POR ANTONIO GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS DE GRAN CANARIA-CANARIAS).
A lo largo de nuestros más de cuarenta años de vida profesional, hemos asistido a numerosas conferencias, la mayor parte de ellas dictadas por prestigiosos investigadores en las más diversas materias. Casi siempre historiadores o científicos que, con sus disciplinas, auxiliaban a la Historia en sus afirmaciones más vanguardistas. Hoy, al redactar el presente artículo, traigo a mi memoria a un ser excepcional por su sapiencia y saber estar, me refiero a Dr. D. Antonio Rumeu de Armas, el tinerfeño que ganó la Cátedra de Historia Moderna en la Universidad Complutense. Su valía académica fue tal que lo eligieron Director de la Real Academia de la Historia. Era D. Antonio hombre de gran voluntad a la hora de enfrentarse con los grandes enigmas de la Historia. Su tenacidad fue tal que, si echáramos una ojeada al cómputo general de su obra, nos admiraríamos ante tal cúmulo de aciertos en una época en que ni los ordenadores, ni mucho menos las redes, estaban en las mentes más clarividentes.
El autor, entre otros muchos trabajos de El Obispado de Telde: Misioneros aragoneses, catalanes y mallorquines en el Atlántico fue un inminente orador. Dueño de un verbo no exento de pasión y excelente tono de voz, hacía que sus conferencias fueran sentidas y vividas por los auditorios más exigentes. Con motivo de su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad de Telde, dio una excelente conferencia en nuestras las Casas Consistoriales. Entre otras muchas aseveraciones, todas ellas rigurosas desde el punto de vista de la historiografía, hubo una que nos sorprendió por la importancia que el propio profesor dio al exponerla. Después de una breve introducción en la que nos acercó a la situación de los dos mundos que se encontraron a partir de 1351: por el lado europeo tres pueblos del Mediterráneo Occidental, aragoneses, catalanes y mallorquines. Y por el otro, constituidos por los diferentes pueblos que habitaban por entonces las islas de la Fortuna o Canarias. En menos de un cuarto de hora el doctor Rumeu de Armas dejó bien cimentada su disertación para seguidamente erigir el edificio de los cincuenta años de Historia del Obispado de Telde, el primero de las Islas. Y tras tres cuartos de hora concluyó: Telde y Gáldar son los ejemplos más claros de la mescolanza, entre las gentes procedentes de Europa, los aborígenes canarii y los bereberes y negros procedentes de la cercana África.
Tomemos, por lo tanto, esa última afirmación como inicio de nuestro presente artículo. Es cierto que aún en nuestros días, no hemos encontrado restos arqueológicos de viviendas o construcciones hechas por los primeros pobladores europeos de nuestra comarca insular. Sólo una carta entre don Elías Serra Ráfols y nuestro ya nombrado Rumeu de Armas, nos permite saber que el primero vio los restos de un arco ojival y unos paramentos de piedra, barro y cal, que el por entonces Cronista Oficial de la Ciudad D. Pedro Hernández Benítez, le mostró en uno de los extremos de la huerta jardín de la casa de Dña. Dolores Sall en el barrio de San Francisco. Otra cosa es la presencia castellano-andaluza, así como de otros pobladores, tanto peninsulares como europeos traspirenaicos (flamencos, italianos, irlandeses, etc.) El Telde actual posee un amplio Conjunto Histórico Artístico, que tiene como base principal el perímetro fundacional de la ciudad, erigido a partir de la primavera-verano de 1483. Y si bien a diferencia de éstos, la población esclava dejó nula presencia en edificaciones y trama urbana, no fue así en cuanto a creencias y demás tradiciones. Documentalmente sabemos de la importancia que, tanto los bereberes del Sáhara Occidental como los negros del Golfo de Guinea, tuvieron en la suma total de la población teldense, por lo menos hasta bien entrado el siglo XVIII.
Tiene fama nuestra ciudad de ser Tierra de Brujas y, aun no siendo cierta del todo esa afirmación, sí podemos decir que, en la antigua toponimia, hemos encontrado lugares con los siguientes nombres: Bailadero de Las Brujas,
Lomo de las Brujas, Montaña de las Brujas, Cueva de la Bruja, Charco de las Brujas.
Después de analizar costumbres y tradiciones teldenses, creo poder afirmar que el actual acervo cultural es una suma de creencias y tradiciones de los pueblos citados con anterioridad.
