POR ANTONIO MARIA GONZALEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS-GRAN CANARIA-CANARIAS)
Muchos de nuestros lectores se habrán preguntado qué es eso de la matraca. El título la define como algo más que un instrumento sonoro, pero claro está que, si no se han fijado antes en la foto que precede a este artículo, no tendrán ni una idea aproximada de lo que se trata.
Según la define la Real Academia Española es una rueda de tablas fijas en forma de aspa, entre las que cuelgan mazos que al girar ella producen ruido grande y desapacible.
Se usa en algunos conventos para convocar a maitines, y en Semana Santa en lugar de campanas. Una vez más la R.A.E. hace alarde de precisión a la hora de ilustrarnos sobre un vocablo cuyo significado se le esconde a la mayor parte de los hispanoparlantes. Echemos mano a los usos y costumbres de nuestras gentes y verán que varios derivados de esa palabra tienen un uso común entre nosotros.
Una abuela agobiada por los llantos y lamentos del nieto o nieta a la que debe cuidar le dice, no sin cierto enfado ¡pero fuerte matraca de niño! En una tertulia uno de sus participantes harto del monólogo repetitivo de unos de los compañeros de reunión dice por lo bajini ¡dale y dale con la matraca! Y así sucesivamente podemos poner infinidad de ejemplos de los que se deduce que matraquear o matraqueo es la acción monorítmica y cansina de un sonido hartamente fastidioso.
Volvamos al término primigenio matraca. Los que hoy peinamos canas recordamos, no sin cierta nostalgia, algunas fiestas solemnes celebradas con todo lujo de detalles por la Iglesia Católica. Entre todas, destacaban las que conmemoraban la muerte y posterior resurrección de Jesucristo. La llamada Semana Grande o Semana Santa tenía un periodo de preparación llamado cuaresma en donde muy didácticamente se preparaba al común de los feligreses para sensibilizarlos con lo que más tarde iba a acontecer. La cuaresma se iniciaba tras el Miércoles de Cenizas.
Ese día era costumbre, al menos en Telde, que todos acudíamos a la iglesia con nuestro hilo de San Blas y lo depositáramos en un hornillo para que se convirtiese, tras su paso por el fuego, en negra ceniza. Enfriada ésta, los acólitos, mujeres, hombre y chiquillería en general, nos poníamos en fila de a uno o india, acercándonos respetuosamente al Altar y allí el sacerdote cogiendo entre sus dedos pulgar e índice un poco de ceniza hacía con esmero una cruz en la frente de cada uno de ellos. Llegada la Semana Santa se acudía a una solemne misa en el llamado Viernes de Dolores para después asistir a procesiones, misas, confesiones, visitas al Santísimo y así un sinfín de actos devocionales hasta el Domingo de Resurrección.
No sé si recuerdan que como muestra de austeridad, pero también para no distraer nuestra vista sobre las imágenes de Ángeles y Santos o cualquier otra talla o escultura devocional, éstas eran cubiertas en su totalidad por lienzos de color morado o en muchos casos violáceos. Así todas las miradas debían estar puestas en el Sagrario, lugar que guardaba la esencia misma de nuestra fe, que no es otra que la Sangre y la Carne del Cristo Resucitado. En ese periodo penitencial estaba terminantemente prohibido el uso de las campanas que debían permanecer calladas si no toda la semana, al menos de Jueves Santo a Domingo de Resurrección y en sus ausencias se hacía sonar la matraca que con su ritmo estruendoso llamaba a la oración o a los distintos cultos. No había parroquia que no tuviese una o dos matracas. En la ciudad de Telde, históricamente hablando existían tres.
Una, la más antigua, pertenecía a la parroquia de San Juan Bautista que aun se conserva en la Casa-Archivo Parroquial. Las otras tuvieron su acomodo en la parroquial de San Gregorio Taumaturgo. De éstas dos una era de mayor tamaño y se instalaba en la azotea del templo y ahí se le hacía rodar y rodar a la vez que emitía un grave y sonoro lamento, la otra más pequeña servía para que el sacristán mayor o algún que otro monaguillo la paseara por las calles más distantes del templo y así convocar a la feligresía. La matraca era la protagonista por excelencia de todos los sonidos emitidos en la Semana Grande, hasta que llegado el concilio Vaticano II fue cayendo en desuso hasta el día de hoy, que solo se hace sonar en algún templo cuyo regidor eclesiástico tiene gran respeto por la Historia.
Lamentablemente las matracas de la Iglesia de San Gregorio Taumaturgo de Los Llanos fue quemada en una pira u hoguera en donde también fueron llevados al fuego algunos libros sagrados con cierta antigüedad, ropajes para revestir a los sacerdotes, bancos, viejos atriles y algún que otro Santo. Recuerdo ahora a mi amigo y colaborador Justiniano Rodríguez, quien con orgullo me contó cómo salvó de la destrucción a la talla de San Expedito. Hoy recuperada y restaurada para el museo parroquial de Los Llanos.
Nos gustaría que al menos en la Basílica Menor de San Juan Bautista se volviese a escuchar la matraca. La Parroquia Matriz teldense tiene la suficiente importancia como para emular a otros templos de la cristiandad en donde jamás se ha dejado de usar.
*Publicado en la prensa digital Teldeactualidad el 15 de abril de 2020.