BAJO LA ESPADAÑA… (XLII) LA FUENTE DEL PUEBLO Y LOS PILARES DE AGUA POTABLE
Dic 27 2020

POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS DE GRAN CANARIA – CANARIAS).

Libro Telde, mito y realidad,

En la primera edición de mi obra Telde, mito y realidad, dejé escrito que  nuestra ciudad había sido en el pasado y era en el presente lo que sus aguas  decidieron. No es nada novedoso afirmar que para cualquier asentamiento  humano, que se precie de tal, la existencia del agua potable en su entorno  más inmediato es una necesidad ineludible. Los seres humanos necesitamos  del agua para la vida como también los animales y las plantas. En un paisaje desértico puede existir vida, pero ésta está supeditada a la floración del  preciado líquido, en menor o mayor cuantía, en los lugares que solemos  llamar oasis.  

En un viaje que hicimos a Egipto hace ya varios lustros, tuvimos ocasión de  ver pequeños oasis de no más de una cincuentena de metros cuadrados, pero  también grandes oasis de tres, cuatro o cinco kilómetros cuadrados. En los  primeros de ellos, sólo algún que otro arbusto, completaba el verdor con  hierbajos y media docena de palmeras datileras. En los segundos de los  casos, las palmeras datileras se mostraban en todo su esplendor, frondosidad  y altura, formando alineamientos que marcaban los límites de otras tantas  parcelas en donde se cultivaba el trigo, la cebada, el centeno, la alfalfa, así  como los cítricos, las higueras, las granadas y otros tantos árboles frutales.  De hecho, el guía nos explicaba cómo en el Islam el paraíso musulmán,  similar en casi todo al cielo cristiano, se representaba como un jardín u oasis  sin fin, en donde el agua brotando por doquier mantenía el fértil verdor de  forma perenne.  

Cuando los más antiguos cronistas de la Gran Canaria hispana escribieron  por primera vez sobre Telde, señalaron como la ciudad se había levantado en  medio de una fértil vega, que por su extensión se la consideró Vega Mayor  de Gran Canaria. Éstos mismos cronistas alimentaron la imagen de una  ciudad próspera, agrícolamente hablando y reseñaron, como bien hizo el  ingeniero cremonés Leonardo Torriani a finales del siglo XVI, que las gentes  que vivían en esta ciudad, huían de los litigios políticos de la capital insular  y se dedicaban mayormente a cultivar los campos de los que sacaban gran  provecho, al mismo tiempo que alimentaban sus espíritus con la paz y el  sosiego que la agricultura les proporcionaba a manera de los antiguos  patricios romanos. Con el tiempo, Telde, fue cantado por poetas de aquí y de  allá, buscando en su fisionomía pareceres con ciudades en donde las huertas jardines marcaban sus propios planos urbanos. Cómo perla blanca perdida  en un mar de esmeraldas.

Desde muy temprano y tras la Conquista Castellana de la Isla, la comarca  teldense, tuvo tres vegas en donde el fértil suelo permitía toda clase de  cultivos. Ya hemos dicho que la Vega Mayor abrazaba dulcemente la ciudad.  la llamada Vega de Enmedio correspondía al actual Valsequillo y las Vegas  Altas eran aquellas que van, desde el lugar conocido por ese nombre, hasta  llegar a besar la actual Tenteniguada. Es ahí, en los riscales de Tenteniguada  y también en las paredes del Barranco de los Cernícalos y del Barranco de  San Roque, en donde surgieron nacientes, remanentes y arroyuelos en  número aproximado al centenar y, se precipitaban aguas abajo por los  diferentes barranquillos y grandes barrancos, hasta llegar a las acequias  recolectoras, que para tal fin hicieron los regantes de la Heredad de La Vega  Mayor.  

