POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Pasada la Navidad, fiesta con su carga estereotipada de comidas repetitivas, y recuperado el sentido real de la invernía.
Gracias a la presencia de BRUNO, ese tormentón de ventoral y agua al que dieron nombre de fraile cartujo, otra vez la cocina nos llama a lo de siempre: comidas cortas de títulos y amplias de sabores, de calorías y de vitaminas.
Ayer, ya gris oscuro el cielo, volví a hojear por enésima vez el libro de Cipriano Torre Enciso «Cocina Gallega Enxebre» (Madrid 1982) y así, de buenas a primeras, me encuentro con este elogio al paisaje de Galicia:
«.- ¡Estoy pasmado! ¡Aquí todo es verdura! ¡El campo gallego parece un aderezo de esmeraldas!».
Y, adentrándose en su literatura poética añade:
«Si pisamos los huertos cercados o amurallados de las casas, hallaremos el verde-claro de las lechugas, de los repollos y las coliflores; el verde brillante de los pimientos, el verde grisáceo de las alcachofas…Y el verdinegro de los famosos y típicos grelos.»
Les explico una cosa: El GRELO, como luego aclararé, hizo tan famosa a la planta de la que forma parte (el NABO) que hasta le dio su nombre.
«El grelo -vuelve a escribir Torre Enciso -es una planta que resuelve el problema de la trinidad en una sola cosa: nabo, nabiza y grelo; tres personas distintas y una sola planta verdadera.
El NABO es la raíz; la NABIZA (en Asturias decimos «rabiza») es la hoja tierna y el GRELO es el brote superior del nabo, con apariencia de un pequeño tallo y pequeñas hojas, del que luego nacerán las flores».
Más adelante en la lectura de tan preciso y precioso libro encontré este cantar:
«As pataquiñas e os grelos
fain moa mesturanza,
porque os grelos e as patacas
aledan a miña panza.»
¡Demonios!
¿Esto se dice de Galicia?
Será y es verdad, pero ¿por qué no extenderlo a Asturias?, Principado de los más de doscientos verdes y en el que su cocina hace gala de caldos, potes, potaxes y cocidos
¡Nada, nada!
Yo, para mañana y para combatir a BRUNO, POTE DE GRELOS.
Así lo hice y, tras el oportuno reposo del guiso (y el mío), hoy lo comeré en placer de mesa caliente:
Piqué en menudo un gran manojo de auténticos grelos finos y les di un hervor en agua.
Los saqué de la cazuela y, tirada esa agua, los «asusté un poco» al chorro de agua fría.
Los llevé a una cazuela junto con 2 chorizos, 2 morcillas, 4 trozos medianos de panceta, una trozo de lacón, un trozo de jamón, 3 trozos mediano-grandes de costilla de cerdo fresca, patatos (patatas pequeñas), agua hasta casi cubrir… y a cocer en paz, silencio, tranquilidad y hervor suave y continuo.
El resultado, ya troceado el compango, está a la vista.
¡Anímense! Pote de grelos con patatas y compango al gusto.
Bien caliente, bien sabroso y … ¡vengan fríos!