POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS DE GRAN CANARIA – CANARIAS).
En la retahíla de títulos, que la ciudad de Telde pudo tener por sus hechos y hazañas históricas sin igual (Muy Leal, Invicta, Noble, Ilustre…) existe uno, que los teldenses siempre hemos tenido a gala, recordándolo en múltiples momentos de nuestra historia: Muy Hospitalaria Ciudad.
Siendo un mozalbete le pregunté a mi padre, Luis González Pérez (1911- 1990), comerciante de Los Llanos de San Gregorio, el por qué se nos denominaba así. Él con su voz grave y gesto sorpresivo, me dijo contundentemente: No creas, como muchos lo hacen, que ese título de Muy Hospitalaria Ciudad lo recibimos en el pasado porque en ella se estableciera el primer gran hospital para sanar los males de buba, aquellas enfermedades de origen sexual que Castilla trajo, junto al oro y la plata de la América recién descubierta. La verdad es que los teldenses hemos presumido de ser una ciudad abierta, receptiva, en donde nadie se siente extraño. Después comenzó un largo listado de vecinos y demás conocidos, cuya procedencia era tan diversa como sus propias caras: Fulanito era de Arucas, menganita era de Tirajana, singlanito era de San Mateo y así, poco a poco, mi progenitor me fue desgranando la diversidad de nuestra población local. Y me dijo: ¿Lo ves Antonio? Hasta nosotros mismos no podemos decir que somos de Telde de toda la vida, pues tu bisabuelo Francisco Pérez Cabral (1845-1928), conocido popularmente como Don Paco El Viejo, llegó de Las Palmas en 1868, cuando contaba sólo con 23 años. Y su esposa mamá Pilar (Pilar Azofra Echevarría 1860-1936) vino a mitad de la década de los ochenta del mismo siglo y su lugar de procedencia era Santiago de Cuba. Sin ir más lejos mi padre, tu abuelo, Luis González Corbacho había nacido en Las Palmas de Gran Canaria, pero sus padres procedían del Puerto de la Cruz, Tenerife. Y para terminar te diré que tu propia madre, Consuelo Padrón Espinosa (1919-2008), nació en Valverde de El Hierro. ¿Está claro no? Telde acoge a todos los que a ella llegan con la generosidad extrema que solo una buena madre sabe hacerlo. De ahí que nos guste predicar, contra viento y marea, que ésta es una ciudad muy hospitalaria. La verdad, querido lector, es que me he alargado o, ¿por qué no decirlo? enrollado en los preámbulos del presente artículo. Pero créanme, era del todo necesario.
A Telde se le llamó desde muy antiguo Capital del Sur y también Puerta del Sur. Realidad ésta que duró hasta bien entrados los años ochenta del pasado siglo XX, cuando su hegemonía se tambaleó por la aparición de Vecindario, núcleo de origen rural, pero con constante desarrollo urbano. Éste enclave arrancó definitivamente la importancia estratégica de nuestra ciudad.
Los caminos reales que partían de la capital, Las Palmas, recorrían en sinuosa formación vegas, valles, barrancos, lomas y montañas. El historiador y memorialista insular de muy grata memoria, D. José Miguel Alzola González, nos habla de estas vías de comunicación en un opúsculo titulado La rueda en Gran Canaria, destacando que los paisanos de aquí y de allá se trasladaban en su mayoría a pie, en lo que popularmente se llamó El coche de San Fernando: un rato a pie y otro andando. Pero los más pudientes lo hacían a lomo de caballo o mulo, dejando para las clases medias o propietarios rurales de medio pelo, los burros. La mercancía en general, se portaban a hombros de criados y otras veces sobre los anchos lomos de bueyes o en las alforjas de las albardas de las diferentes bestias, cuando no sobre imponentes camellos. Mantuvo el cronista anteriormente mentado que la dificultad de andar por nuestros maltrechos Caminos Reales, no permitieron el uso de la rueda, sino en el interior de las poblaciones o en sus inmediaciones. También se dio el uso del palanquín, especie de chinchorro o hamaca colgada sobre un grueso y largo tronco de madera, en cuyos extremos se colocaban los porteadores y, en dicho artilugio de tela o soga la persona, que quería viajar con mayor comodidad. De ahí que los traslados de una población a otra se hicieran tediosos y prolongados en el tiempo. Llegar a Telde desde Las Palmas no se hacía en menos de tres horas, y si parabas para refrescar la caballería, algo más. Ésto para los que tenían la suerte de contar con una bestia de carga, pero para los que iban a pie, el camino se cubría entre cuatro y cinco horas, aproximadamente. Todo ello acompañado por las inclemencias del tiempo, sol extremo o lluvia pertinaz. Si a eso le sumamos que la mayoría de la población no tuvo calzado hasta bien entrado el siglo XX, díganme ustedes si no era toda una proeza recorrer los caminos de nuestra Gran Canaria.
