BENIGNA BURCIO DE LA CALLE: CABRERA, VAQUERA Y GUISANDERA.
Mar 08 2024

POR SILVESTRE DE LA CALLE GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE GUIJO DE SANTA BÁRBARA (CÁCERES)  

Benigna Burcio de la Calle (1904-1992) representa a la perfección a las antiguas mujeres de nuestros pueblos. Mujeres que, en unos tiempos muy difíciles, lucharon por sacar adelante a su familia trabajando duramente en casa, en el campo y, en muchas ocasiones, también fuera del hogar.

Benigna fue cabrera, vaquera y guisandera o cocinera profesional durante muchas décadas y aunque nació y pasó casi toda su vida en Guijo de Santa Bárbara (Cáceres), su historia es similar a la de otras muchas mujeres españolas de su época.

Benigna Burcio de la Calle nació en Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) el 3 de abril de 1904 siendo hija de Juan Burcio García de Aguilar (1873-1948) y de María Visitación de la Calle Jiménez (1876-1929) importantes vaqueros trashumantes que, aunque naturales y vecinos de Guijo de Santa Bárbara, pasaban la mayor parte del año en Majadas de Tiétar. El matrimonio tuvo en total 10 hijos (Felisa, Fidel, BENIGNA, Faustino, Ángela Custodia, Luisa, Higinio, Marciana, Higinio y Guzmán Lope) de los que sobrevivieron 6, falleciendo cuando aún eran niños Fidel, Higinio, Marciana e Higinio.

Cuando Benigna nació, vivían sus 4 abuelos y 3 de sus bisabuelos, algo verdaderamente singular en aquella época. Sus abuelos paternos eran Higinio Burcio de Arriba (1849-1914) y Quintina García de Aguilar y Jiménez (1894-1914) y sus abuelos maternos eran Lope de la Calle García (1847-1923) y Francisca Jiménez Pobre (1850-1930).

Los bisabuelos de Benigna que aún vivían eran Benito García de Aguilar y Martín (1822-1908), que era el padre de Quintina, y Antonio Marcos de la Calle Rosado (1825-1914) y María Asunción García de Aguilar y Martín (1825-1907). Pertenecía Benigna a las familias más antiguas e ilustres del pueblo.

Los Burcio, los Martín y los de Arriba junto con el linaje de los Castañares al que también pertenecía Benigna, eran los más antiguos del pueblo estando ya documentados en los archivos parroquiales en el siglo XVII, figurando en los libros de difuntos como gente que se enterraba dentro de la iglesia en la Nave de los treinta reales o lo que es lo mismo en la zona reservada a los ricos.

Los De la Calle llegaron desde Palacios de Becedas (Ávila) en 1744 siendo ya entonces una familia acomodada pero que poco más de un siglo se convirtieron en la familia más poderosa del pueblo siendo propietarios de infinidad de fincas y de un gran número de cabezas de ganado. Los de la Calle se unieron a los célebres Rosado, llegados de Casas de Millán (Cáceres).

Del mismo pueblo llegaron en 1784 los poderosos Ovejero que se unieron a los Jiménez y a los Del Toro, dando lugar a un poderoso linaje que se uniría a los Canalejo de Lancharejo (Ávila) siendo a mediados del siglo XIX una de las familias más poderosas del pueblo.

Los García de Aguilar, originarios de la villa de Cuacos, hoy Cuacos de Yuste, llegaron a Guijo en 1819 acompañando a Fray Pedro Merchán Vidal, religioso franciscano del convento de Santo Domingo de Guzmán de Jarandilla de la Vera y que se hizo cargo de la parroquia de Guijo de Santa Bárbara entre 1819 y 1858 con la ayuda del sacristán José García de Aguilar y Domínguez, tatarabuelo de Benigna. El cargo de sacristán, aunque ya con otro sacerdote, lo heredó Benito García de Aguilar y Martín.

José García de Aguilar fue propietario de las fincas de Los Guatechos, las Umbrías y la Lanchuela que sumaban casi 1000 hectáreas del término municipal de Guijo de Santa Bárbara, el cual apenas supera las 3500 hectáreas. Conocido ya el augusto origen de Benigna Burcio de la Calle, hablemos de su infancia.

