POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Antes se llamaban bombas sucias a las atómicas que dejaban residuos radiactivos, ahora se llama a las armas químicas de dispersión radiológica; éstas, más que destrucción masiva, causan pánico, pupa, menoscabo social y diarreas sin fin; son fáciles de fabricar y baratas para manitas sin escrúpulos. Sin salir de Oviedo, bastaría con acudir a las llamadas fuentes huérfanas, o sea, el mercado negro, el Fontán alternativo, y hacerse con cualquiera de estos ingredientes: cobalto-60, selenio-75, estroncio-90, cesio-137, iterbio-169, salchicha, tulio-170, iridio-192, polonio-210, radio-226, plutonio-238 y 239, americio-241, curio-244 y californio-252; brochetas de estos isótopos, con una reducción de vinagre y chile jalapeño, a un euro, servidos a la salida de misa de doce, y arman la de Dios es Cristo. Es sabido que a los hombres se conquista por el estómago.
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