POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE ( LAS PALMAS DE GRAN CANARIA – CANARIAS)
Es curioso que cuando acudimos al diccionario de la R.A.E. (Real Academia Española), en un principio no nos da el significado que quisiéramos obtener para dos de esas palabras. Nos referimos a gavia y mareta. De la primera se dice que se trata de una gran vela que llevaban los barcos movidos por los vientos. Sólo en su segunda o tercera acepción, se nos reseña que es una zanja o corte efectuado en la tierra para recoger y encauzar aguas de lluvia. De la segunda se nos comenta que es un estado de la mar, cuando ésta está encrespada, por lo tanto, es sinónimo de marejadilla o marejada.
En Canarias, y concretamente en la Isla de Gran Canaria, gavia es una gran oquedad natural o artificial contenida en roca basáltica o en toba. En éste último caso, se suele impermeabilizar aplicándole cal en sus muros interiores. ¿Qué utilidad tiene? Pues como ya habrá adivinado el sagaz lector, desde tiempos prehispánicos en ellas se recogían aguas de lluvia y se guardaban a manera de estanque o aljibe.
Tapando la mayor parte de las veces su salida natural para evitar la luz solar, con el único fin de guardar el preciado líquido de los nefastos rayos solares, y así mantenerlo limpio de putrefacción. En Telde, existe un barrio que recibe el nombre de La Gavia, situado entre El Palmital y el Valle de San Roque (este último en parte perteneciente al municipio hermano de Valsequillo).
Según don Pedro Hernández Benítez, en su libro Telde, sus valores: Arqueológicos, Históricos, Artísticos y Religiosos (Imprenta Telde, 1958), las gavias fueron numerosas en toda Gran Canaria y, concretamente en Telde, se siguieron utilizando por los primeros pobladores hispanos, aprovechando las heredadas de los canarii, aumentándolas de tamaño, impermeabilizándolas, a la vez que se les hacía unos canalillos recoge aguas en los terrenos aledaños, siempre que éstos fueran de piedra viva a fin de no anegar con tierras y otros productos indeseables los fondos de las gavias. Los goros, que igual en un principio no tuvieron la función recolectora de aguas, también sirvieron para lo mismo. Así, unos lo utilizaron para guardar el tan deseado líquido, que a manera de aljibe subterráneo preservaban en sus entrañas. La frase madre o padre me mandó a buscar agua al goro o al gorete y vine con el cacharro sobre la cabeza tambaleándome todo el rato, Era muy usual entre las familias que trabajaban la aparcería en las zonas de El Goro, Las Huesas, Las Rubiesas y Taliarte.
Existe en nuestro municipio varios lugares conocidos por La Mareta o Las Maretas, pero ¿a qué se le denomina mareta en nuestro hablar cotidiano? A un charco de medianas o grandes proporciones, que se formaban cuando las aguas de lluvia corrían libremente por nuestros campos, hasta llegar a un espacio de más bajo nivel y, por lo tanto, de forma cóncava, en el que quedaban atrapadas durante meses. El suelo estaba formado por arcillas compactas, que le daban un alto grado de impermeabilidad.
Sabiendo de antemano que su número rondaba la docena, aquí traeremos en un primer momento solo tres grandes maretas. Una, la más alejada de Telde, se formaba en el actual barrio de El Caracol, casi llegando al Lomo de los Frailes. Tenía aproximadamente, unos cincuenta metros de largo por unos doce de ancho y su profundidad no excedía de veinticinco centímetros. Eso en su parte honda, pues en el 75% de su superficie no llegaba a más de quince centímetros. Sus fondos eran fangosos de tal manera que los niños que en ella jugaban, se reían a carcajadas cuando alguno de ellos, atrapados sus pies en el barrizal, se caían en el mismo quedando pringados.
La otra gran Mareta, tal vez la mayor de todas, se encontraba por encima del estanque de Los Picachos, exactamente en la superficie en parte hoy ocupada por el Cash and Carry de Calixto Estupiñán. De esa mareta puedo hablar con mayor propiedad, pues al estar muy cerca de la Plaza de Doña Rafaela Manrique de Lara, los niños del barrio de Los Llanos, jugábamos con su barro haciendo toda suerte de armas arrojadizas.
