BOTICAS Y BOTICARIOS EN EL ECUADOR DEL SIGLO XX EN CARAVACA
Ene 15 2017

POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE CARAVACA (MURCIA)

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En el ecuador del S. XX, época a la que habitualmente me refiero como “la víspera de nuestro tiempo”, eran cinco las farmacias que atendían las necesidades sanitarias de Caravaca, todas ellas, a excepción de una, ubicadas en la C. Mayor, principal vía comercial y de servicios entonces, desplazada años después por la Gran Vía. La presencia de las farmacias en la calle la delataba el aroma que de cada una de ellas emanaba pues, a diferencia de hoy, en que las boticas son tiendas de medicamentos, todos ellos envasados asépticamente, la preparación de ciertos fármacos en el laboratorio, en base a fórmulas magistrales que requerían el empleo de sustancias químicas, almacenadas en artísticas colecciones de botes de cerámica dispuestos en no menos artísticas estanterías, motivaba la exhalación de aromas inconfundibles que conferían a la farmacia su seña de identidad principal, sin necesidad de anuncio alguno en el exterior de la misma. A la preparación de medicamentos en el laboratorio hay que añadir la oferta de productos a granel que también tenían sus propios e inconfundibles aromas y que, todos juntos, propiciaban que no fuera necesario anunciar su presencia en la calle pues el cliente podía orientarse y llegar a ellas sólo por los aromas que desde ellas se desprendían. Los cuales no eran ni buenos ni malos, sino simplemente “olor a farmacia”.

La ruta de las farmacias en la época referida comenzaba en la confluencia de las antiguas calles del Colegio y Mayor, donde se ubicaba la de D. Pedro Antonio López (única que permanece en su lugar actualmente, regentada por su nieta Rosario López Salueña). D. Pedro Antonio compró la farmacia en los primeros años del S. XX al farmacéutico D. Ricardo Torres Escriña, quien al ganar las oposiciones a farmacéutico militar hubo de marchar a Cartagena. Durante muchos años trabajaron en ella como mancebos dos eficaces y populares personajes, tan conocidos o incluso más que el propio boticario: Javier López y Pedro Guerrero (también conocido como “Pedro el practicante”), a quienes la práctica continuada de su profesión les confería la confianza de los pacientes que, sin pasar por el médico, acudían a sus consejos en la seguridad de estar bien atendidos.

La farmacia de D. Pedro Antonio, junto a la tienda de Nieto y cercana a las consultas de los médicos D. Ángel Martín, D. Faustino Picazo y D. José Juan Parras, fue heredada por uno de los hijos de aquel: Pascual Adolfo López Moya, cuyas facultades artísticas motivaron el cambio de aspecto del establecimiento, el cual aún conserva sus aportaciones personales creativas, así como la antigua pintura mural que decora el techo desde los orígenes del mismo, en tiempos de Torres Escriña.

Pocos metros adelante, siguiendo la numeración de la C. Mayor y haciendo esquina con la del Pilar abría la farmacia de D. Dionisio López Sánchez- Cortés, quien se titulaba como Inspector Farmacéutico Municipal y que adquirió A D. Pedro Rodríguez Martínez (hermano del Rector Rodríguez, capellán del rey Alfonso XIII, con calle dedicada en el barrio del Egido), quien tuvo como mancebo a su hermano Pedro (“Perico Peta”). Don Dionisio, a su vez, tuvo como mancebo a Jesús Sánchez Asturiano (Jesús “el practicante”, otro de los iconos de referencia en la sanidad local), heredando la farmacia con el tiempo su hijo Joaquín López Battú, quien la trasladó a la Gran Vía, donde hoy la regentan sus hijos Joaquín y Pura.

En el último tramo peatonal de la C. Mayor, frente a la confitería de Cecilio y la perfumería de La Papirusa, abría la farmacia de D. Luís Sánchez Caparrós, en bajo de la casa de Las Rosellas (su suegra y su esposa). Fue hombre muy implicado en la vida social y cultural de la ciudad y, durante años, le ayudaron como mancebos Carlos Martínez (Carlos “el de la farmacia”) y Lola Celdrán, con quien contrajo matrimonio tras enviudar de su primera mujer. Heredó la farmacia su sobrino Luís Sáez Sánchez, quien también trasladó con los años, su ubicación urbana a la Gran Vía, con nuevos mancebos como Segunda y Antonio Zarco. En la actualidad la regenta el hijo del último, licenciado del mismo nombre.

Al final de la C. del pintor Rafael Tejeo, cuando ésta se encuentra con Maruja Garrido, abría, en establecimiento de muy reducidas dimensiones, la farmacia de D. Orencio Bravo Martínez-Carrasco, junto a la talabartería de “Juanico” y el dispensario del Agua del Cantalar. La botica, que nunca contó con mancebo alguno en la historia de la misma, cambió su ubicación con el tiempo, enfrente, al chaflán donde hoy abre “Capricho”, hasta heredarla el sobrino de aquel Antonio Caparrós Bravo, quien la regenta en la actualidad en la C. Junquico, frente al ambulatorio de la Seguridad Social.

Alejada de la ruta convencional de las farmacias locales abría la “Botica de las columnas”, propiedad de D. Cayetano Laborda Rodríguez, en la confluencia de las calles Canalejas y Poeta Ibáñez, así denominada por la columna que hacía de parteluz a la entrada y las dos empotradas, a manera de jambas, en el acceso. Tampoco D. Cayetano necesitó ayuda nunca de mancebo alguno, siendo asistido ocasionalmente por sus hermanas Elena y Mercedes. Con el tiempo la heredó su sobrino Francisco Lloret, con quien el establecimiento desapareció del espectro urbano local.

Todas las farmacias referidas contaban con la pieza doméstica denominada “rebotica” a la que tanto se refiere la literatura novelesca decimonónica, donde tenían lugar amenas tertulias de amistades del boticario, sobre todo durante las largas noches de guardia, e incluso recibían clases particulares de Química, estudiantes del Colegio Cervantes, donde durante años impartió enseñanza D. Cayetano Laborda.

Durante las vigilias de guardia a que acabo de referirme, la farmacia con sus puertas siempre abiertas, servía de refugio improvisado a trabajadores que ejercían su profesión a lo largo de la noche, como serenos, guardias civiles de ronda y guardias municipales de servicio, tanto en verano como en invierno, huyendo de la lluvia, el frío y la nieve, antes que la inseguridad nocturna obligara a tomar las medidas de precaución ahora en vigor.

Por lo prolongado y continuado de su horario de apertura, sobre todo el nocturno, y por la bondad y generosidad de sus propietarios, la farmacia fue siempre lugar de referencia y también de acogida, día y noche, y no sólo para quienes demandaban algún tipo de medicamento con mayor o menor urgencia, sino para quienes necesitaron guarecerse de los elementos atmosféricos, y también para quienes necesitaban de la conversación o la compañía como herramientas para combatir la soledad o la depresión.

De otras farmacias, y otros farmacéuticos hay referencia en la prensa local de los comienzos del S. XX, pero de unas y otros no queda recuerdo entre las actuales generaciones. En la actualidad, como se sabe, al número de cinco establecimientos farmacéuticos que durante muchos años hubo, se suman otros dos, en las inmediaciones de la Plaza de los Toros y en la Glorieta respectivamente.

Fuente: https://elnoroestedigital.com/

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