serviles defensores del Condado y alcaldes despóticos.

De tal forma y manera que a finales del siglo XIX y principios del XX se llegó a las manos entre los honrados miembros de la Heredad del Chorro o Chorrillo y aquellos otros personajillos. Avanzado el siglo XX, el Pleito de las Aguas del Chorrillo llegó a Madrid y en sonada sentencia se ganó definitivamente para bien del común ciudadanos. En esta batalla campal hay que destacar la valentía y el arrojo de varios miembros del partido Republicano Federal de Franchy Roca, que como abogados defensores de la causa, comprometieron vida y fortuna particular en aras de ese triunfo definitivo.

Durante varias décadas del siglo pasado, el Ayuntamiento intentó, una y otra vez, sin conseguirlo apropiarse de dicho caudal, pero la valentía de nuestros abuelos y padres no permitieron tal hurto. Llegada la democracia, podría parecer mentira, se vino a cuajar – y créanme que el término cuajar lo pongo consciente de lo que significa- el mayor atropello a los derechos de los vecinos de San Juan y San Francisco por parte de los magnatarios del Muy Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad: sustraerles lo mucho o poco del caudal de aguas al que tenían derecho, sin que mediara compensación alguna.

Y para más INRI, a principio de los años noventa (siglo XX) cuando se acometieron obras de peatonalización de la calle Licenciado Calderín, antigua de La Cruz, se suprimió la antigua acequia de cantería por donde transcurría el agua del Chorrillo hasta los aljibes y estanques particulares.

Algo parecido se hizo en el barrio de San Francisco sustituyendo las nobles piezas de cantería que formaban el cauce de aquellas aguas por tuberías plásticas, en algunos casos tan negligentemente instaladas que desde la tubería central a la entrada de los aljibes hay una diferencia de hasta un metro de altura, por lo que jamás entrará agua alguna en éstos.

Caseta del Chorrillo

También en la parte alta del barrio de San Juan, en la antigua Calle Real hoy León y Castillo se llevó a cabo el mismo pillaje, sustituyendo cantería por tubería plástica y suprimiendo entradas de aguas a muchos vecinos.

La norma decía que las del Chorrillo no podían traspasar los límites propios de la ciudad, y miren por donde, nuestro Ayuntamiento en laboriosa labor de apropiación indebida se las llevó a los pies mismos de Cendro, en donde curiosamente el Ayuntamiento tiene su hoy inutilizado Vivero Municipal.

Como habrán podido apreciar no solo se ha suprimido un derecho histórico a la posesión y disfrute de dichas aguas, sino se ha cometido un atentado gravísimo contra el patrimonio común de la ciudad, ya que sin nocturnidad pero con alevosía, quitaron las antiguas acequias, que por ahora siguen desaparecidas.

Todo ello con absoluto desprecio a nuestro acero cultural éste Cronista advirtió a nuestros ediles, alcalde y comisión de Patrimonio Histórico del grave atentado que estaba cometiendo con tales acciones, pero una vez más y van miles, no se nos hizo… … caso alguno.

Y lo que antes dije oralmente hoy lo escribo para que quede constancia de todo ello para que la generaciones actuales y venideras no olviden las injusticias cometidas en tiempos no tan remotos. He dicho.

*Publicada en la prensa digital Teldeacualidad el 8 de abril de 2020.

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