A muchos les sorprende, aún hoy, que el topónimo de Valsequillo como el  de Valleseco, vengan dados por un hecho jurídicamente probado: en ambos  casos esas localidades recibieron tales nombres porque, aún teniendo esa  riqueza acuífera sin parangón, sus habitantes veían marchar las aguas cauce  abajo, sin poderlas aprovechar. Ya que eran los vecinos de Telde, la mayor  parte de ellos propietarios de tierras en la Vega Mayor, los únicos que podían  disfrutar de tal bien, como lo reconoció la propia Reina de Castilla y a finales  del siglo XIX el Tribunal Supremo del Reino de España. En el otro caso,  Valleseco, sus aguas eran propiedad en exclusiva de la Heredad de Arucas. 

En el lugar conocido por El Chorrillo, parte alta de la antigua Calle Real,  cuando ésta casi se convierte en el camino hacia Valsequillo, existió, desde  la segunda mitad del siglo XIX, un templete de trazas neoclásicas y en su  frontispicio, grabado en marmolea placa se podía leer una leyenda en honor  a Pérez Camacho, alcalde de la Ciudad, presumiblemente, había dotado a la  misma de las llamadas Aguas del Chorro o del Chorrillo. Ni decir tiene que  este munícipe no hizo otra cosa, en el mejor de los casos, que ordenar lo que  desde antaño era costumbre. Nos explicamos, en un punto determinado de la  Acequia Real y en el suelo o parte baja de ella, se hizo una oquedad y para  evitar que ésta fuera agrandada por manos espúleas, se le colocó un  perímetro de metal en forma de dado hueco, de tal manera que, cuando  corrían las aguas de riego, una porción muy pequeña de éstas, se colaba y  pasaba a una acequia menor colocada bajo el orificio. Ese pequeño flujo de  agua formaba el caudal de la Heredad del Chorrillo o del Chorro, cuya  existencia permitía que los vecinos de los barrios de San Francisco y San  Juan y solo éstos, tuvieran agua de forma gratuita y en cantidades  proporcionales al tamaño de sus propiedades urbanas. Para ser heredero del  Chorrillo, era necesario tener huerta o jardín en la propia casa, pero no era 

menos cierto que la norma establecida decía que solo se podían beneficiar  los vecinos cuyas tierras urbanas no superaran los 5.555 metros cuadrados,  es decir una fanegada. Ésto se llevó a rajatabla, de tal forma y manera que,  cuando en ésta se establecieron los franciscanos, midieron con gran precisión  las tierras previamente donadas por la ciudad para abastecer de alimentos a  su convento. Y éstas, medían exactamente cinco metros menos que el tope  impuesto. ¡Qué casualidad! Así pudieron acceder libremente al uso y disfrute  sin costo alguno de las aguas de El Chorrillo. Las casas más humildes del  barrio del San Francisco contaban solo con quince minutos de reparto y el  convento franciscano o la Parroquia de San Juan, unas doce horas. Como  ven, notable diferencia entre unos y otros.  

Si todo lo dicho hasta ahora sirve para explicar la importancia del agua como  emanadora de vida a través de la agricultura, no menos importante era las  reservas de agua que debían aprovecharse para el consumo humano. En el  actual Barrio de San Francisco, en una hondonada que en el pasado fue  cabeza de barranquillo, existió una fuente que ya aprovecharon los  aborígenes canarii. Este naciente de agua potable partía de su lugar de  nacimiento hacia el Barranco Real por la zona que actualmente conocemos  como la Hoya de San Pedro Mártir, encontrándose con aquél,  aproximadamente, a la altura del Puente de los Siete Ojos. La fuente a la que  hacemos mención, se le llamó Fuente del Pueblo y nuestras autoridades  locales tuvieron bien presente la ordenación de su uso y aprovechamiento.  Se procuró desde siempre mantener el lugar en condiciones óptimas, desde  el punto de vista higiénico sanitario. Dándole forma de pilar en varias  ocasiones. El pintor don José Arencibia Gil (1919-1968) pintó una acuarela  por indicación del Cronista Oficial de la Ciudad el Doctor Don Pedro  Hernández Benítez, representando la antigua fuente. Las trazas neoclásicas  de la misma no dejan duda de que es obra de finales del siglo XVIII o  principios del siglo XIX. Aún hoy, dicha construcción permanece erguida,  aunque notablemente dañada por el tiempo y el abandono municipal. Si el  lector quiere comprobar lo dicho, sólo tiene que acercarse a la calle De la  Fuente por debajo del Árbol Bonito y ahí encontrará los restos  arquitectónicos de lo que fue una noble obra de mampuesto y cantería. Sobre  ella debo reseñar que, en un momento determinado, el Ayuntamiento de la  ciudad mostró cierto interés propagandístico y le pidieron al Licenciado en  Historia y experto en temas del agua don Juan Ismael Santana Ramírez, que  elaborara un estudio para la rehabilitación y restauración de dicho espacio.  Con diligencia y exactitud académica, se llevó a cabo el trabajo de  recopilación histórica resultando del mismo una lógica petición, que no era 