Como quedó dicho, Juan y Visitación eran un matrimonio rico dedicados fundamentalmente a la cría de excelentes vacas Negras, muy semejantes a las actuales Avileñas aunque ligeramente más pequeñas. Vendían terneros para carne y también añojas y eralas para vida llegando algunos años a vender hasta 40 eralas.

Como dijimos al comienzo, Juan y Visitación tuvieron en total 10 hijos entre 1899 y 1917 lo que suponía un nacimiento cada menos de 2 años por lo que Visitación estaba siempre embaraza o dando de mamar a algún niño y cuidando a los demás, lo que suponía un gran trabajo.

Por ello, sus padres Lope y Francisca, se ofrecieron a ayudarles criando ellos a alguno de los hijos para que, por lado, Juan y Visitación estuviesen más desahogados y, por otro lado, la criatura que viviese con ellos les diese compañía. Fue Benigna la que quedó al cuidado de los abuelos en el pueblo, mientras que Juan y Visitación vivían con el resto de hijos en Majadas aunque cuando iba a nacer una criatura y durante los meses de verano, siempre regresaban al pueblo.

Benigna tuvo una infancia muy feliz con sus abuelos, sus primas, sus amigas, teniendo la posibilidad de asistir diariamente a la escuela convirtiéndose en una mujer sumamente culta que desde bien joven fue una gran aficionada a la lectura siendo Santa Teresa de Jesús una de sus autoras favoritas.

No era nada habitual en aquellos tiempos que una joven de un pequeño pueblo extremeño fuese tan aficionada a la lectura pero el caso de Benigna era especial pues en su familia siempre habían sido muy cultos. No en vano, su tatarabuelo y su bisabuelo fueron sacristanes y por lo tanto sabían leer y escribir perfectamente, dominaban el Latín y tenían conocimientos de música además de ser grandes aficionados a la lectura de obras piadosas.

Naturalmente, Benigna visitaba a sus abuelos paternos Higinio y Quintina y a su bisabuelo Antonio. Los tres fallecieron cuando cumplió 10 años. Desde ese momento, Benigna vivió dedicada en cuerpo y alma a ayudar y cuidar a sus abuelos Lope y Francisca, «los abuelitos» como ella siempre día.

Cuando su abuelo Lope falleció en 1923, Benigna fue a pasar una temporada con sus padres a Majadas de Tiétar y fue allí donde conoció a Plácido León Cáceres, natural de la vecina localidad de Casatejada, contrayendo matrimonio con él el 1 de abril de 1925. Lamentablemente, el matrimonio duró pocos meses y al quedar viuda Benigna casó en segundas nupcias con Constantino Hidalgo del Monte (1896-1966) natural de Navalmoral de la Mata.

Constantino y Benigna fijaron su residencia en Navalmoral de la Mata donde nacieron sus hijos Visitación (n.1929) y José Luis (1931-2011). La familia residía muy cerca del Colegio de las Hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos al que Visitación comenzó a ir cuando contaba con tan sólo 4 años dada la buena relación que Benigna mantenían con las Religiosas del Colegio.

Constantino era carnicero, comprando cabras, ovejas, cabritos y corderos a los ganaderos de la zona para luego sacrificarlos y vender la carne en la carnicería. En aquella época, la carne fresca más consumida en Navalmoral de la Mata y en otros muchos lugares de España era la de caprino y ovino.

Esto se debía fundamentalmente a que al no existir sistemas de refrigeración, era mucho más fácil consumir la carne de animales pequeños antes de que se echase a perder que la animales grandes como porcinos o vacunos. Además de eso, las cabras y ovejas podían sobrevivir en zonas montañosas y pobres donde otros animales mayores no podían criarse. Mientras que Constantino se encargaba de la compra y sacrificio de los animales y de la venta de la carne, Benigna se encargaba de la limpieza, de las labores domésticas y del cuidado de los niños.

En 1936, al estallar la Guerra Civil, muchas familias abandonaron Navalmoral por miedo y se establecieron en las dehesas cercanas. Constantino, Benigna y sus hijos se instalaron en la dehesa de El Fondón, donde Fernando Hidalgo del Monte, hermano de Constantino, tenía sus ovejas.

