POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
“La bruja”, de Robert Eggers, es una película mala, y su buena realización acentúa el pésimo largometraje de soporíferos claroscuros que no dan miedo; asquito a veces. Acudí despistado, sin haber leído rechazos fiables o parabienes de críticos con quienes no coincido; ya cuando observé la extracción del público, que mediaba la sala, gente joven con enormes cubos cargados de palomitas, me percaté de que algo iba mal; en un tris estuve de abandonar mi butaca y colarme en otra sala para ver aunque fuera “Capitán América”. Me contuve y esa fue mi perdición, y no me largué más tarde porque, de tan infumable, abrigaba la esperanza de que escampase, pero la ruindad era recidivante y la quiebra inevitable. Al final, en una línea, justifican el tostón como un compendio de leyendas. ¡Lástima! Eggers podía haberse limitado a contar sólo una, y a su madre.
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