Hagamos un símil, esperando que éste nos sirva para explicar la realidad sociocultural del teldense del siglo XXI, aunque más claramente se manifestó en la primera mitad del siglo XX. En una coctelera metamos un 60% de castellanos viejos y nuevos, gallegos, extremeños y andaluces. Un 10% de europeos de diversa procedencia, entre ellos muchísimos portugueses. Después un 15% de aborígenes canarios, tanto de Gran Canaria como de Tenerife y otras islas, y para terminar introduzcamos el 15% restante de mujeres y hombres procedentes del continente africano. Durante varios lustros o mejor dicho, décadas, agitemos continuamente la coctelera previamente cerrada hasta su total mezcolanza y, después de abrirla, volquemos su contenido en un cuenco o recipiente de cualquier material. Si en vez de ser seres humanos las partes añadidas, una tras otra fueran líquidos de igual o parecida densidad, tendríamos un coctel en donde sería difícil, muy difícil, saber dónde empezaban y terminaban los diferentes componentes. Pues esto mismo sucedió con la sociedad teldense. La mezcla de costumbres y creencias fue tal que ni el mejor antropólogo podría aventurarse a decir a quien pertenecía originariamente los diferentes componentes religioso-culturales.
Es habitual, entre los habitantes teldenses decir aquello de yo no creo en esas cosas… pero por si acaso. Así, aun hoy las escobas y cepillos de barrer se colocan con los plumeros hacia arriba, porque si se colocan hacia abajo las brujas se pueden montar en ellos y volar de un lugar a otro. Si se tiene la mala suerte de romper un espejo, derramar aceite o tirar sal inmediatamente hay que persignarse y rezando un padre nuestro, recogerlo prontamente. En el caso de la sal, se recogerá con la mano derecha y se lanzará sobre el hombro izquierdo sobre la espalda. Si al caminar por una acera te encontraras, a mitad de camino, una escalera, debes persignarte y evitarla. Al gato negro u oscuro hay que dejarlo ir y si hemos tenido la mala suerte de que se interponga en nuestro camino nos daremos la vuelta por donde hemos venido. La parturienta y más si es primeriza colocará en el suelo y bajo la cama unas tijeras abiertas, lo más abiertas posible, de manera que facilite el parto. Nunca faltará en la despensa o en la cocina una buena ristra de ajos, así se echa a los malos espíritus y a las brujas del hogar. En las fincas, huertas y jardines debe plantarse una mimosa, pues sus hojas verdes y sus flores amarillas espantan todos los males que los vecinos y foráneos te puedan desear. Ahora que ya los teldenses no tienen fincas, ni huertas donde plantar, usan los cuadros que representan este árbol para tenerlos presentes en sus casas. El mal de ojo es creencia muy arraigada, y no son pocas las abuelas y madres que colocan a la vista de todos, un lazo rojo en el ropaje o en el carrito del bebé, queriendo así debilitar la fuerza innata en la vista de ciertas personas. El mal de pomo atacaría, tanto a niños como a personas mayores. Éste se cura con una friega de aceite, un baño en agua fría de mar o con un buen rezado e imposición de manos sobre la boca del estómago y así sucesivamente.
De muchas más creencias, costumbres y tradiciones, hemos hablado largo y tendido en artículos anteriores tales como, en donde explicábamos la muerte y el duelo o los ritos que se llevaban a cabo en la noche de difuntos. A ellos me remito si se quiere profundizar más en estos temas.
Créanme, solo he nombrado las creencias más arraigadas entre la población teldense actual. No pocas veces he visto a los pies de las cruces que conforman el archiconocido Vía Crucis del barrio de San Francisco, restos de frutas, plumas, cuando no muñecos de cera atravesados por alfileres o palillos. Lo más sorprendentes son aquellas tradiciones encaminadas a agradar al Todo Poderoso y a sus Santos. A éstas las denominadas exvotos y van, desde pequeños barcos de vela depositados a los pies de la Virgen del Carmen o del Buen Suceso, hasta ciertas figurillas de cera que, con formas de ojos, cabezas, cuerpos infantiles, extremidades superiores e inferiores, piececillos, estómagos y otras tantas partes del cuerpo se colocan cerca de las imágenes de Vírgenes y Santos, queriendo agradecer así algún favor recibido. Digamos que, esta última costumbre, tiene un resultado económico, pues tomados todos los exvotos del mes o el año, el sacristán o sacerdote, los depositaban en un caldero y le daban candela hasta derretirlos y, obtenido el líquido, lo vaciaban en unos moldes con los que se hacían cirios y velas para el consumo de las ceremonias religiosas. Creo que fue San Agustín quien quería convertirse en un cirio para consumirse por entero en honor a Dios. Las flores y ciertas plantas también tienen su propio lenguaje y así unas y otras, estaban destinadas a diferentes advocaciones, pero de ello hablaremos más adelante en otro artículo igualmente con tintes antropológicos.
Publicada en la prensa digital Teldeactualidad el 7 de octubre de 2020.
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