POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS DE GRAN CANARIA-CANARIAS).
(Dedicado a doña Elena de Diego y Marin, hija del poeta.)
Dos lugares de la geografía española, tan distantes como las tierras castellano-burgalesas-grancanaria-teldenses, se unen por la poesía, la botánica y el espíritu monacal.
Así comenzamos el presente artículo en el que queremos sacar del olvido un gesto realmente extraordinario: los sentimientos de fraternidad lírica entre dos grandes escritores españoles, el santanderino Gerardo Diego Cendoya (1896-1987) y el teldense Saulo Torón Navarro (1885-1974).
Todo comenzaría un 4 de julio de 1924. El escenario histórico no podía ser mejor. El protagonista nada más y nada menos que uno de los poetas más laureados del Parnaso Hispano. La noche anterior, nuestro biografiado Gerardo Diego, había dormido en la hospedería del Monasterio de Silos, regentada por la Orden Benedictina desde hacía ya un buen número de siglos. Entre cantos gregorianos y una fugaz cena, el cántabro había tenido tiempo para intercambiar ideas y sentimientos con los frailes de aquel cenobio.
Don Gerardo, era hombre observador en demasía y con una sensibilidad a flor de piel. Su gusto por la Historia sólo era comparable con el que mantenía por la Literatura en general y la poesía en particular. Su extensa obra le hizo merecedor de múltiples premios y galardones, así como la obtención del Premio Cervantes en 1979. Hombre hogareño, trabajador incansable, dejó tras de sí un halo de justa y creativa existencia. Su numerosa prole, seis hijos entre chicos y chicas, hicieron que su hogar fuera como su obra, muestra de su gran y entregado corazón.
Volvamos a ese 4 de julio. El poeta se levanta muy temprano, desayuna escuchando las primeras oraciones del día. Después de recoger sus pocas pertenencias, se acerca a la portería para despedirse de aquel Santo Lugar. Pero antes, debe cumplir con un trámite, devocional para él y de cumplida obligatoriedad para quien le tendió el Libro de Visitas de la casa. Debía estampar su firma y, como tantos otros visitantes, dejar al menos una frase que constara para futuros recuerdos. El poeta fue mucho más allá y escribió con prontitud y certera acción uno de los poemas más bellos de la Literatura Española y Universal: La archiconocida y siempre bien ponderada creación El ciprés de Silos.
Creo que fue en el curso 1973-74, estudiando COU en el ahora Instituto José Arencibia Gil de Telde, cuando nuestro profesor, el siempre recordado y admirado don Manuel Mayor Alonso, nos leyó con voz grave y sonora los siguientes versos:
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas de Arlanza
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales.
Como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
Exhalando al final, entre la admiración y el éxtasis, una sola palabra ¡Sublime!.
Así sus alumnos iniciamos nuestro interés por saber más de la obra de Gerardo Diego. Pasado unos días, nuestro profesor, nos interrogó acerca de la vida y obra del santanderino inmortal y, no queriendo poner punto final a nuestro interés por éste, nos recitó de memoria otra de las composiciones líricas de aquel, que no sé si por exceso de sensibilidad o juventud nos hizo, a más de uno, verter alguna que otra lágrima. Espero que a ustedes, queridos lectores, les suceda algo parecido.
A mis amigos de Santander que festejaron
mi nombramiento profesional.
Debiera hora deciros: «Amigos,
muchas gracias», y sentarme, pero sin ripios.
Permitidme que os lo diga en tono lírico,
en verso, sí, pero libre y de capricho.
Amigos:
dentro de unos días me veré rodeado de chicos,
de chicos torpes y listos,
y dóciles y ariscos,
a muchas leguas de este Santander mío,
en un pueblo antiguo,
tranquilo
y frío,
y les hablaré de versos y de hemistiquios,
y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo),
y de pluscuamperfectos y de participios,
y el uno bostezará y el otro me hará un guiño.
Y otro, seguramente el más listo,
me pondrá un alias definitivo.
Y así pasarán cursos monótonos y prolijos.
Pero un día tendré un discípulo,
un verdadero discípulo,
y moldearé su alma de niño
y le haré hacerse nuevo y distinto,
distinto de mí y de todos: él mismo.
Y me guardará respeto y cariño.
Y ahora os digo:
amigos,
brindemos por ese niño,
por ese predilecto discípulo,
por que mis dedos rígidos
acierten a moldear su espíritu,
y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo,
y por que siga su camino
intacto y limpio,
y porque este mi discípulo,
que inmortalice mi nombre y mi apellido,
… sea el hijo,
el hijo
de uno de vosotros, amigos.
