BAJO LA ESPADAÑA (XLVI)…. CAE LA LLUVIA…
Dic 30 2020

POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALAS DE GRAN CANARIA-CANARIAS).

Santuario Virgen de la Cueva en Piloña, Asturias

(Dedicado a Chely Monzón García, quien desde su hogar chicharrero no deja  de añorar a su Telde natal.) 

Ante la amenaza de lluvias torrenciales sobre Canarias, anunciadas a bombo  y platillo por todos los medios de comunicación, me puse a meditar cómo  era recibida la lluvia por los habitantes de los diferentes puntos cardinales,  según fuera ésta habitual o no. 

Estando en el pueblo de Bujalaro, en la provincia de Guadalajara, he podido  comprobar como ante la amenaza de tormenta veraniega, todos sus  habitantes se metían en sus casas, cerrando puertas y ventanas. El miedo, yo  diría que el pánico, a las tormentas es algo muy arraigado por esas tierras  meseteñas de Castilla-La Mancha. Esa pequeña localidad, situada en el  propio Valle del río Henares y al pie de La Alcarria, ha sufrido muchos  contratiempos por su clima tan extremo. En el invierno, los meses de  diciembre, enero y hasta marzo, sus temperaturas oscilan entre los 5º o 6º  grados de máxima y -9º y -10º de mínima. Cuando llega el estío, el calor es  realmente sofocante y las temperaturas superiores a 30º, se marcan  cotidianamente en los termómetros del Ayuntamiento, el bar y de cuantas  casas particulares los tengan.  

Un mes de agosto, tras una jornada de temperaturas rozando casi los 40º,  vimos como el cielo se fue ennegreciendo y pronto estalló el trueno, para  más tarde caer una fortísima lluvia, que convirtió sus calles en barrancos y  su plaza mayor en un estanque improvisado. Mis hijos y yo, como canarios  amantes de la lluvia y deseosos de ella, tras un largo año en que no la  habíamos visto prácticamente ningún día, en nuestra isla de Gran Canaria,  salimos a chapotear y a mojarnos con esa bendición de los cielos. Y al mismo  tiempo que ésto hacíamos, varias voces nos advertían que si estábamos locos,  pues no era la primera vez que un vecino del lugar moría, tras atraer sobre si  o su caballería al rayo asesino. 

Ni decir tiene que, pasado el momento, los parientes nos advirtieron que  cuando llueve hay que huir del río, las presas, los estanques y actualmente  de las piscinas. Jamás ponerse a resguardo bajo un árbol y, mucho menos, estar sobre o al lado de burro, mulo o caballo. Todos estos elementos atraen  a las mortales descargas eléctricas.  

Comienzo este artículo rememorando aquellos lares para con mi mente,  recobrar visiones de mi infancia y primera juventud, cuando en mi Telde  natal, dos festividades marcaban las dos principales estaciones del año,  aquellas que se diferenciaban por ser antagónicas: el verano y el invierno. 

Los teldenses de los años 40, 50 y 60 del pasado siglo, repetíamos cada  doce meses la misma liturgia: En junio entre San Antonio de Padua, día 13  y San Juan Bautista, día 24; se adquirían las ropas para pasar la canícula.  Éstas eran de lino y algodón de colores claros, en su mayor parte blancas y,  para calzar nuestros pies, sandalias o alpargatas con suela de goma o de  esparto. En cambio, el invierno llegaba en los preámbulos de la otra fiesta patronal, San Gregorio Taumaturgo y, entonces nos acercábamos a las  tiendas de tejidos y confecciones para adquirir toda suerte de ropa de abrigo:  pullovers, pantalones de lana, los más coquetos lucirían chaquetas y  pantalones a cuadros de los llamados Príncipe de Gales. Y, para calzarnos  zapatos y botas de piel, con suelas de goma o también de la propia piel con  punteras de metal. Aunque al decir verdad, lo más que nos gustaba era llevar  puestas las llamadas botas de lluvia o de agua. Éstas eran de goma y su caña  subía tobillo arriba hasta la mitad de los gemelos y, en algunos casos, hasta  encontrarse con las rodillas. Las niñas y alguna que otra señora las tenían de  algún color discreto, grises y marrones, pero los niños y los hombres no se  permitían esa muestra de libertad de gustos, por lo que se les imponía el  negro riguroso. 

En una sociedad tan carencial como la nuestra, solo las clases medias y altas  podían permitirse esos lujos, pues al decir verdad, muchos eran los que  caminaban los 365 días del año completamente descalzos. Lo que no  cambió, ni por la edad ni por la condición social, fue la alegría con que eran  recibidas las primeras lluvias, las segundas y las terceras, si por un milagro  las hubiese habido. Tan pronto caían las primeras gotas, te calzabas las botas  antes mencionadas y salías a la calle cantando aquello de:  

¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva. Los pajaritos  cantan, las nubes se levantan, que sí, que no, que caiga un chaparrón,  de agua y limón!.  