otra que, antes de acometer cualquier obra mayor, se llevase a cabo una  excavación arqueológica para poder sacar a la luz todas las señas identitarias  de la Fuente del Pueblo. ¡Qué pena, una vez más nuestros munícipes no  estuvieron a la altura de la Ciudad a la que presumiblemente tenían que  gobernar!  

Después de publicar en los rotativos locales e insulares todas las intenciones  para con La Fuente del Pueblo y su restauración, pasados ya varios lustros  nada de nada. Hoy languidece como basurero y estercolero para bochorno de  los vecinos y visitantes del Conjunto Histórico de San Francisco. También  debemos reseñar que, entre aquellos propósitos, se le pidió al escultor  teldense, afincado en Leganés (Madrid) don Luis Arencibia Betancort, el  diseño de unos grifos de bronce que tenía como función hacer para brotar en  forma de chorros permanentes el agua, gracias a un circuito cerrado. Nuestro  artista copió unos similares ya existentes en la capital de España y encargó  unos similares en una fundición madrileña. Enviados a Telde hace unos  quince años, se encontraban en el Depósito Municipal de San Antonio del  Tabaibal. Hoy desconocemos si aún permanecen en ese lugar.  

A mitad de los años cuarenta del pasado siglo, un joven José Arencibia Gil,  regresaba a su ciudad, tras varios años de confinamiento en Valencia. Allí  pasó el tiempo entre la cárcel y el arresto domiciliario con visita semanal al  cuartel de la Guardia Civil. Así lo habían decidido los tribunales por haber  participado en la Guerra Civil en el bando republicano. Este artista integral,  pues fue pintor, escultor, tallista, urbanista, etc., recibió el encargo por parte  del Ayuntamiento de diseñar unos pilares o surtidores de agua potable, que  debían a ser colocados en diferentes puntos estratégicos de los barrios de la  ciudad. Arencibia Gil, conocedor del lamentable estado económico en que  se encontraban las arcas municipales, se decidió por unos diseños muy  simples, pero deudores del estilo neocanario, tan en boga entonces. La parte  baja a manera de mesa, tenía una altura de unos setenta, setenta y cinco  centímetros y un largo de punta a punta de dos metros. Sobre este plinto, y a  ambos lados, se erguía unas columnatas que mantenían otro elemento plano  que hacía de fondo con paramento vertical, terminando unos en forma  redondeada y otros en forma rectilínea. En ambos casos, coronados en una  línea de tejas árabes y bajo ellas, centradas en el paramento anteriormente  citado, dos grifos de llaves muy sencillas hacían de surtidores para el  preciado líquido que de allí brotaba. En San Juan hubo uno colocado en lo  que se llamó la Plaza de Marín y Cubas junto a uno de los paramentos de la  cabecera de la actual Basílica. En Los Llanos de San Gregorio, barrio de  mayor extensión, hubo varios, pero tal vez los más populares se encontraban 

a final de la calle Cruz de Ayala en su unión con la calle Cervantes y otro en  el Cascajo de Santo Domingo. Tanto en La Fonda como en El Calero, así  como en el barrio de Jinámar, el Lomo Magullo, en el Valle de los Nueve,  en Egido, en San Antonio, La Pardilla y en el barrio marinero de Melenara,  se levantaron otros tantos. Hemos dicho que esa política de abastecimiento  de agua potable a la población teldense comenzó en 1947, pero se extendió  a lo largo de la década de los cincuenta y con mayor ahínco si esto era posible  entre 1960-63.  

