POR PABLO GALINDO ALBALADEJO, CRONISTA OFICIAL DE LOS ALCÁZARES (MURCIA)
Dos grupos con alumnos rezagados del PREU y seis grupos más donde llegan los primerizos del COU, somos los mayores del Instituto Nacional de Bachillerato “Alfonso X El Sabio” de Murcia, que se ha trasladado del vetusto edificio junto al Obispado y frente al río, a las nuevas instalaciones en el barrio “Vista Alegre”, en una de las zonas de expansión de la ciudad ganada a la huerta; también se ha construido un moderno hospital (“Virgen de la Arrixaca”, tiempo después será ampliado, transformado y con nueva denominación, “Morales Meseguer”); cercano aparece otro singular edificio de planta circular, la “Escuela de Artes y Oficios”. Se van trazando nuevas calles, toma forma la que será llamada “Plaza Circular”, “Rotonda” o “Redonda” junto a la “Estación del tren de Caravaca”, en las inmediaciones de la vieja “Cárcel Provincial”. Y hacia poniente, un tanto alejado, entre cañas y bancales de la huerta, está el campo de fútbol “José Barnés” con calles para atletismo, foso de arena, vestuarios…, por allí tuvimos que superar pruebas físicas durante los exámenes libres desde 2º de Bachillerato.
A partir de esa fecha y desde ese barrio comenzamos a conocer y saborear Murcia. Idas y venidas desde la Plaza de Camachos, donde finalizaba el trayecto de los autobuses. Cruzar el Puente de los Peligros, la Glorieta, Belluga…Trapería, Santo Domingo, Alfonso X (tontódromo), la carretera de Churra y la calle María Maroto. Con el tiempo, paseos, salidas… Entrar al Museo Arqueológico era más que apasionante, te sentías atraído por un fuerte imán… igual te encontrabas en una sala con ánforas, vasijas, planos, esquemas, agujas de hueso, trozos de sílex, monedas, columnas…, unas escaleras y la gran Biblioteca y su iluminación entre tenue y misteriosa, que invitaba a la lectura, al estudio, al sosiego, al silencio…, todo ordenado. Descubrimos los entresijos literarios de Azorín (se celebraba el centenario del nacimiento), las bellas descripciones y paisajes pincelados de Gabriel Miró, los entresijos y costumbres del mundo huertano entremezclados con la sociedad del momento novelados por la maestría de Blasco Ibáñez, los Machado, Vicente Medina, García Lorca, Miguel Hernández…, ¡Qué grandes tardes con Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Cervantes, Quevedo, Lope, Bécquer,… Homero, Aristóteles, San Agustín,…!
Caminando bajo el “Arco de la Aurora”, junto al convento de las Claras, se descubría el Romea y el “Arco de Santo Domingo”, te sorprende el bullicio de Trapería y Platería y la grandeza del imafronte de la Catedral y soñar con subir hasta la linterna de la torre para “ver toda Murcia y el río”. Otra salida… “hasta el final del Malecón” en los confines de la huerta, entre pequeños bancales de “pavas”, coles y lechugas más allá de La Arboleja, La Albatalía…, casi hasta La Ñora.
Una tarde por la zona de Santa Eulalia entre fragmentos de la muralla y el Museo de Bellas Artes. Otros momentos… por San Miguel, San Esteban, San Antolín, San Andrés…, los Salzillos y la singular iglesia de “los Pasos de Santiago”.
Con 15 años tuvimos que dejar Los Alcázares y las clases de los inolvidables maestros don Joaquín Sánchez Pardo y don Joaquín Cánovas Griñan que tanta paciencia derrocharon ayudándonos en las materias del Bachillerato Elemental y para iniciarnos en el Latín nos acercamos a los curas don Ramón Moreno y don Germán Arias. Los cursos siguientes acudimos a Santiago de la Ribera, en bicicleta, también aprovechamos los últimos días del tren o nos iniciamos en el auto-stop para aprender del mítico don Gregorio Conesa Pérez y de su magistral equipo de profesores en la “Academia Conesa” donde superamos las añejas Reválidas y el Bachillerato Superior.
Del pueblo, solo unos privilegiados, unos pocos, podíamos residir y estudiar en Murcia. Nuestras familias, trabajadoras, agricultores de secano, se esforzaron sobremanera para hacer posible la iniciativa. Llegar a la Universidad, realizar estudios superiores a comienzos de los años 70 del pasado siglo era una hazaña, lo normal era aprender una profesión en el pueblo, a ser posible técnica, manual cualificada y aventurarse en el mundo laboral (siempre estaba el recurso de “los almacenes de melones”, la albañilería, el campo -”coger algodón”, “pimientos de bola”…- y en las noches de verano “servir cafés, cerveza o chambis”)
La Universidad era un hervidero y los “vapores” se percibían en los niveles superiores de la Enseñanza Media. Una sencilla muestra fue la edición de “Brisas Alfonsinas”, revista literaria del Instituto fechada en marzo de 1973. La portada -sobre la paz- fue motivo de “investigación política”, también un trabajo que firmamos sobre el poeta Miguel Hernández, en ese número aparecían otros artículos “atrevidos para el momento”, poemas críticos, denuncias sobre destrucción de la naturaleza, sobre el hambre y los países desarrollados, los platillos volantes, el espectáculo erótico del cine, se advertía de la violencia en el deporte y el papel de la prensa…
La distribución de la revista en el centro fue retenida varios días, intervino la “autoridad competente…, algunos fuimos llamados a “jefatura de estudios para dar explicaciones”.
Al final, la revista se pudo repartir.
Se abrían ventanas y comenzaban a entrar aires nuevos.
Releyendo aquella publicación 43 años después encontramos nombres que encaminaron su vida por diversos caminos: docencia, judicatura, sacerdocio, periodismo… Uno de aquellos antiguos alumnos y compañeros del grupo COU-E, Antonio González Barnés, fallecido el día 22 del pasado octubre, también dejó su colaboración como incipiente periodista deportivo en aquel histórico número. Sirvan estas líneas como póstumo homenaje al compañero que nos enseñó a callejear por Murcia, nos llevó a La Condomina y nos mostró el taller-almacén de las carrozas –Entierro de la Sardina- de su padre, el genial Conte.