POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA.
Muchas localidades anhelan alzarse como capital de la Alcarria. Sin embargo, muy pocas de ellas pueden considerarse el jardín de esta comarca. De hecho, sólo hay una que ostenta dicho título. Hablamos de Brihuega, uno de los pocos enclaves donde naturaleza e historia se entrelazan para convertirse en un solo elemento. “La villa está situada en un paisaje alcarreño muy característico. Se tiende en la ladera sur del páramo que baja desde el altiplano hasta el valle del Tajuña”, describe el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado, en el libro «Brihuega, la roca del Tajuña».
“Para quien llega desde Torija, desde la altura, la villa briocense se muestra hundida y abrigada al fondo del valle. Pero cuando se viene por el río, el enclave se alza sobre la roca bermeja, en alto y victoriosa”, describe Herrera Casado. Pero la riqueza de este municipio no se queda en su estampa. Todavía es más importante su historia, que se remonta a la noche de los tiempos…
Hay quien data sus orígenes en el periodo celtíbero, momento en el que se fundó una necrópolis existente en las cercanías de la localidad. “Puede considerarse que estos elementos se colocaron entre los siglos V al III a. C. y que se constituyeron como los inicios de un poblamiento sobre el Tajuña en el mismo lugar que hoy ocupa el pueblo”, explican los historiadores. Asimismo, se han hallado vestigios posteriores, por ejemplo, de la etapa imperial.
Además, en la época árabe se produjo uno de los episodios más curiosos del pasado brihuego. En 1071, el príncipe Alfonso de Castilla, huido de la Corte, fue acogido por el rey de la Taifa toledana Al–Mamún, estableciéndose en el castillo de Peña Bermeja, junto a los nobles y soldados que le acompañaron en su hégira. “Durante nueve meses permaneció en esta fortaleza y, de allí, partió nuevamente a la Castilla cristiana, desde cuyo trono [al que subió en 1072] culminó una de las campañas más victoriosas del avance frente a los árabes, tomando en 1085 las ciudades de Toledo, Madrid y Guadalajara”.
Durante el dominio castellano, el Jardín de la Alcarria fue propiedad arzobispal. “La importancia de la villa se multiplicó en el siglo XIII. Por su estratégica situación sobre el valle del Tajuña y por la bondad de sus condiciones ambientales, creció en habitantes y en importancia social”, asegura Antonio Herrera. En este contexto, en 1215, “un privilegio de Enrique I supuso la creación de la primera feria briocense, que en centurias posteriores fue engrandeciéndose hasta llegar a ser una de las más prósperas del reino”.
En esos mismos años fue señor del lugar el prelado Rodrigo Ximénez de Rada, cuyo mandato se prolongó ente 1210 y 1247. Poco antes del fin de su gobierno se concedió a la villa un Fuero que estimuló su ascenso geopolítico. “Uno de los motores de ese crecimiento fue la instalación de numerosos talleres de hilados y curtidos, lo que hizo verdaderamente multisecular la tradición productora de paños en la localidad”, explica Herrera casado.
Una relevancia que se mantuvo a lo largo de los siglos. Incluso, se profundizó en el XVIII con la instalación de la Real Fábrica de Paños. “Se inició en régimen de explotación directa por la Hacienda Real, pasando en 1757 a establecerse mediante contrato de cesión de la explotación a los llamados Cinco Gremios Mayores”, explican los historiadores. Sin embargo, esta compañía quedó maltrecha económicamente, por lo que 10 años más tarde, en 1767, el gobierno regio volvió a tomar los mandos de la factoría.
Los trabajos continuaron e, incluso, se incrementó la demanda, por lo que en 1775 se ampliaron las instalaciones. Se construyeron diversos espacios, entre los que destacó el famoso edificio semicircular –conocido como «rotonda»–, con el fin de albergar telares y maquinarias. Tras la contienda de Independencia, acaecida a inicios del XIX, esta planta productiva sufrió una crisis, sobreviviendo lánguidamente hasta 1840.
En ese mismo año, las instalaciones se vendieron a Justo Hernández Pareja, quien las restauró y las puso en marcha nuevamente, “dedicándolas –a nivel privado– a la producción de pañolería y mantones de paño”. De esta época datan sus conocidos jardines, edificados en los patios meridionales del complejo y que destacaron por su estilo romántico.
Pero no todo fue historia industrial en la localidad. Las cercanías de Brihuega también se convirtieron en el escenario de diversos enfrentamientos bélicos. Uno de los más conocidos tuvo lugar el 9 y el 10 de diciembre de 1710, en el marco de la Guerra de Sucesión. Dos centurias más tarde, en 1937, se desarrolló otra batalla en la comarca. Chocaron las tropas italianas y las de la Segunda República, ganando los ejércitos democráticos.
La relevancia arquitectónica
Este luengo pasado también dejó huella en la población, a través de un importante conjunto monumental. El edificio más destacado es el castillo, levantado entre los siglos XI y XIII. “Fue construido, en un principio, por los musulmanes, y más adelante ampliado y modificado por los cristianos, especialmente por los señores de la villa –los arzobispos toledanos–, que lo utilizaron como lugar de residencia y de importantes reuniones diplomáticas”, subraya Antonio Herrera Casado. “La fortaleza fue abandonada por los prelados desde el siglo XVI; seriamente dañada durante la Guerra de Sucesión en 1710; y, al final, destruida casi al completo por los franceses en su estancia por la Alcarria durante el conflicto de la Independencia”.
Asimismo, se han de mencionar las murallas, también de origen árabe. “Su longitud era de, aproximadamente, 1.750 metros, teniendo una anchura media de dos metros y una altura de unos cinco. Los materiales eran de piedra caliza y de argamasa: una mampostería muy basta, pero enormemente consistente”, explican los expertos. La mencionada infraestructura tuvo cinco puertas, las de la Cadena, San Miguel, San Felipe, el Pacho y la del Cozagón. Ésta última “fue, durante siglos, la más señalada entrada a la villa. Permitía el acceso desde el sur, desde el camino de Toledo”.
Pero el caminante también tendrá la oportunidad de recorrer otros ejemplos patrimoniales. Entre ellos, la parroquia de Santa María de la Peña, que comenzó a levantarse en el siglo XIII; la iglesia de San Miguel, de estilo románico de transición; o el templo de San Felipe, también del siglo XIII. Todo ello sin olvidar la arquitectura civil e industrial, entre el que destaca la ya mencionada Real Fábrica de Paños, edificada durante el siglo XVIII.
Por tanto, el patrimonio, la historia y la naturaleza se entrelazan en la Roca del Tajuña, una villa castellana que se asoma a uno de los valles alcarreños más singulares. En consecuencia, esta localidad colmará las exigencias de los caminantes más exigentes, ya que –al mismo tiempo– ofrece cultura, medio ambiente y herramientas para descubrir nuestro pasado. Eso, sin mencionar su gastronomía, una de las mejores de Castilla–La Mancha. ¡No te lo puedes perder!
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Bibliografía. HERRERA CASADO, Antonio. «Brihuega, la roca del Tajuña». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1995. |