La estampa cotidiana de las mujeres y los niños acudiendo con cacharros y  baldes a recoger el agua para llevarla a sus hogares, es algo que queda en la  retina de los teldenses, que aun hoy, hablamos de aquellos tiempos. Para  llevar un cacharro en la cabeza y portar entre diez y quince litros de agua,  era menester colocar sobre la testa un rollo o churro de tela, sirviendo ésta  como amortiguador entre la pobre portadora y el duro metal que contenía el  agua. Los niños (niños y niñas), solían llevar uno o dos cacharros  confeccionados a partir de una lata de aceite o de cualquier otra conserva. El  movimiento al andar les hacía perder parte de su carga por el camino, siendo  un duro trabajo que defendían con dignidad éstos pequeños infantes.  

En algunos lugares de Telde existían los llamados Abrevaderos, espacios  acondicionados en las acequias para llevar hasta allí el ganado y que saciaran  su sed. El más famoso de todos ellos, estaba a la altura del antiguo Colegio  Labor, en la actual Avenida de la Constitución, En el espacio que hoy ocupa  el inicio de la calle Poeta Fernando González. Camellos, burros, mulos,  alguna que otra vaca y cabra, eran llevados hasta allí por sus dueños para  saciar la sed. Pero también hasta ese lugar se acercaban los portadores o  aguadores que, con un palo horizontal que pasaban sobre los hombros y por  detrás del cuello, mantenían el equilibrio dos grandes cacharros o baldes de  latón unidos al madero anteriormente mentado con unas horquillas o ganchos  de hierro. Allí llenaban de agua los grandes recipientes, cada uno de veinte  o veinticinco litros, cuando no de un poco más y, después tambaleantes, iban  calle abajo y calle arriba llevando su preciada mercancía a las diferentes  casas familiares que requerían de sus servicios. Cuando ya estaban ante la  puerta de la vivienda, gritaban ¡el aguador, el aguador! Y alguien les  contestaba: ¿quién es? Y él respondía: ¡pa, pa! (forma común de decir paz,  paz) y entonces desde dentro, se le contestaba: ¡pase cristiano no se quede  ahí en la puerta! Y otro día venga luego (lo que quería decir que llegase  pronto o que viniese lo antes posible). 

Así era el complicado mundo de las aguas. Reseñaremos que existía una  pequeña red de abastecimiento público en las principales calles del actual  Barrio de San Juan y Los Llanos de San Gregorio. Esta red aumentó  notablemente entre 1950-54, gracias a los dineros recibidos por nuestro  Ayuntamiento a través del Mando Económico de Canarias y con  posterioridad, se hizo más común entre 1960-63. Dos alcaldes tienen el  mérito de haber llevado a cabo la distribución de las aguas para el consumo  público, a través de una complicadísima red de tuberías. Éstos fueron los  inolvidables hermanos Álvarez Cabrera, don Manuel y don Sebastián (don  Chano). Ambos, se preocuparon de dotar a la ciudad de los servicios  esenciales para mejorar la situación higiénico-sanitaria de los teldenses. Y  hasta tal grado que fue en la etapa final del gobierno de don Chano, cuando  las aguas llegaron por tubería a la mayoría de los barrios y la parte central de  la ciudad tuvo, por primera vez alcantarillado, desechándose en gran parte el  uso tradicional de los llamados pozos negros o asépticos.  

Una vez más hemos recalado en el pasado, más o menos inmediato, para  traer hasta estas páginas escenas otrora cotidianas y que hoy nos parecen,  cuando menos, extrañas a nuestras vidas. 

Publicado en la prensa digital Teldeactualidad el 15 de septiembre de 2020. 

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