Allí existió un horno para hacer tejas árabes y también ladrillos de los llamados rojos, muy utilizados en la construcción hasta finales de los años cincuenta del pasado siglo XX. Esa mareta tenía otra maretilla o mareta de menor tamaño por debajo de la calle Ruíz, a un tiro de piedra de la Carbonería de Atanasio.
Otra vez fuera de la ciudad, exactamente en donde hoy se encuentra el nudo de vías a diferentes niveles, formado por la autovía GC1 y las que bajan y suben de Telde a La Garita, existió otra mareta de largas proporciones y buen volumen de agua, siempre que el invierno se hubiese comportado de manera generosa. Esta última afirmación nos sirve para decir que todas ellas dependían de las lluvias y del volumen de las mismas, de tal forma y manera que solían aparecer y desaparecer en función de las mismas.
Esas aguas eran achicadas o conducidas por pequeñas acequias de tierra hacia lugares de cultivo, aprovechándose hasta el último litro. Desde el punto de vista faunístico, afirmamos que eran recurso de primer orden para la existencia de diferentes aves, desde los pájaros más humildes (cholíos) a Alpispas,
Canarios del Monte y Mirlos. Pero también acudían a tomar agua y bañarse: gaviotas, pardelas, abubillas, cernícalos, guirres, alguna que otra lechuza y, en los meses de invierno-principios de la primavera, se convertían en los lugares preferido para las garzas blancas. Nos puede parecer que este relato es como una fotografía idealizada, pero créanme hubo un tiempo en que la naturaleza de esta Isla era digna de envidia de otros lugares del Mundo.
Dicho todo lo anterior, vamos a entretenernos en unas maretas muy particulares, las que denominamos de Bocabarranco. Éstas se formaban de manera natural al final de los cauces de cada barranco. Por la existencia ahí de una especie de muralla de guijarros y plantas de muy diverso tipo. (Las populares plantabufos, o algún que otro ejemplar de pino marítimo). Esas barreras naturales, separaban el inmediato litoral Atlántico de arena o guijarros de los propios barrancos en sí. A saber, estas eran: la de bocabarranco de Jinámar y el Real de Telde, se formaban dos grandes maretas o charcas abastecidas por las aguas del propio barranco con aporte de las aguas saladas, que en tiempos de reboso (marea de septiembre o del Pino), sobrepasaban aquellas barreras naturales. De ahí que sus aguas, resultado de la mezcla de unas y otras, fueran altamente salinas, lo que hacía que su población de garzas aumentara con respecto a otros humedales.
También hubo charca de iguales características al final del barranco de La Viña o Del Mondongo, ya en la propia playa de Melenara. Ésta fue una de las primeras que se desecaron para aprovechar todo ese espacio como terreno agrícola. En el barranco-playa de Silva una pequeña hondonada tras un dique de arena negra y algún que otro guijarro, llegó a tener una hondura de más de medio metro, aunque a decir verdad la charca no excedía de unos cuarenta o cincuenta metros cuadrados. De todas las maretas de bocabarranco que hemos reseñado, ninguna tan bella como la que se mantuvo hasta finales de los años sesenta, principios de los setenta del pasado siglo XX, en la playa de Ojos de Garza. Testimonios de veraneantes y de teldenses que allí iban a deleitarse con la vista del lugar, nos dicen que podría tener entre cien y ciento cincuenta metros de larga entre su parte Este, junto a los arenales de la playa y su parte alta u Oeste.
A lo largo de la misma variaba su anchura. En la parte baja, unos cincuenta metros y en la parte alta sólo cinco o seis metros. Esta mareta tenía la peculiaridad de poseer a su alrededor juncos y otras plantas acuáticas y se convirtió en el lugar preferido de anidamiento de diferentes aves acuáticas, entre ellas la garza, tanto la parda como la blanca.
