POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Fue entre la casualidad y el empuje del abuelo Adrián que los Viudes terminaron veraneando en el Mar Menor. Y sucedió porque a su hijo, padre del que después sería, entre otras cosas, máxima autoridad del Puerto de Cartagena, le recomendó un médico madrileño que pasara una temporada en la laguna. El chiquillo mejoró de su dolencia y, como quien se enciende un pitillo, el abuelo levantó una casa al poco tiempo en Santiago de la Ribera. Pero cuando en Santiago de la Ribera había tres casas contadas.
Adrián Ángel Viudes, el nieto, recuerda con ternura que cada día de San Pedro llegaba a casa uno de los camiones de la empresa familiar y trasladaba hasta la playa cuanto era necesario, incluidos los colchones y la nevera, que por entonces tampoco había muchas en Murcia. El viaje, por aquella carretera de piedras entre Balsicas y La Ribera, era casi más divertido que el veraneo.
Superado el primer día, cuando toda la familia padecía la tradicional insolación, la relajación inundaba aquella casa ubicada en el paraje de la Calavera. Allí se reunía toda la familia hasta que llegaba octubre, pues a los Viudes no les gustaban los toros y, por tanto, no hacían como otras sagas murcianas que pasaban de la hamaca al burladero en veinticuatro horas. En cambio, Adrián Ángel recuerda cómo se divertían con los temporales de septiembre, cuando el agua saltaba La Manga por el Pedrucho, para que luego hablen del cambio climático.
Los días eran una sabrosa rutina de brisa y yodo, de desayunos siempre de cuchillo y tenedor, de navegar a vela y de jugar al criquet en el jardín de la casona. Luego, a las seis y media de la tarde, vestidos de punta en blanco, se dirigían al club de regatas, entonces llamado ‘casinillo’. Era el punto de reunión con otras conocidas familias, como las de Alfonso Albacete, Juan Maestre o Paco Hernández, quienes todos, por cierto, encontrarían su amor en aquella playa de sus adolescencias. Y también Adrián Ángel, quien tardó medio minuto en enamorarse de la bella joven valenciana que estaba de visita en la casa de un coronel. Casi han perdido la cuenta de cuántos años llevan juntos.
Cuando se conocieron funcionaba en el Mar Menor el llamado cine de Mariano, quien debía ser el que cambiaba los rollos de las películas, no siempre con el mismo tino para acertar con la cinta, lo que ocasionaba no poca algarabía tras las obligadas tertulias durante el proceso. Había en Santiago un cine y una pequeña ermita, que se levantó sobre unos terrenos de la familia Barnuevo. Luego le concederían al lugar su parroquia, como Dios manda.
El menú de los Viudes también era como el dios Neptuno manda: pescado fresco al horno y a la sal, con especial predilección por el mújol frito, bien acompañado de ensaladas. Tomás Maestre, pero el viejo, llegaba a diario con un rancho desde la Puntica: dos galúas, dos galupas y un mújol. El abuelo Adrián los repartía entre los suyos. Con el tiempo, el nieto Adrián se compró un apartamento en la misma zona, donde ahora disfrutan su hija y sus dos nietas, continuadoras de una saga de ilustres veraneantes, tan privilegiados que casi disfrutaron en solitario de uno de los rincones más bellos del Mar Menor.
Adrián Ángel Viudes Viudes fue presidente de la Autoridad Portuaria de Cartagena. Su abuelo, Adrián Viudes Guirao (Murcia, 1880-1973), hijo del tercer marqués de Río Florido, doctor en Filosofía y Letras, presidió la Cámara de Comercio de Murcia y la Confederación Hidrográfica. Su hijo Adrián Luis Viudes Romero inventó la única motocicleta ‘murciana’, la ‘Sadrián’, además de aportar otras invenciones adelantadas a su tiempo, como el coche de plástico, el ‘trigiro’, un vehículo de tres ruedas, un artilugio para abrir las fosas nasales o la considerada por algunos la primera tabla de ‘windsurf’ de la historia.
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