Aunque podía ser modificada y aumentada al gusto del consumidor,  quedando así: 

¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva. Los pajaritos  cantan, las nubes se levantan. Que sí. Que no. Que caiga un  chaparrón, de anís y turrón!. 

Otros preferían: 

¡Que llueva, que llueva, que la Virgen está en la cueva. Los  pajaritos cantan. Las nubes se levantan. Que sí. Que no. Que caiga un  chaparrón, de azúcar y limón! 

En el tinerfeño Puerto de la Cruz, lo cantaban de esta manera:  

¡Que llueva, que llueva. La Virgen de la Cueva. Los pajarillos  cantan. Las nubes se levantan. Que sí, que no, que caiga un  chaparrón! y alguien preguntaba: ¿De qué? Y todos a la misma vez  gritaban: ¡De azúcar y limón! 

Me aclara mi amiga Censi, porteña ella, que la Virgen de la Cueva existe y  se encuentra en un pueblo de la provincia de Castellón.  

Las niñas jugando a la comba en sus diferentes modalidades, cantaban  aquello de: 

¡El patio de mi casa es particular, cuando llueve y se moja,  como los demás! 

Y también existe una versión mucho más larga que dice:  

¡El patio de mi casa es particular. Cuando llueve se moja, como  los demás. Agáchate y vuélvete a agachar, que los agachaditos no  saben bailar. Hache, i, jota, ka, ele, elle, eme, a, que si tú no me  quieres, otro amante me querrá. Hache, i, eme, o, que si tú no me  quieres, otro amante tendré yo!. 

Como lo de amante sonaba muy fuerte en boca de infantes o infantas, se  cambiaba por amiguito, amiguita, novio o novia. A veces se remataba esta  canción con: 

¡Chocolate, molinillo, corre, corre, que te pillo. Al estirar que  el demonio va a pasar!. 

¡Qué felices éramos cuando caían cuatro gotas! ¡Cómo mojábamos a diestro  y siniestro chapoteando en los grandes charcos de nuestras calles empedradas  o mal asfaltadas! Y si teníamos la suerte de contar con una bicicleta,  lanzarnos a una navegación sobre ruedas, donde el único fin era mojar a los peatones que estaban en las aceras. ¿Quién no recuerda los charcos que se  formaban en las puertas mismas del Cine Cervantes? O ¿aquella otra charca  al final de la Calle Palmito, conocida por La Hoya de la Perra? Así podríamos  seguir nombrando lugares, espacios, donde se acumulaba ese líquido que los  canarios veneramos sobre todas las cosas. Aquí ahora se me ocurre que, al  bailar La Rama mis amigos de Agaete, cantan aquello de: ¡Agüita, Agüita,  que la tierra está sequita!. Mientras calle abajo, bailan al son de la Banda de  Agaete, batiendo ramas en una supuesta costumbre aborigen, que no es tal,  como bien ha demostrado mi muy estimado amigo el arqueólogo Valentín  Barroso. Créanme, no importa si la lluvia es débil o fuerte, lo que realmente  importa es que moje y a ser posible que empape. 

Mi vecino don Miguel Medina, me dijo un día, siendo yo pequeño ¡Antoñito,  trae una piedra viva de la barranquera que quiero ver si ha llovido bastante!  Ante mi asombro, vi como sus temblorosas manos lanzaban la piedra sobre  otras en el suelo con intención de partirla y después, cuando tuvo las dos  mitades de nuevo en sus manos exclamó: ¡Qué pena, Antoñito, no ha llovido  bastante! Y yo le pregunté: ¿Y por qué sabe usted que no ha llovido  bastante?, y él, sin inmutarse, con verdadera socarronería canaria me dijo:  ¿No lo ves? ¡El corazón de la piedra está seco!. 

Veo pasar ante mí, niño aún, los caballeros teldenses luciendo flamantes  gabardinas, algunas de ellas adquiridas en Londres o traídas por algún  vástago de la familia, que en la capital de la Pérfida Albión, ejercía de agente representante de una de nuestras múltiples Empresas Cosecheras Exportadoras. A partir de los sesenta esta prenda, casi siempre de corte  militar, fue sustituida por los más económicos y horrendos impermeables  grises y azules. Aunque alguna señorita se permitía el lujo de que su prenda  de plástico fuera transparente y así lucir su elegancia con el traje que estaba  bajo ésta.