Llamaremos charcas a aquellas oquedades de medianas y grandes proporciones que surgen en nuestro litoral, en medio de los riscos limítrofes al mar o entre la arena y esos mismos riscales. Entre La Garita y Hoya del Pozo, nunca Hoya Pozuelo, existen varias charcas y un enorme bufadero, éste último a manera de géiser simulado, escupe grandes cantidades de agua de forma vertical para expectación de todos los que lo observan.
Ahora vamos a hablar de dos charcas en especial en la costa o punta de Las Clavellinas, que en algún momento de nuestra Historia local se le denominó Charca de Los Pérez, sin que los teldenses nos pongamos de acuerdo en el porqué de tal nombre. Hay quienes dicen que se le llamó así porque en ella se bañaban asiduamente los hermanos Pérez Blanco, veraneantes en la zona. Para otros fue reseñada de esa manera porque el apellido más común entre todos los españoles era el Pérez y de esta manera era como decir la charca de todos. Éstas y otras Historias te contarán los más viejos del lugar, sin que haya que darle demasiado crédito a ninguna de ellas. La Charca en sí es un gran hoyo que, en su parte más profunda, puede llegar a los setenta y cinco, ochenta centímetros y la menos honda solo quince o veinte centímetros.
Su suelo siempre ha estado cubierto de guijarros o las llamadas piedras vivas cantos rodados de diferentes dimensiones. El origen volcánico de nuestras Islas, hacen que tras las erupciones fluya la lava volcánica por doquier y que su llegada al mar, esta sufra esta un enfriamiento rápido solidificándose en formas extrañas y peculiares. En la parte Norte de esa charca más dispuesta a ser golpeada por las olas y los vientos de noreste, la roca se levanta en un promontorio de dos a dos metros y medio sobre el nivel del mar; en cambio en su parte Sureste y Oeste su nivel baja casi a ras del mar colindante. En momentos de marea llena o lo que vulgarmente llamamos reboso, la charca es invadida de forma rítmica por un oleaje casi continuo que se debilita al chocar contra su barrera exterior, aunque ésto no es óbice para que suba su nivel y las aguas, algo encrespadas hagan de verdadera yacuzzi natural. Ha tenido esta charca un hándicap casi insalvable y que no es otro que la existencia de grandes y numerosos ejemplares de erizos, lo que hacía peligroso el andar a pie descalzo sobre sus fondos. Desde tiempos pretéritos, más o menos recientes, se empleaban las alpargatas de tela y esparto o tela y goma, para bañarte con toda seguridad en ese espacio.
Después en los años sesenta y setenta, llegaron las célebres calamar confeccionadas en su totalidad con duro plástico, que al dejar salir el agua por su forma de sandalia, hacía más factible el nadar. En las calmas de octubre, con las aguas remansadas, suponía un bellísimo espectáculo ver la transparencia de las mismas y los manteríos de lebranchos, barrigudas, fulas panchonas y, con un poco de suerte, adivinar la silueta de algún que otro pulpo, que muy cauto, se asomaba entre piedras y oquedades. No solamente fue lugar para el baño, también para juegos infantiles y juveniles, tales como: echar a navegar pequeños barcos de latón, otros de madera y algunos realizados con la parte trasera de las hojas de palmeras. A todos ellos se les ponía mástil y vela y como quilla se empleaba la recortada tapa de una lata de conservas. Entre los veraneantes de la playa de Las Salinetas fueron famosos los barcos realizados con gran pericia y destreza por don Miguel Juan Álvarez Medina, todo un experto en la materia.
La otra charca en cuestión era la acabada de mentar la de la Playa de Las Salinetas. Por fotografías de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, vemos que su superficie era casi el triple de la actual. Entonces se preguntarán ¿qué ha pasado para que se haya reducido tan drásticamente la misma? Intentaré explicarlo lo mejor posible. La charca, está rodeada tanto al Norte como al Este y al Sur por riscales de lava, unos bloques basálticos compactos y en algunas partes, arenas fosilizadas, éstas últimas dan lugar a lo que se llamó La Hondura, allí un maestro cantero cortó muchos bloques de piedra arenisca para hacer con ellas las populares pilas para destilar agua (práctica ésta que se hacía en algunos lugares de Gran Canaria y, concretamente en la playa capitalina de Las Canteras).
