POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
Nuevos momentos de angustia. El náufrago se dejaba conducir por sus salvadores, que desde tierra cobraban la cuerda. Ya apenas distaba de la orilla unos metros. Desde tierra le animaban para que no desfalleciese. Pero el mar estaba implacable: parecía sediento de víctimas. Una ola enorme empujo un madero, que fue a chocar con la cabeza del infeliz marinero, que al golpe abrió los brazos, quedando inerte. No era posible saber si aquel golpe lo había matado; su cuerpo flotaba sostenido por el salvavidas; de la cabeza brotaban gotas de sangres, que manchaban el agua.
Un joven marinero, llamado Ignacio Ferrer Fayos, que se hallaba en el grupo de tierra, sin medir el peligro que representaban el temporal y el estar sembrado todo aquel espacio de maderos que chocaban continua y violentamente, se arrojó al mar sin desnudarse: pretendía salvar a José Bernat, si es que aún vivía. Durante más de media hora luchó denodadamente, sin lograr su propósito. Muchas veces estuvo a pocas brazas del marinero herido, pero otras tantas lo separó el oleaje. Comenzaba a fatigarse. Los de tierra temieron presenciar una nueva tragedia y comenzaron a llamarle imperiosamente, ordenándole que abandonara su temeraria empresa. Aún insistió el joven Ferrer, pero ante las insuperables dificultades que se oponían a su propósito, volvió a la orilla, no sin grandes esfuerzos.
Tres de los que iban en una lancha desaparecieron, otros se salvaron a nado, y los restantes fueron recogidos por los carabineros, que se metieron en la mar con el agua hasta la cintura cuando ya iban a perecer. Dos carabineros estuvieron a punto de ser arrastrados por el mar, víctimas de su arrojo temerario para salvar a los náufragos. Uno de los náufragos hizo las siguientes declaraciones:
“Ya a la vista del puerto experimentamos una avería en la máquina: el cigüeñal del pintón de alza se había roto, quedando el buque sin gobierno; pero la máquina continúo encendida. Entonces comenzamos a pedir auxilio con la sirena. No era fácil que se oyesen nuestros llamamientos; soplaba un viento horrible y contrario. La caldera fue apagada poco después para intentar la reparación de la avería, pero las señales continuaron por medio de faroles, cuyas luces tampoco dejó ver la cerrazón de la noche.
El buque, a todo esto, empujado por el oleaje, dirigíase hacía la playa de Nazaret, y ante el peligro de embarrancar se arrojaron dos anclas. Ocurría esto a las nueve, aproximadamente.
La noche transcurría angustiosamente. Una oscuridad densísima nos envolvía. A la una de la madrugada faltó un ancla de babor. Una ola que nos pareció monstruosa, ladeó el buque y rompió una de las cadenas de dicha ancla. Dos horas más tarde perdíamos la segunda ancla, quedando nuestra embarcación a merced de los enfurecidos elementos.
A las cinco y media una violenta sacudida nos hizo comprender que habíamos embarrancado, y a partir de este momento la confusión se apoderó de todos.
Mis recuerdos de lo ocurrido después apenas los retengo… Se arrió un bote; nos precipitamos en él muchos, no sé cuántos; vimos otra vez la ola grande que nos envolvió por completo; después me encontré en la orilla, entre brazos protectores, que me arrastraban; eran unos carabineros… Y no sé más, ni quiero saber… Bastante de cosas horribles, de sufrimientos inacabables.”
Las olas arrojaron a la playa algunos de los cadáveres de las víctimas de este siniestro.
A las once de la mañana apareció el primero: era Saturnino Dómine Dasí, de 28 años, soltero, natural del Grao y mayordomo del buque. Después apareció el cadáver de Juan Mulet Orts, el capitán que iba embarcado como pasajero; llevaba sólo camiseta y calzoncillos. El tercer cadáver era Vicente Soria Orts, piloto, de 21 años, natural de Benidorm; llevaba sólo camiseta interior. El cuarto cadáver pertenecía a José Bernat, marinero, de 29 años, natural de Cabañal, casado y con dos hijos; ofrecía herida mortal en la cabeza.
Estos cadáveres fueron tendidos en la playa, a donde acudió muchísima gente, y en la que se desarrollaron escenas muy desagradables. La Cruz Roja trasladó aquellos cadáveres en camillas al Grao.
Además de los nombres citados hay que añadir los de otras víctimas: Diego Soria Orts, pinche de cocina y hermano del piloto, de 18 años de edad, de Benidorm; Francisco Cardona, marinero, soltero, de Denia; Miguel de la Asunción, marinero, de 45 años, del Grao; y Vicente Marmitón, de 26 años, del Cañamelar; además de dos víctimas más cuyos nombres se desconocen.
Entre los salvados figuraban: Agustín Galiana López, capitán, de 41 años, casado, con cuatro hijos, domiciliado en Barcelona, y dirigía por primera vez el ‘Villareal’, habiendo ido hasta entonces de piloto; Manuel Montoro Aragó, conocido por el “Polo”, fogonero, de 45 años, casado con cinco hijos, habitante en el barrio de Marino (Cañamelar); Antonio Polit CuestaAntonio Bas Cardona, contramaestre, de 31 años, casado, de Denia.
El ‘Villarreal’ era un barco viejo; había sido construido en Glasgow en 1868; contaba, pues, cuarenta años. Tenía 258 toneladas de carga y 473 de desplazamiento. Su máquina era de una potencia efectiva de 80 caballos.
Había pertenecido esta embarcación, primero a Juan José Sister, que la adquirió por doscientas cuarenta mil pesetas. Pasó después a Jaime Sorolla, luego a la Sociedad Valenciana de Navegación y finalmente a Vicente Catalá Sister, que era su propietario en el momento del naufragio.
En un periódico de la época apareció publicado que estaba en tal mal estado el buque, que hacía poco que la Comandancia de Marina había prohibido su salida hasta que no presentase una certificación pericial que fuera una garantía para sus tripulantes. Certificación que fue presentada en el Lloyd de Marsella, autorizándose la navegación del buque, teniendo este fatal destino.
Procedente de Newcastle, fondeó el 21 de junio de 1908 en Barcelona el vapor inglés ‘Cyrene’, importando 3.630 toneladas de carbón mineral y seis pasajeros: marineros españoles que el cónsul español de Newcastle repatriaba a España. Formaban parte de la tripulación del vapor inglés ‘Blythville’, que había salido el 9 de mayo para Torrevieja con el objeto de cargar mil toneladas de sal para Schields, cuando en las costas de Inglaterra fue embestido otro vapor alemán, cuyo nombre desconocemos, pudiendo dicho vapor salvar a toda la tripulación del buque inglés, yéndose a pique al poco tiempo de acaecer el suceso. El buque naufragado tenía 822 toneladas y lo mandaba el capitán Spencer.
En noviembre de 1908, a causa de un violento temporal, junto a las salinas de San Pedro del Pinatar, se perdió totalmente la lancha ‘Capricho’, de la pareja ‘Abelard y Eloisa’, perteneciente a la matrícula de Torrevieja. Su patrón Tomás Bru, después de grandes esfuerzos pudo ganar la orilla nadando. Perecieron los tripulantes José Cerdán alias ‘el Albatera’ y Antonio Castejón alias ‘el Reboleto’.
(Continuará)
Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 28 de marzo de 2015