Los más pobres, llevaban sobre su cabeza y hombros a manera de  capucha un saco de papas, cuando no uno de harina, si el primero era de  grueso tejido, la dura arpillera, el segundo no era menos grueso, pero en este  caso de papel, que al mojarse de poco servía. Los vecinos de los barrios más  lejanos de Telde, sobre todo los de medianías y montaña, venían cubiertos  por una improvisada capa hecha con un trozo o con toda una manta. Lo que  hoy se ha popularizado como manta esperancera por llevarla en sus  actuaciones Los Sabandeños, era habitual en todos los campos de las islas  más montañosas. Los niños y jóvenes en un alarde de modernidad, imitando  a los ídolos musicales del momento, entre ellos Los Betles, nos poníamos  para la ocasión una prenda acolchada que recibió el nombre genérico de  anorak. También los había que se cubrían con la pesada y rotunda trenkaabrigo que se caracterizaba por tener capucha y porque, en vez de botones,  tenían unos trozos de huesecillos de madera que se enganchaban en lazos de  cuero. 

Los comentarios generalizados en los mentideros de la ciudad, léanse plazas,  placetillas y más rincones, eraN si venía o no el agua barranco abajo.  Recuerdo como ahora, escuchar por el Barranco Rial viene una buena  palbada de agua, tan fuerte que quita el sentío. Agarró a su paso a un burro  y lo mandó sobre una piedra, estrallándolo como un cartucho.  

La sapiencia popular se refleja en este dicho de nuestro paisano D. Antonio  María Rivero Alzola, que vivió desde diciembre de 1888 a junio de 1961. Él,  le decía a sus nietos: ¡Si por los Santos, primeros de noviembre, no llueve y  por San Gregorio, 17 de noviembre, no corre el agua por los barrancos, no  siembres porque no recoges.  

La luz eléctrica fue el eterno problema de los teldenses de gran parte del siglo  XX. Los padres urgían a sus hijos a terminar pronto los deberes, cuando aún  la luz natural de la tarde les acompañaba, pues era casi seguro que si llovía  se cortaría el suministro eléctrico. La frase era: Algo tuvo que pasar en la  Planta de Luz porque nos quedamos a oscuras. 

En esos días de invierno cerrado, muchos decían con cierta chanza: El cura  de San Juan, este año, se pasó con las rogativas al Santo Cristo del Altar  Mayor. No en vano esta venerada imagen recibía entre otros, el título de:  Cristo de las Aguas. Y en su himno las gentes cantaban: ¡Santísimo Cristo  de Telde, amparo del navegante y consuelo del agricultor!/ de Telde el  tesoro y el bien mejor. 

Los del barrio de Arriba, es decir los llanenses o llaneros amenazaban a su  Santo Patrón San Gregorio Taumaturgo con tirarle puños de trigo en el  rostro, durante su procesión, si antes no había mandado lluvias suficientes.  Así de radicales éramos los teldenses de entonces.  

Cuando fuimos mayores escuchamos canciones bellísimas que tenían a la  lluvia como protagonista, desde la archiconocida Singing in the rain o la no  menos conocida Esta tarde vi llover y no estabas tú, magníficamente  interpretada siempre por su autor el mexicano Armando Manzanero o Llueve  sobre mojado del argentino Fito Páez y del español Joaquín Sabina. Para los  más jóvenes Purple in the rain de Prince, y para canción extremadamente  bella, La Pioggia interpretada en el Festival de Eurovisión en 1969 por la  italiana Gigliola Cincueti. Y ya para elevarnos hasta el cielo, el tema Te  recuerdo Amanda de Víctor Jara. 

Como siempre que hago este tipo de trabajos, me lo planteo como una  pequeña investigación y pido ayuda a mis contactos de whatsapp, sobre todo  a mis amigos más cercanos. Éste fue el caso de mi llamada de auxilio a un  excelente amigo, el actual director del Museo Néstor de Las Palmas de Gran  Canaria, el Dr. D. Daniel Montesdeoca García-Sáenz quien, no resistiendo  sus ganas imperiosas de venir en mi ayuda, se levantó en la madrugada,  ayudado por las musas, para escribirme esta nueva canción sobre la lluvia. 

Sintiendo el olor a humedad 

Llueve que llueve/gotitas de cristal. Llueve que llueve/para la tierra  saciar./Llueve que llueve/de las nubes negras a la mar./Llueve que  llueve/siento el olor a humedad./Llueve que llueve,/mil gotitas de cristal/ para mis ojos empañar./Llueve que llueve,/oremos por unas gotitas más./Y  para cuando llegue la noche duerma soñando/ con aquellas aguas que  parecen de cristal./Llueve que llueve … 

Para concluir este breve repaso que a unos les parece una maldición y a otros  el mayor de los regalos, escribo aquí dos canciones infantiles oídas  recientemente en YouTube, originales e interpretadas por Nene León, que  lleva por título La canción de la lluvia y Gotas caen, al final de todo,  esperemos que este otoño-invierno, nos traigan las deseadas lluvias con las  que las islas sueñan año tras año.  

Publicado en la prensa digital Teldeactualidad el 14 de octubre de 2020. 

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