Sin embargo cuando el 16 de febrero de 1937 Navalmoral de la Mata sufrió un terrible bombardeo, Constantino y Benigna decidieron trasladarse a Guijo de Santa Bárbara donde tenían casas y fincas suficientes para llevar una vida tranquilla. Aunque podían haberse dedicado sencillamente a la ganadería y la agricultura como la inmensa mayoría de los vecinos del pueblo, Constantino y Benigna decidieron montar una carnicería como la que tenían en Navalmoral pero esta vez criando sus propias cabras para vender en la carnicería carne de cabra y cabrito, comprando animales a otros cabreros cuando fuese necesario.

Se trataba de cabras conocidas en aquella época como «cabras del país» por ser las que se habían sido criadas tradicionalmente en la zona y que eran muy similares a las actuales cabras Veratas aunque de menor tamaño y formas más recogidas.

Como Constantino tenía que estar en la carnicería, decidió contratar un cabrero para que se hiciese cargo del cuidado, pastoreo y careo de las cabras. Durante varios años trabajó con él Tío Miguelato que cuidaba maravillosamente de las cabras, las cuales pastaban fundamentalmente en el Coto Municipal y en la parte baja de la Dehesa Sierra de Jaranda.

Al contrario que otras familias de cabreros, Constantino y Benigna vivían todo el año en el pueblo y no se trasladaban a vivir a las chozas de la sierra durante los meses de verano. Sólo en primavera, se trasladaban a la finca de La Serraílla, en el término municipal de Jarandilla, donde vivían en una casilla junto al corral de las cabras.

Desde La Serraílla, Constantino podía subir todos los días al pueblo para atender la carnicería y Visitación y José Luis podían subir también para asistir a la escuela, cosa a la que tanto Constantino como Benigna daban mucha importancia.

Además de la venta de carne de cabra y cabritos, con la leche obtenida de las cabras, Benigna elaboraba queso para venderlo en el pueblo, donde tenía una gran demanda.

Algunos años, Constantino y Benigna se trasladaron con las cabras a Majadas de Tiétar durante la primavera donde seguían vendiendo la carne de las cabras que Constantino sacrificaba así como la leche, el queso y hasta el suero sobrante de la elaboración del queso que era muy apreciado para elaborar sopas y gachas.

Al terminar la primavera, regresaban nuevamente a Guijo de Santa Bárbara. Tanto en la bajada como en la subida, debían cruzar el río Tiétar con las cabras para lo cual tenían que utilizar una barca.

Con el paso del tiempo, Constantino cambió el sistema de manejo y tuvo las cabras a medias con Cipriano Sánchez. Mientras que Constantino se seguía encargando de la carnicería, Cipriano se encargaba del cuidado de las cabras y su esposa Eduarda ayudaba a Visitación a lavar el vientre de las cabras en el cauce de Buenos Ajos. Posteriormente, Benigna separaba los callos para venderlos y utilizaba las tripas para embutir las morcillas frescas que también se vendían en la carnicería y tenían una grandísima demanda.

Al ir envejeciendo, Constantino tomó la decisión de vender las cabras y cerrar la carnicería para llevar una vida más tranquila. Como tenían numerosas fincas, entre ellas varios prados, heredadas de los padres de Benigna, compraron vacas lecheras de raza Frisona, conocidas en Guijo de Santa Bárbara como Suizas.

Habían sido introducidas en el pueblo en 1933 por Ángel de la Calle Jiménez y su esposa Justina Vicente Burcio, prima hermana de Benigna, pero la mayoría de los ganaderos se mostraron reacios durante años a mantener tales vacas por pensar que no se adaptarían a vivir en el pueblo, pero viendo que sí lo hacían y que además eran muy productivas, pronto hubo muchos vaqueros e incluso cabreros como Constantino que apostaron por su crianza.

Estas vacas presentaban ciertas ventajas e inconvenientes con respecto a las Avileñas o Negras autóctonas del pueblo y que eran las que desde tiempo inmemorial criaron los antepasados de Benigna.

Eran más dóciles y fáciles de maneja y daban mucha más leche aunque de peor calidad. Entre los principales inconvenientes estaban la menor rusticidad, las mayores necesidades alimenticias y la peor calidad de los terneros.

