POR MARÍA DEL CARMEN CALDERÓN BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CABEZA LA VACA (BADAJOZ).
Fueron mujeres que, ajenas a los dictados de la época, trazaron su propio camino entre la devoción y la independencia.
En los pliegues de la historia medieval, como en un paisaje en penumbra, surgen las beguinas: mujeres que, ajenas a los dictados de la época, trazaron su propio camino entre la devoción y la independencia. Sin órdenes que las ataran ni votos perpetuos que las confinaran, estas almas osadas encontraron una vía intermedia entre el claustro y el matrimonio, dos opciones que para muchas resultaban igual de restrictivas.
Se ha considerado que el movimiento nació en Flandes en el siglo XII, un tiempo de fervor espiritual y de cambios sociales. Mujeres viudas, solteras o quienes simplemente rechazaban las cadenas de una vida predestinada, una vida en matrimonio o en clausura, se agruparon en comunidades autónomas conocidas como beguinajes. Estos eran enclaves peculiares: casitas modestas rodeadas de una iglesia, donde las beguinas rezaban, trabajaban y vivían bajo sus propias reglas, lejos del control directo de la Iglesia.
En los beguinajes, la vida tenía un ritmo propio. Algunas beguinas se dedicaban a labores textiles, sosteniendo así su independencia económica, mientras que otras atendían a los pobres y enfermos en hospitales y leproserías.
La castidad era un ideal, pero no un dogma inquebrantable; podían abandonar la comunidad si decidían casarse. Su estilo de vida, mezcla de lo sagrado y lo laico, despertaba admiración y, como todo lo que desafía el statu quo, pero también suscitaba recelo.
La autonomía de las beguinas irritaba a las autoridades eclesiásticas, que las consideraban difíciles de controlar. Su cercanía a frailes dominicos y franciscanos, así como su inclinación hacia el misticismo, encendió sospechas de herejía y eso que los dominicos eran el alma de la Inquisición y los franciscanos el ideal de pobreza y misticismo personificados.
No ayudaba que figuras como Marguerite Porete, una de sus más ilustres representantes, abogaran por un amor divino sin intermediarios, una idea revolucionaria que le costó ser quemada en la hoguera en 1310.
A pesar de su persecución, las beguinas resistieron. Inspiraron respeto y devoción en figuras como Jacques de Vitry, quien documentó su espiritualidad y buscó reconocimiento oficial para ellas. Pero el Concilio de Vienne en 1311 las declaró heréticas y el papa Clemente V ordenó la disolución de sus comunidades, lo que marcó el declive del movimiento.
Sin embargo, algunas beguinas persistieron hasta tiempos modernos. En el siglo XX, pequeños núcleos aún sobrevivían, pero el movimiento finalmente se extinguió en 2013 con la muerte de Marcella Pattijn, la última beguina conocida, en Bélgica.
Lo más parecido contemporáneamente que podemos encontrar hoy en el orden religioso, -dentro del orden, no fuera de él, dentro de la ortodoxia no caminando paralelamente a ella, aunque beguinas y beatas tuvieran como fin el bien y la caridad, pero de forma independiente-, son las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, orden francesa que en realidad no es una orden sino la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que fundara San Vicente y Santa Luisa de Marillac para atender a los pobres y extender la asistencia benéfica allí donde no llegaban o no querían llegar ni el Estado ni los más poderosos, entre los que hay muy honrosas excepciones en España como es el caso de Catalina de Ribera y Mendoza, nieta del Marqués de Santillana e hija del Adelantado Mayor de Andalucía Pero Afán de Ribera II y de María de Mendoza, hermana del cardenal Mendoza y tía a su vez de otro cardenal Mendoza.
Las Hijas de la Caridad, en su origen, eran una agrupación de mujeres independientemente de su estado civil, que seguían a San Vicente y a Santa Luisa de Marillac, de ahí su similitud con el beguinaje hasta que se reconocen como institución dentro de la Iglesia creada por un religioso y una dama caritativa. No tienen votos perpetuos pero su carrera eclesial tiene noviciado como cualquier orden religiosa, pero no son religiosas regulares, no son monjas sino hermanas, de ahí el “sor” adaptación acústica en español del sustantivo “soeurs” = hermanas; y crearon hospicios, hospitales, colegios, asilos, etc. igualando el nivel social de la ciudadanía y atendiéndola en las necesidades más básicas. Sus colegios de enseñanza primaria y secundaria, -en los que estudian personas independientemente del dinero que sus padres tengan en el bolsillo-, son felicitados por los buenos resultados que obtienen con sus alumnos año tras año.
Por su parte Catalina de Ribera y Mendoza creó una fundación hospitalaria en la que congregó a mujeres que procedían de su situación de viudedad o soltería, siempre pobres; y también recibió la fundación a monjas exclaustradas que abandonaban su regla para aceptar las Constituciones del Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, donde no se admitían a religiosos regulares sino seglares. Con el tiempo las Hijas de la Caridad regentarían esta inigualable institución sanitaria puntera y modélica para el mundo entero en sanidad, medicina, enfermería, farmacia, docencia, trabajo social e incluso prevención de riesgos laborales.