Al ser Telde núcleo importante de población, el segundo de la Isla tras la capital y, de él partir varios caminos reales en dirección Norte-Noroeste, Sureste-Sur y Oeste, fue también lugar de parada, fonda y descanso. Así, tanto en el barrio señorial de San Juan Bautista como en el comercial de Los Llanos de San Gregorio se abrieron varias casas de comidas, que ya en el siglo XX fueron llamadas restaurantes. Completábase este servicio con casas de huéspedes, pensiones, fondas y a partir de la segunda mitad del siglo XIX o mejor dicho en el último cuarto de esa centuria, algún que otro hotel.
¿Quiénes eran los potenciales clientes de esa amplia gama de establecimientos? En su mayor parte eran empleados públicos, muchos de ellos foráneos y otros tantos, además, peninsulares (empleados de Correos, Telégrafos, Notaría, Registro de la Propiedad, personal de la Administración Pública, tales como: Jueces, Secretarios, etc. A los que había que sumar ciertas profesiones liberales: Médicos, Abogados, Procuradores. Sin olvidar a los consabidos representantes de las firmas comerciales e industriales y algún que otro oficio como relojeros, intermediarios, etc.).
En la misma Alameda de San Juan, en el último tercio del siglo XIX, en la que había sido casa solariega de la familia León y Joven (hoy conocida por los teldenses de a pie como la casa de D. Chano Álvarez, aunque fue herencia de su esposa doña María del Pino Medina), se inauguró un hotel que tuvo arraigada fama de ser un establecimiento de altísimo prestigio. En él se hospedaban viajeros de alcurnia, desde un conde austriaco, a una figura del belle canto, pasando por políticos de la talla de D. José Franchy Roca. Sobre este establecimiento se generó toda suerte de rumores y hasta nació la leyenda, demostradamente falsa, de que en él pasó varios días el Archiduque Maximiliano de Austria en el viaje, desde su país alpino hasta el trono de Moctezuma para convertirse en el Emperador Maximiliano I de México.
Igual suerte corrieron algunas que otras casas señoriales del mismo barrio, tanto a finales del siglo XIX como en las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo XX. Claro exponente de ello fue la pensión Casa Mireles en las inmediaciones mismas de la Plaza Parroquial de San Juan Bautista.
Ya en el siglo XX y en torno a 1910, destacaban como restaurantes, hoteles y fondas: El Porvenir, Restaurante Victoria y el no menos famoso Universal. Avanzado éste varios lustros, se inauguró otro establecimiento hotelero de notable fama, en la llamada por entonces Calle del Molinete o Molinillo, hoy Avenida de la Constitución. El hotel en cuestión se llamó el Tamerán y su propietario el D. Antonio María Betancor López, lo dotó de amplias habitaciones y baños individualizados. Todo un acierto para atraer a la cada vez más exigente clientela. Podríamos hablar de una cincuentena de casas que, como complemento a los paupérrimos sueldos de sus moradores, éstos se dedicaban a alquilar habitaciones de las llamadas con derecho a baño y cocina. Éste tipo de establecimiento solía estar regentado por viudas de edad más que respetable, de las que ni las lenguas más viperinas se atrevían a levantar calumnias o falsos testimonios. En algunos bares o bochinches (como hasta ahora siempre se les ha llamado en Gran Canaria, antes de asumir como propio el vocablo tinerfeño Guachinche) existían cuartos traseros, que algunas veces se habilitaban como pensiones y otras veces como prostíbulos encubiertos.