Por su parte Oeste los límites lo marcaban los callaos o piedras pulimentadas de pequeño tamaño y tras ella la arena. Dos factores han influido en la merma superficial de dicha charca. La principal viene dada por la acción cotidiana del tractor de limpieza de la playa. En una acción desproporcionada, se allana la playa de Norte a Sur, trasladando gran parte de la arena de la llamada Montaña de Las Pulgas y la cercana Montaña de doña Lila (cercana) hacia la orilla misma de dicha charca de manera que ya no existe la barrera de piedras. Los áridos se han ido haciendo dueños de la orilla de la charca.
De tal forma y manera que cada vez, esa orilla avanza hacia el interior de la misma. Quien conoce la playa de Las Salinetas, sabe de qué estamos hablando, como también sabe que esa popular playa teldense tenía una característica muy particular. Gran parte de la misma, sobre todo en su orilla marítimo-terrestre, había una cantidad de piedras. De tal forma y manera que cuando llegaban en junio los veraneantes, los niños se dedicaban a limpiar la orilla haciendo estrechos caminos entre el mar y la arena a través de ese pedregal. Bajo la atenta mirada y decididas órdenes de nuestra alcaldesa pedánea doña Dolores Álvarez Jiménez. Asimismo, se limpiaba la charca extrayendo las piedras que las mareas del invierno habían introducido en ella. El porqué hay en la actualidad tanta arena en la playa de Salinetas nos lo explicó un geógrafo de la Universidad de La Laguna.
Para él era una verdad incontestable que, al realizarse el muelle de Taliarte en la punta del mismo nombre, toda la corriente existente entre este accidente geográfico y el cercano Roque, se desvió y hoy en día no circula sobre la bahía de Melenara, sino que entra a mansalva en la pequeña playa de Las Salinetas. Esas corrientes, transportan gran cantidad de arena rubia de los fondos marinos y, así esta playa ha trocado su arena negra de origen netamente volcánico con esta otra más clara de origen submarino.
El ayuntamiento de Telde, ésta vez con muy buen criterio, protegió la charca de los Pérez haciéndole una pequeña pero eficaz, barrera de piedra y hormigón en su parte limítrofe con el mar, de tal forma y manera que elevó el nivel de sus aguas y la protegió en parte, del batir de las olas. En el caso de las de Salinetas, no se ha hecho nada o mejor dicho se ha hecho, pero en favor de su desaparición, y créanme es una pena, pues es un lugar complementario de la propia playa, muy apto para el baño de niños, personas que no han sido iniciados en la natación u otras que, por diferentes problemas físicos o mentales, no disponen de la autonomía necesaria para bañarse en mar abierto.
Por eso cuando reclamamos la rehabilitación de la charca de Las Salinetas, no lo hacemos por capricho alguno, sino porque sentimos verdadera pena de perder algo tan necesario para los momentos actuales, como lo fue en tiempos pasados. La acción del hombre, una vez más se ceba con la naturaleza y, por culpa de ellos, se pierde la labor de cientos miles de años de lucha entre el mar y la tierra. Asimismo, en muchos lugares del litoral de Gran Canaria, (ejemplos claros lo tenemos en la playa de Arinaga en el municipio de Agüimes) se han adaptado las charcas para el baño, realizándoles explanadas para la toma del Sol o rampas de acceso para personas con movilidad reducida.
Pedimos que nuestras charcas sean mejoradas en cuanto a esa accesibilidad y, en el caso de las de Salinetas, se lleve a cabo su drenaje y limpieza sobre todo de sus fondos. Y por quien corresponda se haga un estudio encaminado a evitar que se siga disminuyendo su superficie. Los usuarios potenciales de nuestras charcas lo agradecerán y, también aquellos, que ven en ellas unos de los espacios públicos más populares, queridos y arraigados en la mente y corazón de los teldenses.
Publicado en la prensa digital Teldeactualidad el 9 de septiembre de 2020.