POR GOVERT WESTERVELD, CRONISTA OFICIAL DE BLANCA (MURCIA).
La responsabilidad y la solidaridad son dos valores importantes para una sociedad fuerte, pero con eso no es suficiente. Una sociedad fuerte no prospera en un terreno baldío. Hay más que nos une y nos da el sentimiento de pertenecer unos a otros que el hecho fortuito de vivir en el mismo pueblo. La sociedad fuerte surge cuando las personas sienten que forman parte de una comunidad unida, donde incluso aquellos con ideas diferentes también están protegidos y se sienten en casa. La insatisfacción de nuestros tiempos en las grandes ciudades es sobre todo un clamor por más solidaridad y sentido de comunidad.
Los habitantes de los pueblos valoran su idioma, cultura, religiones, historia, folclore y tradiciones. Estos elementos conforman su identidad y dan significado y color a la vida cotidiana. Sus valores y normas son las lecciones de vida de sus ancestros, que hacen posible una convivencia pacífica en una sociedad abierta y democrática. Esto no es un anhelo por el pasado, sino una base sólida para un futuro en común.
Blanca tiene una larga tradición de una sociedad civil fuertemente organizada, formada por ciudadanos testarudos e ingeniosos. Desde los habitantes originales en la Edad Media hasta las numerosas pequeñas empresas en el siglo veinte. Los blanqueños no esperan a que el gobierno les diga qué hacer ni que el mercado les ofrezca algo, sino que satisfacen juntos necesidades o intereses compartidos. Un buen ejemplo de esto fue Blanca alrededor de 1600, con alrededor de 1000 habitantes sin depender de otros pueblos.
Hace unos años, se publicó una edición de liberación del periódico «Trouw», uno de los periódicos de la resistencia holandesa más famosos de los años de guerra entre 1940-1945 contra Alemania. Este periódico trataba del enemigo cuyas formas visibles de ocupación se habían retirado de los Países Bajos, pero que aún quedaba como enemigo – el difícil erradicable enemigo de la tentación del control totalitario sobre nuestra sociedad. Del periodo de ocupación, podemos aprender de la nota «nunca más». Estas palabras «nunca más» nos las metieron a martillazos en la cabeza . Yo crecí con ello. Nacido justo después de la Segunda Guerra Mundial y varios años después de la ocupación alemana, estuve con bastante frecuencia en compañía de amigos de mi padre que él conocía de la Resistencia. A la tierna edad de 10 años, el «¡nunca más! en casa y en la escuela. Mi padre siempre hablaba del Dr. Mengele y yo aprendí mucho de estas lecciones de historia. Pero todos estos recuerdos se han borrado por todas partes. En el mes de noviembre de 1957, la escuela primaria nos obligó a guardar un minuto de silencio tras la invasión rusa de Hungría. Y ahora uno puede preguntarse, pero ¿por qué está escribiendo todo eso? Pues bien, conoced vuestra historia y las hazañas heroicas de vuestros antepasados, porque conocimiento es poder.
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