POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)
No me refiero a la quinta ola que esta época baña los centros de salud con jóvenes veinteañeros con casos de Covid, sino a lo que la canícula hace que tomemos en nuestras costas para apaciguar la sofocante temperatura que nos trajo la pasada ‘ola de calor’ de la pasada semana.
A mediados del siglo XIX y parejo a su desarrollo en el resto de España y Europa, surgió la práctica de los baños de ola. Esta actividad balnearia y su aceptación entre la alta burguesía, trajo consigo cambios en las costumbres sociales y culturales de los veraneos de la época, con la consiguiente aparición de nuevas edificaciones e infraestructuras, así como la puesta en marcha de distintas vías de comunicación que unieron las poblaciones de la Vega Baja con Torrevieja, como por ejemplo la línea de ferrocarril Torrevieja – Albatera-Catral (hoy San Isidro), inaugurada en 1884, y que popularizó de cierta manera el veraneo con la venida de los populares ‘trenes botijo’ que pusieron al alcance de todos el poder pasar un día en la playa.
Hasta entonces, a Torrevieja generalmente únicamente venían personalidades de la política y familias muy importantes de la época y que disponían de espléndidas casas en la zona litoral de la población. El aumento del número de veraneantes estimuló la implantación de balnearios e instalaciones en las playas trayendo consigo, además, un impulso para la actividad económica y cultural, un ambiente cosmopolita, además de estar la actividad recomendada por sus beneficios medicinales, asociando definitivamente al mar con el ocio y la salud, porque hasta entonces solo se relacionaba con el trabajo duro y las clases humildes.
Es a principios del siglo XX cuando el traje de baño constituye una pieza esencial de esta nueva costumbre, vinculada con la salud y con el ocio, esta prenda regía por normas morales muy estrictas, tanto en diseño. Los cambios de ropa se realizaban en unas casetas instaladas en las playas a tal efecto y equipadas para la ocasión.
Al principio, las casas para los baños de mar eran modestas y provisionales, fabricadas de madera, sin embargo, el aumento de afluencia de turistas hace que se creen nuevas infraestructuras, construyéndose los grandes balnearios de mar que pronto se convirtieron en lugares de encuentro, frecuentados tanto por las clases más altas como por la recién acaudalada burguesía huertana, es estos establecimientos se tomaban los conocidos como ‘baños de ola’ y de agua de mar calientes. En líneas generales consistían un chalet de madera, estilo colonial, inspirado en el ambiente de las playas francesas, edificados a modo pabellones que parecían templos helénicos, destinados a los baños calientes y a restaurante.
Estos complejos contaban con un amplio pabellón flotante, todo de madera, que se montaba y desmontaba cada temporada, construido con vallas de tablones que lo cerraban a ambos lados. El pabellón estaba pintado en blanco y azul, formando una cruz y, como estaba anclado dentro del mar, más bien parecía una embarcación en reposo; en su interior había muchas sillas de enea y algunos asientos de mimbre.
La población contaba a principios del siglo XX con siete balnearios: en la Playa del Arenal -en lo que hoy ocupa el llamado relleno del puerto (la feria)-, los llamados baños de ‘Diana’ y que luego pasaron a llamarse de ‘La Marina’, propiedad de Francisco Albacete Samper, alias ‘el rojo el alpargatero’ (establecimiento que en 1934 se trasladó a la playa del Cura); también en el Arenal donde se instalaban algunas casetas-balnearios familiares de gentes de Murcia, Orihuela, Callosa de Segura, etcétera, anclados con estacas en el fondo arenoso; tres más en el Paseo de Vista Alegre -balneario de ‘La Rosa’, de José Valentí Mas, alias ‘el pato’ y familia; ‘Vista Alegre’, de Ángel Bru y años más tarde de su sobrino Juan Celdrán Bru y sucesores; balneario ‘La Paz’ de Antonio Alarcón Martínez y familia; y el balneario ‘La Unión’, de Manuel Mazón López y familia (Catalina López García y Cirilo Baró Mazón). También se instalaban otros al comienzo de la Playa del Acequión, dentro de la superficie hoy ocupada por el Puerto Deportivo Marina Internacional- que tuvo los nombres de ‘La Concepción’, propiedad de las familias Peral y Atienza, años más tarde, siendo propiedad de Francisco Torregrosa Torres y familia, pasaron a denominarse el ‘El Carmen’; y el balneario de ‘La Pura’, de Miguel Torres López, más a poniente, una vez cruzado el canal. También la playa del Acequión se instalaban casetas las clases más modestas venidas en su mayoría de la vecina población de San Miguel de Salinas, que les servían de habitáculo provisional para pasar todo el verano.
Los balnearios disponían de casetas para baños, separadas las destinadas para caballeros y las de uso para las señoras; por medio de una escalera se daba acceso a las zonas de baño a ambos lados del complejo, separando a los hombres de las mujeres, quedando dos “piscinas” de agua salada. Ponderaba su instalación unas bañeras de mármol para recibir baños de mar calientes, que tan buenos resultados daban para aquellas personas que padecían reumatismo articular y afecciones del sistema nervioso.
Los baños de ola me traen a mi memoria el recuerdo de la canción ‘Vino una ola’ del guapo y el feo de los hermanos Calatrava, que con una letra más o menos cómica presagiaban a mediados de los años sesenta lo que a mucho tiempo después nos tenía que venir.
Crucemos los dedos como dice la letra de ‘Como una Ola’, de Rocío Jurado: “Grabé tu nombre en mi barca, me hice por ti marinero para cruzar los mares surcando los deseos”… ¡de un feliz verano a todos!. F.S. Aniorte