La fonda por antonomasia de Telde, estaba a mitad de camino entre Los Llanos y el Puerto natural de Melenara. El establecimiento en cuestión no solamente daba comida y bebida a los que iban y venían por ese camino, sino que asistían a las bestias y para ello tenía un alpendre, en donde se les daba alfalfa, millo y cualquier otra comida apta para rumiantes, así como agua en abundancia y sobre todo sombra y fresca. Fue tan popular entre los teldenses esta fonda, que actualmente existe todo un barrio con ese nombre: La Fonda.
En el Barrio de Los Llanos, el más populoso y mercantil de todos los barrios y pagos teldenses, surgieron en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX un sinfín de bares, tascas, dulcerías y tiendas de aceite y vinagre, en donde parte de su mostrador limitado por un biombo, se dedicaba al copeteo del exquisito Ron de la Máquina o Ron de Telde. Èso hizo exclamar a un notable ciudadano ¡Telde, ciudad bravía, cien bares y una sola librería!.
El cronista que ésto escribe, conoció la famosa pensión de las Tres Espadas en la calle de Los Marinos, muy cerca del actual parque Franchy Roca, regentada por José (Pepito) Suárez, natural del Valle de San Roque, que también era dueño del Bar la Cueva en el estrecho callejón de Tomás Morales, en donde igualmente, alquilaba dos habitaciones traseras. En la calle María Encarnación Navarro, casi colindando con el ya mentado Parque Franchy Roca, por entonces León y Joven, se hallaba la popular Pensión de La Viuda que ocupaba el piso alto de un bar también de su propiedad. En la hoy calle José Vélez, había dos pensiones, una recibía el mismo nombre que su dueña Pensión Blanca, aunque los lugareños le podían el diminutivo de respeto” convirtiéndola en La Pensión de Blanquita”. Y la otra regentada por D. Felipe Sánchez Martel conocido por ser hermano de la célebre Pepita la de la dulcería. Muy cerca de la Plaza de San Gregorio, en la calle Cruz de Ayala, y en la casa donde tuvo su colegio don Cesáreo Suárez, también hubo pensión, en éste caso dirigida, por Dña. Carmen Artiles Jorge. Famosa entre los estudiantes de Tenerife, Fuerteventura y otras islas, así como de varias localidades grancanarias, que venían a completar sus estudios en el Instituto Laboral, fue la pensión del ex Alcalde de la ciudad y ex Delegado del Gobierno en la Isla de Fuerteventura, don Manuel Amador Rodríguez.
Hablando de establecimientos más recientes, aunque ya con casi una cuarentena de años, dos grandes hoteles en la costa teldense: uno en la urbanización La Estrella, llamado Hotel Estrella regentado por D. Agustín Artiles Padrón, genio de la restauración insular que con gran éxito dirigió las archiconocidas Grutas de Artiles, el restaurante y discoteca La Luna, ésta última junto al Aeropuerto de Gando. Y unos cuantos restaurantes más que alargaría en demasía el presente artículo.
El otro hotel fue el Bahía Mar en la llamada Playa de San Borondón, hoy convertido en un edificio de apartamentos, gozó de fama como establecimiento de lujo con temporadas de cuatro y tres estrellas, debido a sus magníficos servicios y a la alta profesionalidad de sus rectores y empleados. En la Playa de Melenara el señor Oliva, concesionario de la línea de guaguas Telde-La Fonda-El Calero-Casas Nuevas-Melenara-Clavellina Las Salinetas y viceversa, también tuvo dos establecimientos dedicados al hospedaje. El más reciente, que terminó reconvirtiéndose en apartamentos, fue el restaurante y hotel La Tortuga, a los pies mismos del omnipresente muelle de la Fyffer. Terminamos esta aproximación a las fondas, casas de huéspedes, pensiones, hostales y hoteles de Telde a sabiendas de que no los hemos nombrado a todos, pero no es intención de este Cronista hacer un listado general de los mismos en un artículo con espacio reducido, tal como aconseja el medio en que se publica.
Sirvan éstas páginas para traer a nuestra memoria a los profesionales y establecimientos de los que hoy solo quedan edificios transformados y, en la mayor parte de los casos, ni eso.
Publicado en la prensa digital Teldeactualidad el 30 de septiembre de 2020.