En España tenemos constatada en los padrones municipales mujeres que viven solas, constan en ellos como beatas y son mujeres que al quedar viudas o solteras, deciden no tomar ni hábito ni esponsales, deciden conservar su autonomía y libertad sin atarse de por vida a un matrimonio o a una regla religiosa. Visten de forma característica estas beatas, con manto, parecido al atuendo que supone el hábito de las Hermanas de la Cruz, dejando ver que son mujeres solteras, independientes, que de alguna manera consagran su vida a Dios sin entrar en ningún convento. Vestían como viudas, tocadas por un manto, indicando que se alejaban o separaban del mundo de alguna forma, estando protegidas por el amor a Dios y por el Amor de Dios.
Las beguinas fueron un soplo de libertad en una época de cerrojos. Dejaron una huella indeleble en la historia, un testimonio de que, incluso ante la mayor rigidez, hay quienes se atreven a buscar su propia luz, consagradas a Dios y a las buenas obras sin tener que vivir forzosamente en comunidad ni tener que obedecer a regla alguna.
Las beguinas se sitúan enfrente de la Inquisición y del poder eclesiástico ortodoxamente establecido, suponen una corriente de aire fresco que a algunos causaba pulmonía y deciden erradicar sus prácticas siendo este el caso de Margarita Porete, una mística francesa que abraza el beguinaje y que escribe El espejo de las almas simples, un libro de mística cristiana que se centra en la noción de amor divino, defendiendo que para relacionarse con Dios no son necesarios los intermediarios.
Estaba entonces prescindiendo del clero y el clero era un estamento poderoso y bien arraigadamente sostenido que tenía como arma el Tribunal de la Santa Inquisición, en el que los inquisidores, por la defensa y combate por la Fe, tenían dispensas, gracias e indulgencias plenarias que los exoneraban de cualquier barbaridad que pudiesen cometer, porque la filosofía de El Príncipe de Maquiavelo está presente en la época, era aquello de que el fin justifica los medios, no siendo en realidad así.
Porete se dedicó a leer su libro en público señalándose ante la Inquisición que la quema en la hoguera junto con su libro por haberse negado a renunciar a sus ideales y a retirar el libro de la circulación. El contenido del mismo quedó fijado, en origen, en francés antiguo, en picardo, pero se tradujo a latín y otras lenguas con una amplia difusión. Tenía lenguaje y formato alegórico en diálogo entre personajes distintos como el Amor, la Virtud, el Alma, que recordaba al estilo de amor cortés popular en la época, el cantado por los trovadores, como amor libre, el amor de verdad, hacia la persona amada, lejos del matrimonio concertado al que se sometían las clases altas para la defensa de su patrimonio e intereses, danto testimonio del alto nivel educacional y sofisticación de Margarita Porete.
En conclusión, lo que pretendía Porete era dejar claro que el alma debe dejarlo todo, debe dejar incluso la razón procurando un «alma aniquilada» que era la que lo había abandonado todo excepto el amor a Dios. Una de las características fundamentales del libro es la finalidad práctica pretendiendo enseñar para conseguir esta «simplificación» por medio de imágenes, lo que lo hacía más llamativo o cautivador.
El juicio de Marguerite Porete tuvo un carácter excepcional en el panorama de la mística medieval. Aunque muchas místicas de renombre como Hildegarda de Bingen, Catalina de Siena o Brígida de Suecia defendieron una conexión directa con lo divino, sin la mediación del clero, no fueron objeto de persecuciones semejantes. Porete, sin embargo, rompió barreras que la colocaron en la mira de las autoridades eclesiásticas. Entre ellas, el atrevimiento de escribir su obra El espejo de las almas simples en lengua vernácula en lugar de en latín y su negativa a cesar en la difusión de sus ideas tras recibir órdenes expresas de hacerlo.
La autora afirmaba haber recibido la aprobación de tres destacados eclesiásticos, incluido Godofredo de Fontaines, un maestro en teología muy respetado. A pesar de ello, fue detenida por el inquisidor de Châlons-en-Champagne alrededor de 1308, probablemente después de haber entregado una copia de su libro al obispo local.
En el proceso, liderado por el Gran Inquisidor de Francia, el dominico Guillermo de París, participaron también el franciscano Nicolás de Lira, así como numerosos clérigos, juristas y académicos. Porete fue procesada junto a Guiard de Cressonessart, un bigardo que la defendió inicialmente, aunque finalmente cedió a las presiones y abjuró, recibiendo una condena de prisión. Porete, por el contrario, se mantuvo firme en sus convicciones. Rechazó retractarse, retirar su libro y prestar el juramento exigido por el tribunal. El inquisidor, despectivamente, la llamó «pseudo mujer».
Tras un año y medio de encarcelamiento, tres obispos teólogos dictaminaron su culpabilidad, condena a la hoguera y fue ejecutada en la plaza de Grève de París en 1310. Los cronistas relatan que afrontó su martirio con una calma que impresionó profundamente a los presentes.
Su obra, aunque condenada, sobrevivió. Fragmentos del texto fueron utilizados en el Concilio de Vienne para acusar de herejía a la Hermandad del Libre Espíritu, movimiento con el que Porete fue asociada tras su muerte. La memoria de la autora y su obra sigue siendo un testimonio de la audacia y el desafío intelectual en una época marcada por la vigilancia del pensamiento y la fe tal y como se entendía por la mayoría en la época.
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