Constantino y Benigna vendían los terneros para carne y las terneras, dependiendo de lo buenas que fuesen, para carne o para vida.

Sin embargo, el principal ingreso procedía de la venta de leche al principio a los vecinos del pueblo y luego a los lecheros primero y a la central lechera después.

Además, parte de la leche se destinaba al consumo familiar tanto fresca como transformada en queso, aunque en Guijo de Santa Bárbara el queso de vaca Suiza fue siempre menos valorado que el de vaca Negra y mucho menos que el de cabra. Benigna elabora también para el consumo familiar una deliciosa mantequilla batiendo la nata obtenida tras dejar en reposo durante toda noche la leche cruda del ordeño de la tarde. Además del ganado «de producción», la familia siempre tuvo gallinas para abastecerse de huevos y pollos y engordó cochinos para la matanza. En Guijo de Santa Bárbara como en muchos otros pueblos, el cuidado de estos animales era realizado siempre por las mujeres.

Benigna, como todas las mujeres, madrugaba para encender la lumbre y poner el caldero con agua a la lumbre para preparar el brebajo para el cochino. En el caldero, se cocía patatas «menúas» (pequeñas) y «mondajas» (pieles de las patatas), añadiendo también unos puñados de centeno en grano, que podía cocerse a parte un puchero de barro. Cuando todo estaba cocido, se aplastaba o «estripaba» bien y en el propio caldero o en un cubo se llevaba a la cuadra para echarlo en el «camellón» o pila de piedra para que se lo comiese el cochino.

Mientras el cochino comía, Benigna limpiaba la cuadra. Después llevaba al cochino al denominado Corral de los cochinos, cercado situado a las afueras del pueblo donde permanecían los cerdos de los vecinos todo el día. Por la tarde, les abrían la puerta y cada uno regresaba a su cuadra.

Había que volver a echarle de comer nuevamente brebajo o sobras de la comida, suero del queso, panizos (maíz), harina de cebada… Cuando llegaba el invierno y el cochino estaba bien gordo, se hacía la matanza que suponía una fiesta para la familia pero que para las mujeres de la casa era un gran trabajo. Benigna tenía fama de hacer los mejores embutidos de Guijo de Santa Bárbara siguiendo antiquísimas recetas familiares transmitidas de generación en generación. Los chorizos, morcillas de calabaza y chofes que se elaboraban en su casa, entre otros muchos embutidos, eran realmente exquisitos.

Respecto a las gallinas, aunque daban menos trabajo, necesitaban también atenciones y cuidados. Había que abrirlas, echarlas de comer, limpiar el gallinero, recoger los huevos, encerrarlas por la noche….

Antiguamente se tenían sueltas por la calle durante el día pero posteriormente se tenían en cercados o granjas.

Si los hombres se preocupaban poco o nada de los cochinos, menos aún se preocupaban de las gallinas. Por supuesto, además de todo lo dicho, Benigna se hacía cargo de las labores domésticas, ayudada por su hija Visitación. Esas labores que hoy nos parecen sencillas, en épocas pasadas eran muy duras. Había que ir a por agua a la fuente, cocinar en la lumbre, barrer con escobas de mijo, fregar los suelos con cepillo y sosa, lavar la ropa en el pilón… Benigna nació y vivió en una familia profundamente cristiana por lo que era una mujer muy religiosa que no faltaba nunca a la Misa del Domingo siendo gran devota de Nuestra Señora de las Angustias.

Durante muchísimos años fue la encargada de vestir a la Virgen cada vez que era sacada de la ermita no permitiendo ser ayudada jamás por hombre alguno sino que únicamente podían estar presentes mujeres que siguieran sus directrices. Hasta aquí, todo lo dicho de Benigna es la vida normal de una mujer de cualquier pueblo español de los años 30, 40, 50… Una mujer que trabajaba en casa y que ayudaba a su marido con el ganado siempre que era necesario, religiosa… Pero lo singular de Benigna, además de ser una mujer muy aficionada a la lectura, es que trabajaba además fuera de casa pues era guisandera o cocinera.