Pero volviendo a la figura de don Gerardo, de la cual no nos hemos apartado sino unos breves instantes para recordar a don Manuel, debemos decir que su extensa obra, tanto en prosa como en verso, se encuentra magníficamente custodiada por una Fundación que lleva su nombre, teniendo por sede la Casa de Cantabria de Madrid. Su hija mayor, doña Elena, gran dama de la sociedad santanderina y madrileña, ha sabido con el resto de sus hermanos: Javier, Isabel, Luis, Julián y Carlos, salvar del olvido, hasta la última epístola escrita por o para su padre y, así podemos contar con un extraordinario legado, que nos permite indagar en uno de los más interesantes capítulos de la Historia de la Literatura reciente de España.
El Ciprés de Silos, para muchos estudiosos de la Literatura y no para este amateur que esta crónica escribe, marca un antes y un después en la mística española del siglo XX, desde que, el también poeta de la Generación del 27 Pedro Salinas, no lo hubiera convencido para que lo incluyera en su obra Versos humanos con la que ganaría un año después el Premio nacional de literatura, compartido con el gaditano Rafael Alberti.
Gerardo Diego regresaría a Silos en otras dos ocasiones, dejando ahí dos magníficos sonetos, uno de 1933, titulado Primavera en Silos y otro fechado en 1946 que lleva por título Ausente.
Fue en 1925 cuando nuestro Saulo Torón pudo leer y apreciar en lo que vale, que es mucho, aquellos celebrados versos. El impacto fue tal que nuestro señero poeta insular de tan permeable espíritu, siempre dotado de una extrema sensibilidad para apreciar la belleza, sufre un verdadero arrebato o arrobamiento, calificativo éste último, que Santa Teresa de Jesús daba a los momentos trascendentes en el que el espíritu se lanza fuera del mortal cuerpo para alcanzar cuotas de gloria con un matrimonio místico con el Creador.
Tenía entonces Saulo unos cuarenta años. Aunque nunca dejó de escribir a lo largo de su longeva vida, sí marcó un impase en sus publicaciones del que sólo saldría algunos años más tarde.
En ese entonces, el matrimonio Torón-Macario poseía la llamada Finca del Convento, sita en el Barrio Conventual de San Francisco de Telde. Arrendada en la mayor parte del tiempo a agricultores de la zona, entre los que destacamos a don José Fleitas Hernández, primo hermano del Cronista de la Ciudad y Párroco de San Juan don Pedro Hernández Benítez, hubo algún que otro verano que libre de arriendo la propiedad, sirvió para solaz de doña Isabel Macario Brito y de su esposo, nuestro poeta del mar y la amistad. Pues fue durante un estío, cuando Saulo rodeado de otros escritores, artistas plásticos y varios compositores e intérpretes musicales, llevó un pequeño arbolillo a un extremo del primer bancal de la finca, anteriormente nombrada. Exactamente tras el tapial, que en ángulo recto saluda la unión entre la calle San Francisco y la denominada Calle Nueva o de Inés de Chimida. Y ahí con un sacho, se puso manos a la obra para dejar plantado el ciprés de no más de un metro de altura. Hoy cuando han pasado más de setenta años, el endeble arbolillo es un robusto y esbelto ejemplar, que libremente ha crecido, buscando con sus ramas el mismo cielo que cubre también a su hermano y homólogo de Silos.
Hace unos meses, escribíamos un artículo sobre algunos de los árboles singulares de nuestro municipio sureño (los teldenses hemos creído siempre que el Sur de la Isla comienza en el barranco de Marzagán-Jinámar y que eso de situarnos al Este, no tiene justificación alguna en una isla en donde sólo existen, créanme, tres puntos cardinales; a dos de ellos se va: Norte y Sur, y al tercero se tira. En expresión altamente ilustrativa decimos tiro pa’l Centro). Entonces no hicimos mayor hincapié en nuestro sauliano ciprés. Ahora, dado el interés que ha despertado entre los numerosos visitantes de nuestro Conjunto Histórico Artístico, la omnipresencia de tan bello ejemplar arbóreo, no hemos querido dejar de relatarle a ustedes esta pequeña-gran historia en la que se funden Silos y Telde por amor a Dios y a la Literatura, a través de dos almas inmortales: Gerardo y Saulo.
Publicado en la prensa digital Teldeactualidad el 4 de noviembre de 2020.