Durante 5 décadas, entre 1937 y 1987, Benigna se dedicó a cocinar en las bodas que se celebraban en el pueblo y a hacer dulces para festejos como el convite de los mayordomos de Santa Bárbara.

Era especialista en preparar exquisitas calderetas de cabra y de choto (ternero), migas y dulces de sartén como las flores guijeñas o los buñuelos. Naturalmente, cocinaba también en casa preparando suculentos platos con ingredientes sumamente sencillos como las patatas.

El 27 de noviembre de 1966 murió Constantino. Su pérdida, tras casi 40 años de matrimonio, fue dura para Benigna pero fiel carácter de mujer luchadora, no dejó que ese hecho supusiese el fin de su vida independiente como hacían otras muchas mujeres de la época que al quedarse viudas se iban a vivir con los hijos, sino que siguió viviendo en su casa haciéndose cargo de sus gallinas y cocinando en los eventos para los que era contratada, pidiendo ayuda a sus hijos cuando era necesario.

No todo en la vida de Benigna fue trabajar sino que también sacaba un ratito para sus principales pasiones: la lectura y pasar tiempo con la familia. Le encantaba pasar tiempo con sus primas Justina Vicente Burcio y con las hermanas Marcelina, Dolores, Angelines y Asunción García de la Calle. Cuando se juntaban todas estas mujeres, las risas y la juerga estaban aseguradas.

Siendo ya viuda, Benigna solía marcharse largas temporadas, a veces incluso toda la primavera, con su hijo Pepe a la Dehesa de Macarra, en término municipal de Toril, donde él tenía sus vacas. Para Benigna, las vacas tenían un significado especial pues, aunque ella no se había dedicado a las vacas Negras, todos sus antepasados lo habían hecho y el que su hijo las tuviese, suponía un gran orgullo para ella.

Cuando ya no podía ir debido a su avanzada edad, Benigna se quedaba en el pueblo y el día de San Juan, cuando las vacas de todos los ganaderos regresaban de la dehesa, Benigna salía a recibirlas con gran alegría y a recibir también a su hijo. Cuando estaba en el pueblo, a Benigna le encantaba ir a la finca del Risco La Guija para ayudar a sus hijos en todo tipo de tareas. En ese aspecto, Benigna fue también una mujer bastante moderna para su época, pues la mayoría de las mujeres mayores permanecían en casa cuando la familia iba a trabajar al campo, encargándose, si podían de hacer la comida o de cuidar a los nietos.

Benigna disfrutaba ayudando a sus hijos en el campo y le gustaba especialmente ir a recoger las «achufaufas» (azufaifas) pues fue ella la que, al regresar de Navalmoral a Guijo en 1937, se trajo un ejemplar de este árbol procedente de los que crecían en el Colegio de las Monjas. Durante décadas, fue el único azufaifo de Guijo de Santa Bárbara.

Sus últimos años, los pasó disfrutando de sus dos hijos y sus seis nietos, llegando a conocer a 6 bisnietos. Lamentablemente, los últimos 3 años de su vida los pasó bastante delicada de salud aunque en todo momento contó con los cuidados de sus hijos y nietos. Falleció el 6 de julio de 1992 a los 88 años de edad.

A modo de epílogo

Benigna Burcio de la Calle fue una mujer trabajadora, luchadora y, en ciertos aspectos, adelantada a su tiempo. Es recordada con gran cariño por sus familiares y todos los que la conocieron, alabando sobre todo sus exquisitos guisos.

Aunque conocí a Benigna Burcio de la Calle, iba a cumplir 4 años cuando ella falleció pero pasé muchos ratos junto a ella porque, con grandísimo orgullo, puedo decir que Benigna era mi BISABUELA. Siempre he oído hablar mucho a mi abuela Visitación Hidalgo Burcio y a mi padre Alonso de la Calle Hidalgo hablar de la abuela Benigna y gracias a eso puedo escribir hoy su historia.

Animo con este artículo a todos los lectores, que escuchen a sus padres y abuelos y escriban, de la mejor manera que sepan, las historias de sus antepasados para que no caigan en el olvido.

FUENTE: https://elcuadernodesilvestre.blogspot.com/2024/03/benigna-burcio-de-la-calle-cabrera.html

 

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